Siempre había sido un buen hijo, obediente y abnegado, había aceptado con solicitud los designios paternos sobre su destino inclinando graciosamente la cabeza en señal de obediencia, cerrando con tranquilidad los ojos.
Sus más abyectos enemigos, puesto que los tenia, lo acusaban de falta de voluntad y en realidad no estaban del todo desencaminados, no quiero decir que Damian, así se llamaba, no tuviera voluntad, la tenía y en gran medida sin duda, sin embargo no poseía el brillo de la iniciativa, las ansias de descubrimiento ni nada por el estilo, el suyo era un espíritu que pudiendo ser libre prefería la tranquilidad de su jaula a aventurarse más allá, obedecía porque había obedecido toda su vida y no había aprendido otra cosa, me refiero a la actitud puesto que tenía altos conocimientos didácticos, académicos y de otros intereses más específicos, su hermoso rostro y sus delicadas manos no habrían sobrevivido a la oscura corte del señor de aquellas tierras, sus mansos ojos, no digamos ya su mirada no habrían podido observar con menos serenidad al más bajo de los hombres o al más alto, tampoco era amante de las emociones fuertes, dichas emociones eran peligrosas para un alma como la suya, no digamos ya su cuerpo que no podría haberlos sobrevivido.
Por otro lado había nacido, ya lo habréis adivinado, bajo un honrado título, su padre y antes de su padre su abuelo, habían sido honrados con el título de condes, y honraban a su majestad con su lealtad, su hermano mayor, hombre de guerra y no de libros, ocupaba un lugar no desdeñable en el corazón de su rey, y sus padres apartaban los ojos de ese secreto, mirando a su más joven retoño con sincero cariño, lo amaban más que al mayor y no les faltaba razones, era bello, era amable, era obediente y devoto, tenía mil virtudes y pocos defectos... Mientras que el mayor era difícil de entender, dormía en la cama del rey y ellos trataban de ignorarlo con logro mayor o menor.
Damian también los amaba, amaba a sus padres con sinceridad y en completa paz, alejados del bullicio de otros mundos, ajenos a su hogar, solo para ellos y algunos sirvientes tenían reservado su cariño.
Nunca tuvo una salud particularmente fuerte, razón por la cual los médicos eran comunes en la casa, hasta la noche en la que el viajero pidió reposo en su hogar, el hijo de los wayne echo a temblar en cuanto entro y desmayo cuando lo vio.
El desconocido se hizo llamar Oliver, aparentaba unos 40 años, y sus manos eran muestra clara de su alta cuna, aquella noche había sufrido el asalto de unos maleantes en el camino, pudiendo apenas salvar la vida, los condes dieron al asaltado un justo trato, cuidando de él y ofreciendo cobijo mientras duro su convalecencia, tiempo durante el cual el desconocido buscaba atento los ojos del hijo de sus anfitriones y pronto convergieron en un juego de miradas que costo al mayor una larga estancia en aquellos lugares y al más joven... el corazón.
No fue difícil para los otros notar la muda relación que había entre ambos, aunque jamás se encontraran a solas en una habitación, los padres cuidaban de ello, sus miradas se buscaban en silencio, el más joven preguntaba a veces por él y en las comidas el mayor esperaba siempre verle, solo por él continuo el marques (Queen) con sus visitas a la casa de aquellas personas, y por ello, su real majestad conoció de primera mano al joven, Damian le obsequio una mirada pálida y volvió a la protección de Queen en la fiesta, yéndose con él, pero ya estaban perdidos, Damian por su atractivo, que lo hacía tan deseable como Dick, su hermano y Oliver por poseer el corazón del más joven.
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