Pecado (BruDami) 4

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Damian nunca cede antes de que el beso sepa a sangre, cierra los ojos y se revuelve como una fiera ante cada avance hasta que siente el daño, entonces se estremece en un placer masoquista y se deja llevar.
A veces Bruce siente que no puede contener el anhelo hasta que lleguen a la cama, como cuando lo ve en la mesa, comiendo con los elegantes movimientos de quien ha sido criado para el alto mundo… cuando lo mira y lo llama exigente y entonces Damian, que no le ve nunca por propia voluntad comienza a buscar la forma de huir.
Ha aprendido a reconocer sus reacciones, sus manos se congelan en el aire, su boca se estremece y mira a la puerta, pero Alfred siempre está lejos y su hermoso hijo nunca gritaría por ayuda, aunque se muriese de ganas por hacerlo.
Una vez Se sobresaltó tanto que dejo caer los cubiertos y echo a correr hasta su habitación, Bruce recuerda la ocasión con particular anhelo… aunque se avergüenza de lo que hizo entonces.
Lo alcanzo en el pasillo, y lo envolvió en sus brazos como si estos fueran cadenas y pelearon sobre la alfombra… Damian le mordió la mano en algún momento, entre el suelo y la puerta de su habitación, pateándole en la pelvis en una medida desesperada por liberarse, hasta que lo beso… no, no fue eso, pero fue después del beso… al principio su rechazo fue completo, y mordieron mutuamente sus bocas, uno en un intento por deshacerse de la caricia y el otro en un intento de imponerse.
Lo único que le faltaba a Damian era gritar para que la escena fuera completa.
Y entonces la sangre y un golpe… el ruido de la pequeña cabeza al chocar el suelo y la sangre en el labio roto, lo beso con anhelo y  en aquel momento el adolescente paso a participar en el encuentro.
A decir verdad no es un buen recuerdo.
De hecho, se avergüenza de cada cosa que ha hecho con su hijo en las últimas semanas… pero no puede hacer nada, cada vez que lo ve lo desea intensamente y cuando están solos es imposible detenerse.
“tú podrías hacerlo, podrías detenerte”
Damian suele decirle eso, en la mesa cuando se encuentra con sus ojos, en los pasillos, por la madrugada cuando están solos en los pasillos o cuando termina entre sus muslos y toma todo aquello que nunca debería haber sido suyo.
Damian se lo recuerda siempre.
Por eso es tan extraño cuando, tras la visita de Tim y encerrarse a cal y canto, Damian le busca por la noche en su habitación.
Damian no le ha buscado nunca, siempre ha sido bruce, cuyos deseos han mandado.
Se miran un segundo y antes de que su hijo diga una palabra lo besa.
Por primera vez se encuentra una boca dispuesta, los dedos de Damian suben por su pecho hasta tocar su cuello y nunca ha sentido algo más precioso contra sí.
Es él mismo de siempre, el mismo del comedor, el mismo que lleva el traje de robin, el mismo que se le niega cuantas veces quiera y al que somete toda vez que logra acallar su conciencia… pero ese encuentro es de lejos, algo divino.
Lo carga entre sus brazos y lo lleva hasta la cama y pierde… pierde por completo, una cosa es hacer lo que se hace y arrepentirse luego, jurarse que no volverá a pasar, y todo ello. Y muy diferente es besarse de ese modo como amantes, que ya lo son desde antes, y romperse contra el cuerpo ajeno.
ES… encantador… un día no muy lejano pensará que fue maravilloso, mucho más que cualquier otro encuentro que tuviera hasta entonces, mas dulce que cualquier otro amante, divino en su forma porque al tenerlo fue capaz de tocar las estrellas.
Damian gime contra su boca en una revelación, le monta con los mismos modos expertos con que montaría un alazán moro, su ritmo es constante y suave, hundiendo las uñas de sus manos en su nuca –al día siguiente usara cuello alto es claro, y cuando se separan su hijo echa la cabeza hacía atrás dejándole una vista deliciosa de su cuello y deja que el hilo de saliva de deslice desde la comisura de sus labios hasta caer en su cuello… y es tan tentativo que hiere, desearía estar así para siempre… con el cuerpo de Damian firmemente conectado al suyo, sintiendo como sus paredes le exprimen y su piel ardiente en contacto con la suya… le gustaría estar así… siempre.
Nunca lo adora más que cuando terminan y se miran a los ojos, el pecho de Damian sube y baja agitado, él mismo se siente agitado, pero eso no importa, porque Damian le sonríe… le sonríe y acaricia su mejilla como un niño que ve algo maravilloso frente a sus ojos, entonces la ternura gana a su corazón y también hace lo mismo, besa su boca devoto como si bebiera de un caliz sagrado –un caliz contra el cual de cualquier modo ya ha cometido actos blasfemos- le besa y acaricia su cuello, su pecho y sus caderas con todo el amor del que se siente capaz y Damian se deja hacer.
Besa su cuello y mordisquea, sabe que hay otros que anhelan tener el lugar de amante respecto de su hijo… y  cuando lo cree calmado se acerca a su oído y le confiesa su mayor pecado.
“te amo, Damian”
Si es un buen día Damian acepta sus palabras y le besa en respuesta, acaricia su espalda allí donde ha hundido las uñas y gime acurrucándose contra él.
Los días malos Damian llora en silencio y le da la espalda.
Bruce sabe que debería detenerse pero si antes no podía ahora no quiere, no sería justo en cualquier caso… podía hacerlo mientras Damian se resistiera, pero su hijo ha terminado por ceder y lo ama… más de lo que le conviene, así que se queda a su lado… sabiendo que el día en que se descubra… lo perderá todo.
Así que hunde la nariz en los cabellos de Damian y lo besa un poco más hasta caer dormido.
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A veces, Damian piensa que lo ama, no es capaz de odiarlo así que solo le queda hacer eso, pero cuando lo piensa es un pensamiento extraño, le obliga a cerrar los ojos y soñar.

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