Infierno
Damian le miraba de aquella forma, como si se fuera a morir en cualquier momento, suave y sereno en la superficie y tormenta en lo profundo, cruel y apagado de formas que nadie nunca lo comprendería.
Damian le miraba y tomaba su mano sin temores ni dudas, sin decir nada, y cuando sus manos se tocaban Colin creía que podía morir un poco también, temblaba de arriba a abajo y sus mejillas enrojecían hasta tomar el tono de las amapolas en primavera.
Damian solía besar sus manos, eran besos lentos que empezaban con él apoyando la mejilla en el dorso de su mano, y luego, lentamente volviendo la cara hasta rozar la piel con sus labios.
y entonces el beso era sencillo, pero devoto, tanto que cuando cruzaban miradas el corazón le daba un salto inmediato dentro del pecho y los ojos se llenaban de lagrimas que nunca se derramarían.
Colin entendía esos días que Damian le amaba, y como lo entendía nunca necesito esas palabras.
El amor de Damian era así, sin palabras, sin promesas, sin eternidades.
Porque en cada beso decía una sola cosa. que podría amarle la eternidad, pero que Colin era libre de irse cuando quisiera.
A Colin se le atoraban las palabras en la garganta cuando comprendía aquello, y entonces le besaba un poco más para no decir lo que Damian no esperaba oír.
Porque el amor de Damian podía ser eterno, pero el de Colin iría siempre un poco más allá.
Damian podía amarle de lejos, y Colin en sus silencios deseaba susurrarle, que podría esperarle la eternidad y un poco más.