Me desperté entre varios movimientos bruscos de mi cuerpo y un suave grito ofrecido por el interior de mi garganta. Se incorporó tan rápido que ni mi consciente se pudo dar cuenta.
Estaba repleta de sudor a pesar de que seguramente en el exterior hiciera algún grado bajo cero.
Estaba durmiendo sola, en mi habitación.
Miré a mí alrededor y encontré el reloj que buscaba en la mesilla de noche. Lo incliné un poco y me percaté de que estaba a punto de amanecer.
Al menos durmiendo se me había olvidado todo lo que había vivido.
Quizás hubiese conservado el sueño dos, tres horas. ¿Quién sabe? Lo único que sabía a ciencia cierta es que mi vida había sido descolocada por completo de nuevo.
Retiré el edredón y pasé la palma de mi mano por la frente para aliviar el sudor. Paseé descalza por el frío suelo y retiré algo la cortina. Miré al exterior y podía percatarme de los primeros rayos de sol que desprendía por uno de los extremos de la ciudad.
-Selena, ¿Estás bien?
Mi madre abrió de sopetón la puerta. La miré sobresaltada y observé cómo estaba abrochándose su larga bata de seda de color carne.
-Sí, sí, mamá. Tranquila.
-Escuché un grito y me asusté. – Confesó.
-Tranquila, estaba soñando.
-¿Quieres tomar algo para tranquilizarte?
-No creo que me pueda volver a dormir.
-Siento de verdad todo lo que te está pasando. Y más siento no haber estado el día que te encontraste al bastardo de tu padre. ¡¿Cómo no me lo contaste antes?!
-No solucionaba nada contándotelo, mamá. Sólo esto, el recordarte todo.
Me dirigí dando cuidadosos traspiés hasta el filo de la cama, donde me desplomé despacio y aterricé con elegancia sobre la colcha.
-Es un sinvergüenza. Pero en esta vida todo se devuelve… - Añadí. – Y espero que sea así con todo.
Mi madre sonrió dulcemente y se aproximó a mí, sentándose a mi lado.
-Josh no merece que te martirices por él, cielo. Lo que ha hecho no es de ser un hombre leal como había mostrado. A las personas siempre se nos cae la máscara y a él le ha llegado la hora.
-No creo que sea un mal tipo, pero esto…
-No, Josh es buena persona. Pero quizás se le juntaron varias cosas o quizás…
Se encogió de hombros mientras juntaba las palmas de sus dos manos. Mi madre se había quedado sin argumentos porque ya me lo había dado todos.
-Déjalo mamá, vete a dormir. La mañana de un sábado está para descansar.
-La verdad es que tengo planes mejores.
Giré levemente la cara y fruncí el ceño.
-¿Qué quieres decir?
Tomó aire con una sonrisa pícara. Exactamente, como la sonrisa que me puso cuando me anunció que me había comprado el libro que tanto estaba esperando cuando tenía doce o trece años.
-Mamá, no me hagas esperar más. – La insistí.
-No pensaba contártelo hasta más adelante, pero las circunstancias han abierto camino a las confesiones de las siete de la mañana.
-¡Mamá! – La regañé. - ¿Quieres decírmelo ya? Me muero por saberlo.
-Hoy tendremos visita a la hora de la comida. – Dijo.