Epílogo

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"Mis codos estaban apoyados en la barandilla de la terraza mientras daba caladas tímidas a un cigarro.

Escuché sus tímidos pasos acercándose a mí, abriendo la puerta, y poniéndose en mi espalda.

Cuidadosamente rodeó mi cadera con sus grandes manos y pegó su torso en mi espalda.

Sonreí sin que me viese y solté la calada al aire en suspensión, mientras que pisos más abajo, estaba el resto del mundo, ajeno a lo que acababa de pasar en estas paredes, con este hombre.

-¿Qué intentas? - Dije, con la voz interesante.

-Seducirte. - Me contestó.

-¿Otra vez? - Repliqué.

-Sabes que nunca me cansaría de seducirte.

Apagué la colilla y la dejé en una pequeña mesa de la terraza. El chico se alejó de mí y yo le miré poniéndome en frente de él.

-Mi camiseta blanca te queda divina. - Dijo.

-Gracias. - Contesté, sonriente.

El chico me cogió del cuello de la camisa y me acercó a su torso, dándome un apasionado beso y terminando con un camino de húmedos pellizquitos con la boca sobre mi cuello.

-James, creo que lo mejor será que te vayas.

El chico frunció el ceño y me miró preocupado, retirándose de mí y soltando el cuello de su camisa blanca que llevaba encima.

-¿Por qué? - Me preguntó, incrédulo.

-Mi marido estará a punto de venir. Ya sabes lo que nos pasó hace poco, no quiero tenerte que esconder de nuevo en mi armario.

James resopló y salió de mala gana de la terraza. Cerré los ojos y pasé mis manos por el rostro.

Tenía que decidirme y tenía que hacerlo ya. No podía estar jugando con los sentimientos de dos hombres a la vez. A mi marido le quería, pero James me atraía, y era simpático, romántico, atento, joven... Lo tenía todo.

Resoplé y ladeé la cabeza, mientras me acerqué a la barandilla de nuevo a apoyarme. Miré de nuevo la ciudad y me entró miedo de que la decisión que tomase no fuese la adecuada.

-¿Me das mi camisa? - Me preguntó James situándose la puerta de cristal de la terraza.

Me giré cuidadosamente y le miré. Estaba vestido con sus vaqueros azul marino y con sus elegantes zapatos marrones. Su gesto era de desagrado.

-Claro... - Le dije.

El chico se retiró para dejarme paso y pisé el parqué descalza. Fui a la habitación y saqué un conjunto que ponerme antes de quitarme la camiseta.

Lo puse encima de la cama y me desabroché los botones para dejarla caer al suelo.

-Tienes que decidirte. - Me dijo entrando a la habitación. - Yo no puedo estar viendo a alguien a escondidas, tú no puedes tener una doble vida.

Miré hacia atrás y comprobé que solo me estaba viendo la espalda mientras yo me colocaba la ropa.

Giré el labio y me arrepentí. Sabía que a mi marido jamás le gustaría saber que un niñato se estaba liando con su mujer. Y no de ahora, no. Desde hacía siete meses.

-Lo siento, James. - Me disculpé. - Necesito tiempo para pensar.

-¿Pensar? ¿Pensar en qué? - Dijo, casi fuera de sí.

El pasado nunca se rinde.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora