Barry se movió inquieto en el lecho y sus labios emitieron un débil gemido, Hal Jordan salto del sillón donde había estado sentado y cerco a la cama tan rápido como le fue posible.Con el corazón encogido observo que Barry continuaba inconsciente y tenía el rostro encendido por la fiebre, al tocar su frente entendió que la temperatura del delicado rubio no hacía más que aumentar, por lo que preparo una nueva compresa que colocarle.
El doctor que habían llamado a la posada le había advertido de lo que podía esperar.
- ¿Cuánto tiempo cree que estará inconsciente, doctor? –había preguntado, sin preocuparse de demostrar su preocupación, Hal podía ser un militar, pero antes de todo eso era un hombre enamorado y la sola idea de tener que vivir en un mundo sin Barry le había dado un susto de muerte.
-No tengo ni idea, señor –había contestado el médico, observándole a medio camino entre la sospecha y la pena, no parecía estar juzgándole precisamente más sin duda sí que percibía que entre el joven y él existía alguna relación de naturaleza más o menos criminal, a Jordan no le importaba tanto lo que pensarán de él pero la idea de que el nombre de Barry se viera afectado le torturaba hasta puntos insoportables y por ello endureció la mirada provocando un sobresalto en el hombre –Tendrá suerte si no contrae una neumonía –por primera vez en su vida Hal Jordan había sentido miedo.
No había sentido miedo durante la guerra, cuando había esperado día tras día que alguna bala de cañón cayera cerca de donde estaba, cuando los disparos gobernaban el espacio donde vivía y el suelo estaba infestado de ratas, no había sentido temor cuando había visto los cuerpos destrozados de sus compañeros a causa de la guerra, los cañones y la pólvora y sin embargo, cuando había oído de aquella boca sabía y compasiva aquello su corazón tembló y le costó toda la fuerza de su voluntad mantenerse cuerdo.
-Me gustaría contratar una enfermera –había dicho, observando al médico –alguién experimentada para que lo cuide.
El medicó le observo con cierta duda.
-Será difícil hallar a alguien para esta noche, señor –le había dicho –pero mañana puedo traer conmigo una monja que tiene experiencia en este tipo de menesteres –prometió.
-Está bien, puedo cuidarlo esta noche –contestó entonces y el médico había asentido, antes de dejarle instrucciones precisas acerca de las medicinas que Barry debía tomar en cuanto recuperara el conocimiento.
También le había tomado el pulso y había agregado.
-Es joven y fuerte, según me parece, los efectos de esta experiencia no serán desastrosos –esto último lo había dicho dándole una mirada directa, debía preguntarse que había empujado a Barry para caer en aquellas circunstancias y Hal no tenía el valor de expresar la verdad.
-Espero que tenga razón.
-Todo está en manos de Dios, señor –había contestado el médico.
Hal dirigió una mirada perdida alrededor de la habitación, una de las mejores de la posada, sobre una mesa cercana descansaban las medicinas dejadas por el doctor, que parecían horribles, pero también efectivas, había también una jarra de limonada recién hecha por si Barry tenía sed y también una cesta llena de paja donde descasaba un nutritivo caldo de gallina, a fin de mantenerlo caliente.
Barry volvió a quejarse, moviendo la cabeza de un lado a otro sobre la almohada, sus labios temblaban y su cuerpo se sacudió buscando librarse de las cobijas que le cubrían, Hal volvió a cubrirlo con las cobijas consciente de lo importante que era mantenerlo abrigado.
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