Es solo uno de los tantos sexoservidores que hay en la urbe, la ciudad no es precisamente pudorosa en lo que al servicio del sexo se refiere, son ilegales, por supuesto, pero con toda la corrupción que hay en la ciudad, donde crees que gastan sus pagas esos hombres de los bajos fondos.
El vicio se extiende, el vicio no perece.
Es uno de los tantos sexo servidores de la ciudad.Aunque él no sirve en una esquina, no, él ha tenido más suerte.
La suerte suficiente como para estar en aquel burdel de lujo.Su cuerpo se mueve, ligero como una pluma, movimientos expertos y llamativos, como una serpiente, como un ser que no tiene huesos en el cuerpo, se mueve y los ojos de los clientes le siguen exagerados, los ojos de todos, y los ojos del hombre silencioso que está en la esquina.
Nadie le conoce.
No habla con nadie, sus aristocráticos rasgos llaman la atención de algunos, las mujeres y hombres que sirven allí se le han acercado algunas veces solo para descubrir que sus ojos, fríos con la curva de un cuchillo, son suficientes para alejar a cualquiera que no quiera cerca.
Son esos mismos ojos los que estudian los movimientos del joven que danza en el tubo y su mirada no es amable, no, es una mirada que parece decir: es solo uno de los tantos sexoservidores que hay en esta ciudad de mierda...
y si, es uno de tantos, pero eso no le impide seguir yendo a ese burdel de lujo para verlo bailar.Verlo bailar hasta que llegue el día en que decida acercarse, aceptando la invitación que hay en los ojos azules de Richard Grayson.