Capítulo 60

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Camino con las manos metidas en los bolsillos hacia la estación de autobuses más cercana. No tengo dinero suficiente para un taxi y lo único que me queda es el autobús.

Aspiro y, con las manos metidas en los bolsillos, sigo caminando, siguiendo las gotas que rebotan contra el suelo y, después, se rompen. Como yo.

¿Por qué es posible que una persona pueda afectar tanto en todo a otra? ¿Cómo es posible que alguien que para mí hace unos años fuera insignificante, no existía, ahora lo era todo?

Dina se ha ido del aparcamiento de coches, porque no veo su vehículo por ningún lado. Supongo que será porque ya sabía que Harry se había ido y no querrá verme destrozada.

Mis lágrimas bañan sin control mi rostro. No quiero hacer otra cosa que llorar y quizás eso solo sea de personas débiles, pero ahora mismo, yo soy alguien débil, frágil, que sólo con el roce de una simple yema, me rompería en dos. Y quizás eso fuese lo mejor.

Sigo andando y mojándome. Estoy cerca de la estación de autobús. La gente que lleva paraguas o chubasqueros me mira. No quiero dar pena, ni siquiera quiero que sientan nada hacia mí.

Un hombre se levanta nada más verme de la estación de autobuses, y me señala el asiento para que me siente.

-No, no hace falta. – Le digo.

-Por favor, señorita. – Me ruega.

Giro el labio y no quiero ser maleducada. Me siento.

Mi mente está nublada, gris. Sólo unos ojos azules son el color que veo en mi vida ahora mismo.

Le he perdido. Sí. Le he perdido. La agonía e impotencia es lo único que siento ahora.

Cojo aire y lo suelto intentando que las lágrimas no salgan en forma de bala de mis ojos y que nadie más se percate de mi delicada situación sentimental.

Inglaterra. Oh, Dios míos. Ya está. Ya se ha ido.  Ahora tendré que subir y poner la palabra fin. Todo esto habrá acabado.

De repente se avista el vehículo rojo y todo el mundo se pone de pie. Me espero a que todos pasen delante de mí y me pongo la última.

Suben animados, incluso la voz de un niño pequeño se me mete de lleno en los oídos, creándome algo de esperanza y de felicidad.

-Señorita. – Me reclama el conductor.

-Lo siento. – Me disculpo.

-¿Cómo va a pagar? ¿Tiene bono?

-No. – Niego.

El hombre me mira a los ojos y se asusta. Giro el labio y le tiendo un billete.

-Quédese con las vueltas. – Digo.

El hombre lo pasa por la máquina y yo paso sin ningún tipo de impedimentos hacia el último asiento.

Me siento y echo la cabeza para atrás, mirando el techo del vehículo que empieza a caminar y a vibrar.

Como dueles, Harry Styles.

Cierro los ojos en el camino e intento que pase rápido. Sólo quiero llegar a mi casa y meterme en la bañera para que mi cuerpo se estabilice.

La siguiente estación es la mía. Me pongo de pie y pulso el botón rojo de las barras amarillas.

Casi me caigo cuando intento conseguir equilibro, pero me agarro a la barra.

El autobús para y yo bajo por la puerta del medio.

De nuevo me toco con toquecitos mi pelo que aún no se ha secado. Sigue lloviendo a cántaros. Maldito invierno, cada vez lo odio más. Cada año le cojo más asco.

El pasado nunca se rinde.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora