Ese misterio

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-¿Regina?

Emma se sintió perdida y preocupada al mismo tiempo, ¿qué había llevado a la morena hasta ahí? Su corazón se disparó de inmediato, Regina podría estar ahí para disculparse. Quizás haya visto su error. Alivio, es lo que sintió Emma, lo que más deseaba era ver a su mujer, madre de su hija y estar con ellas. Habían terminado por algo tan bobo. La rubia sabía que ya no podría vivir sin su familia. Regina no hasta aquel momento, ahora lo sabía, sintió que su vida no tenía sentido alguno sin la madre de su hija.

La respiración de la morena se descontroló, aquella mirada esmeralda tenía el poder de derrumbar todas sus barreras, capaz de arrasar con cualquier duda que antes habitara en su corazón. Almendras presas en las esmeraldas, se quedaron así por largos segundos, hundidas en un océano de incertidumbres, dudas, miedos, comprensión, angustia y amor. Había amor en aquella mirada, quemaba como brasa, las almendras suplicaban perdón. Las esmeraldas suplicaban confianza.

-¡Joder Regina!- Emma tiró de la morena y la hundió en un abrazo deseado. En ese mismo momento, Regina se agarró con fuerza a los brazos de su amada, no quería soltarla, no podría soltarse nunca más. La rubia se enterró en el cuello de la morena dejándose embriagar por aquel aroma cítrico y peculiar que solo Regina tenía, era distintivo. La morena respiraba pesadamente, tal era su deseo de expresarse, pero no podía, no lo conseguía, aquel aroma suave a canela trastocaba todos sus sentidos. Se sintió quemar cuando Emma tocó su rostro con admiración.

Se apartaron, Emma la empujó lentamente, necesitaba comprobar que aquello era real, no un sueño. Lo poco que conseguía dormir siempre soñaba con su amada. Rodeó el rostro de la morena con sus finos dedos, era tan sublime poder admirarlo, aquel rostro se había vuelto su visión más perturbadora. Nada en el mundo podría tener tal perfección y causarle tanta angustia.

Tu boca

Tu mirada

Aquellos labios podían describir momentos que jamás serían olvidados, eran su perdición, tan suaves como algodón, tan cálidos como el fuego, tan suaves como sus caricias.

Aquellos ojos...Emma podía jurar que cualquiera sucumbiría ante la simple mirada arrebatadora de Regina Mills, ellos podían incendiar ejércitos enteros, devastar a sus peores enemigos, podían aplacar cualquier angustia, suavizar cualquier tormento, cualquier dolor.

Aún admiraba cada detalle del bello rostro, del rostro que tanta falta le hacía, del rostro que habitaba sus sueños. Le tocaba el rostro como si Regina fuera a desaparecer en cualquier momento, parecía no creerse que su mujer, madre de su hija estaba ahí parada delante de ella.

Regina cerró los ojos para sentir las manos delicadas y cálidas de su amada, qué falta le habían hecho esas simples caricias. Sonrió de medio lado, tenía vergüenza de haber sido tan estúpida. Y aún así, Emma no podía resistirse a esa sonrisa. ¿Cómo hacerlo?

Una invitación al pecado

Se acercó lentamente, tomó los labios de la morena en un beso, un beso de añoranza, una mezcla de dolor y alivio. Sus lenguas se tocaron una vez más como si fuera la primera vez, una montaña rusa de idas y venidas componía la danza de sus lenguas. Ansiosas se tocaban de forma lenta. Dolía, ambas podían sentir la falta que una le hacía a la otra, eran una sola. Un solo cuerpo.

Las lenguas ganaron velocidad, había rabia ahí, Emma agarró la nuca de la morena con fuerza, ella dictaba el beso, así que, la lucha por la dominación comenzó, rabia, frustración, decepción, odio, todo volcado en un único beso, no pararon, ni siquiera respiraron. Emma quería decir tantas cosas, querías hacerle ver a la morena que nunca se marcharía, que tenía que confiar en ella cuando decía que estaba ahí para siempre. Se apartó del beso con la intención vana de intentar decir algo, desistió en el momento en que vio a su mujer aún con los ojos cerrados y labios entreabiertos esperando por más. Volvió a besarla, pero no en la boca, aparto los cabellos negros hacia un lado y besó la piel expuesta del cuello, arrancándole un ahogado gemido de puro placer, justamente aquel que dejaba loca a Emma, sintió que se mojaba.

Una promesa de amorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora