Mudanza

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Mansión Swan Mills

-¿Dónde está Henry, Emma?- Regina se apoyó en la encimera mientras se acariciaba la barriga. Emma removía las sartenes preparando el almuerzo.

Se habían acabado de mudar a la mansión, era el primer día en la casa nueva. Cajas y objetos estaban esparcidos por todas partes, los muebles estaban en sus debidos lugares, casi todo era nuevo, escogido y decorado por los tres, aunque era evidente que los gustos de Regina prevalecían en algunas estancias de la casa, excepto en la cocina y en el dormitorio de ellas. La decoración del cuarto de Henry fue escogida por él mismo junto con su madre rubia, una de las paredes del cuarto estaba empapelada con papel que simulaba comics antiguos, en una esquina, un escritorio y un estante con infinidad de libros, en la otra esquina, cerca de la cama había una caja sus juguetes preferidos. Era un dormitorio grande, bien decorado, sin embargo sencillo, no había nada exagerado. ¿Ordenador o consola? ¡Ni pensarlo! Henry era muy pequeño para tener uno solo para él.

El chico estaba disfrutando con toda aquella algarabía, no paraba quieto en ningún lado desde que había llegado, quería ayudar y colocar las cosas en su sitio cuanto antes, pues Regina le había prometido que lo dejaría entrar en la piscina cuando todo estuviera colocado, por eso a la morena le extrañó la repentina "desaparición" , hacía más de veinte minutos que no lo veía.

-Hummm- Emma probó la crema de maíz que tenía en la cuchara, girándose hacia la esposa –Pensé que estaba contigo, amor...- se giró para apagar el fuego y mirar la pata de cordero asándose en el horno.

-Pensé que lo encontraría aquí...- se rascó la cabeza –Ayudándote...

-Hum...Parece que te has equivocado...No lo veo desde...- se puso la mano en la barbilla pensativa -¿Estaba en el cuarto de las pequeñas, no?- destapó el caldero del arroz –Nuestro pequeño estaba animado con la decoración de las bebés...- sonrió recordando que Henry quería pintar flores en las paredes del cuarto de las hermanas.

-Puede ser...No miré allí, la puerta estaba cerrada...- recordó no haber buscado -¡Qué bien huele!- se acercó a la esposa para dejarle un beso en la nariz –Voy a buscar a Henry para almorzar...- acarició la barriga voluminosa de la rubia y salió hacia las escaleras.

Llegó a arriba canturreando una canción infantil que Henry le había enseñado pocos días atrás, el pequeño había dicho, convencido, que quería enseñársela a las hermanas cuando nacieran y que sus madres necesitaban aprenderla, pues la profesora le había dicho que calmaba. Regina y Emma se rieron de la explicación del hijo, se tomaba muy en serio lo que aprendía en la escuela.

Cuando Regina abrió la puerta del cuarto que sería de las pequeñas, Henry desorbitó los ojos y aguantó la respiración cuando vio a su madre morena entrar.

-Henry, vamos a co...mer...- Regina cerró los ojos y contó hasta diez mentalmente, no podía ponerse nerviosa.

El cuarto estaba todo sucio de pintura, había colores y pinceles esparcidos por todos lados, la pared que antes era rosa se había convertido en un borrón de diversos colores.

-Ma...mamá...yo...eh...- apretó los dientes y dijo de un tirón -¡Pinté las flores!- cerró los ojos y se encogió de hombros cuando sintió la mirada reprobatoria sobre él.

-¡Henry!- dijo Mills duramente. ¡Con certeza le caería una bronca de las grandes!

-Mamá Regi, yo solo quería ayudar...¡Mira!- señaló la pared y en ese momento tropezó con su bracito el cubo de pintura que cayó al suelo –Quedó boni...- su voz murió. Se llevó las manos a la boca aguantando un "ohhh"

Una promesa de amorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora