Despedida de soltera. Primera parte

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-Regina...-dijo Zelena fríamente -¡Entra, Roland!- fue lo único que dijo. El pequeño obedeció cabizbajo.

-Zel, yo...- Regina intentó explicar

-¡Nunca más hagas esto, Regina! ¡Roland es mi hijo! ¡No tienes derecho a quedarte con él de esta manera! ¡Hoy él tenía que ir a ver al padre! ¿Y sabes lo que tuve que hacer? ¡Mentir! ¡Por tu culpa!- la acusó

-Zel...- intentó otra vez

-No, Regina...- Zelena no estaba dispuesta a escucharla

-Mamá...Tita...No peleéis...Por favor...Sois hermanas...- Roland volvió y agarró las manos de ambas, quería ver a las dos bien, unidas de nuevo

-¡Ve a tomar el baño, Roland...Ahora!- la pelirroja ordenó

-¡No tienes por qué tratarlo así, Zel!- la más joven la reprendió –Si quieres castigar a alguien...¡Castígame!- dijo firme

-¡No me vengas a decir cómo educar a mi hijo, hermanita!- reviró los ojos de forma irónica

-No es eso, Zel...- Regina intentó disculparse, bajó la cabeza, todo lo que quería era un abrazo, y su hermana no cedía –Ya me voy...Aún así, gracias por dejarlo ir...- Regina giró la espalda en dirección a las escaleras. Aunque Zelena actuaba de esa forma, la morena estaba agradecida por, al menos, haber pasado el cumpleaños con el sobrino.

Zelena vio a la hermana descender el primer escalón, sintió encogerse su corazón, recordó lo que la madre le había dicho, "la unión de vosotras dos es fuerte y poderosa", y tenía que estar de acuerdo, todos los días había echado de menos a la hermana, también al marido, pero maridos y novias van y vienen, como decía Cora, ella tenía razón, ¿de qué había servido tanto orgullo por parte de las dos? Ellas se querían, eran hermanas. ¿Para qué prolongar aquel sufrimiento?

-Gina...- Zelena la llamó. Regina la miró de lado –Felicidades...- dijo Zelena casi en un susurro. Pero fue suficiente para arrancarle una hermosa sonrisa a la más joven, asintió con los ojos llorosos y bajó las escaleras, dejando a la pelirroja pensativa encima de sus tacones.

-¡Mira mamá! ¡Me han dado dos regalos!- Roland le enseñó los juguetes que Emma y la tía le habían regalado. Zelena miró al hijo ajena, pérdida en sus pensamientos.

-¡Te mandé ir a bañarte, hijo!-la pelirroja reprendió al pequeño que no la había obedecido.

-Sí, mamá...Ya voy, pero es que quería verte a ti y a la tita abrazarse- dijo con expresión traviesa

-Ah, hijo...- abrazó al pequeño con cariño, acariciando su travieso rostro-Te ayudo a bañarte, cariño...- condujo al hijo al baño.

-¡Ma!- el pequeño paró a la madre en mitad del camino –Ve a darle un abrazo a la tita Gina- pidió con los ojos del gato con botas. ¿Cómo resistirse?

-Hijo...La mamá y la tita...- no sabía qué decir, el hijo no era tonto –Estamos reconciliándonos...- dijo intentando librarse del tema

-¡No! ¡No lo estáis! Escuché cómo le hablaste a la tita...¡Mamá!- el pequeño tiró de la madre para que se agachara y quedara a su altura, la miró seriamente, como si fuera a darle una bronca –¡Ve a darle un abrazo a mi tita! ¡No quiero saber cuál está equivocada!-dijo exactamente de la misma forma en que la madre hablaba con él cuando se enfadaba con su hermana -¡Sois hermanas y no podéis pelear! ¿No es así que siempre me dices cuando no quiero jugar con Dorothy?- el pequeño la miraba serio con los bracitos cruzados, golpeaba el suelo con uno de los pies. Zelena rió ante la situación, aquello era verdad, no estaba siguiendo su propio consejo. Ese no era el ejemplo que quería darle al hijo, ¡aquello tenía que parar! ¿Cuántas veces Regina le había pedido perdón sin ni siquiera estar equivocada? Zelena ya ni se acordaba, ahora era su turno, mostrar que sí, que sí podían ser hermanas inseparables.

Una promesa de amorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora