Lazos

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La noche estaba sofocante, Cora golpeaba el piso del avión con sus pies mientras esperaba la salida del vuelo hacia su tierra natal.

"Todo va a salir bien, mamá..."

Cora recordaba las palabras dichas por su hija pequeña, su corazón estaba encogido, había soñado tanto con un reencuentro amigable, no se imaginaba en aquella situación. Recordaba a Ruth cuando aún era bebé, una bebecita indefensa de solo dos meses llevada al orfanato. Ruth fue adoptada rápidamente por una familia de clase media, familia que no cuidó adecuadamente de la pobre bebé que fue llevada de nuevo al orfanato. Los años pasaron y Ruth ya adolescente huyó de aquel miserable lugar, no tenía esperanzas de encontrar una familia, no después de haberse marchado y vuelto varias veces a aquel sitio. Su vida no le dio oportunidades de acierto, se envolvió con personas indeseables y desde entonces se volvió adicta a las malditas drogas, a muchas de ellas, vendía su cuerpo para alimentarse con esos estupefacientes. ¿Tuvo hijos? Seis que recordara, todos dados en adopción, hoy hombres y mujer formados. En su momento no supo ni los nombres ni el sexo de sus bebés, mucho menos de sus familias, no quiso verlos, sabía que no podía ser una buena madre, tampoco darles una educación adecuada, sabía que sus vicios siempre ganarían, su mejor opción fue entregarlos.

Ahora a los 47 años luchaba para sobrevivir, luchaba desde hacía dos meses, pero no por ella, si por fuera por ella ya habría muerto en el instante en que aquel coche vino en su dirección a alta velocidad golpeándola fuertemente. Un milagro, decían los médicos que un ángel la había abrazado en el momento del impacto, puede que sí hubiera sido una entidad divina o sobrehumana. Ruth estaba embarazada de cuatro meses el día del accidente y ni ella lo sabía. Aún bajo los efectos de los remedios para el dolor, los médicos le pidieron que luchara, luchara por la criatura que llevaba en su vientre, su salud era precaria a causa de las drogas ingeridas durante tantos años, un embarazo a una edad tan avanzada solo empeoraba el grave cuadro clínico en que se encontraba. Las heridas del accidente estaban casi cicatrizadas al final de esos 60 días, sin embargo seguía bajo los cuidados de buenos médicos en una clínica para drogodependientes, no le dieron el alta, pues sabían que volvería a las calles. Además de haber sobrevivido al coche fuera de control, la hermana de Cora tuvo otro acceso de suerte, un médico de buen corazón costeó sus medicamentos y los gastos en la clínica privada en donde él trabajaba. Ruth le dio gracias a Dios por tener a alguien que finalmente la veía como un ser humano. Ella sufría el mono, estuvo a punto de escaparse, pero no lo hizo, aquella criatura no tenía culpa alguna de sus errores, luchó y permaneció hasta que un agente desconocido la encontró y le dijo que tenía una hermana que la estaba buscando, lloró, lloró y lloró, anegada en llanto, una sonrisa y un suspiro de alivio, sus oraciones finalmente habían sido escuchadas, alguien se preocupaba por ella, alguien de su verdadera familia. Una hermana.

Zelena agarró firmemente la mano de la madre en cuanto avistó las tierras de México. Regina hubiera querido ir con la madre, pero no podía dejar a Emma y Henry, además su estado no le permitía tantos esfuerzos o emociones fuertes. Abrazó a Cora fuertemente en el aeropuerto, pasándole toda la confianza que la madre necesitaba en ese momento, le pidió a Zelena que la informara de cualquier novedad. Y allí estaban ellas, de pie frente a la puerta de la habitación donde se encontraba Ruth.

-Entra mamá...- Zelena la incentivaba al darse cuenta de que Cora suspiraba pesarosa agarrando el pomo desde hacía un minuto –Te espero aquí, ve sola, a lo mejor te sientes más a gusto...- sugirió y le dio una sonrisa que transmitía seguridad. Cora asintió y tomó una profunda bocanada de aire.

Al abrir la puerta, sus ojos barrieron el cuarto, era sencillo, pero acogedor, había una cama en el centro y una pequeña cómoda al lado, una puerta corredera daba acceso a una zona exterior, no muy grande, apenas cabían dos sillas y allí estaba Ruth, sentada mirando a la nada, parecía pensar intensamente, una de sus manos acariciaba el volumen de su vientre. Cora se quedó mirando a la hermana un tiempo, no sabía cómo llamarla o cómo actuar. Aunque estaba de espaldas a ella, le pareció que Ruth se secaba unas lágrimas, estaba inmersa en sus pensamientos, cómo habría sido su vida de diferente si hubiera tenido familia. Mills pudo imaginarse lo miserable que había sido la vida de su hermana pequeña por los mechones blancos esparcidos por su cabellera, sus expresiones faciales la hacían aparentar mucho más mayor de lo que era. Suspiró culpándose internamente por nunca haber pensado en la posibilidad de llevar a cabo una investigación. Se acercó y le tocó el hombro.

Una promesa de amorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora