II

19.8K 1.5K 188
                                    

— Hola, ¿Hablo con William Belmonte?— las voz de Ana sale con cautela.

— Sí, el mismo. ¿Con quién hablo?— la voz con acento español del hombre se hizo presente a través de la pequeña bocina del dispositivo.

— Gracias al cielo. Es Ana, la  madre de Charlotte— un jadeo sorprendido fue su respuesta abtes de que palabras coherentes llegaran a sus oídos.

— Señora Ana, que sorpresa. ¿Cómo está?— la mujer sonrío cálidamente imaginando la mirada gentil del castaño.

— Estoy bien cariño, gracias por preguntar. Me encantaría charlar un poco más pero necesito tu ayuda urgentemente. ¿Estas ocupado?

— ¿Qué necesita? ¿Sucede algo?

— Es Charlotte— la mujer no pudo decir una palabra más antes de que el chico al otro lado de la linea se alarmara.

— Voy para alla— y así, la llamada terminó.

Ana dejo el teléfono en su lugar y tomo asiento junto a su cuñada, la cual, no dejaba de mirar el techo mientras acariciaba a su mascota.

— Ese mocoso...— sonríe de lado— es un buen chico.

— Lo es— concordó la rubia—¿Cuanto crees que tarde?

— Yo le pongo menos de cinco minutos— miro su reloj de muñeca— quizás tres. Estamos hablando de Charlie aquí, llegaría volando si pudiera.

Ana asintió totalmente de acuerdo, ella sabía de sobra que Charlotte era importante para William, y viceversa. Los dos jovenes se confiaban la vida y no se ocultaban nada. Ana respetaba y admiraba la amistad tan pura y fuerte que ambos tenían, y, muy en sus adentro, confiaba que esa amistad algún día llegara a algo más. Como toda madre, ella desea que su hija encuentre una buena pareja, un hombre que la proteja y la ame incondicionalmente y para Ana, ese hombre era William. Su hija y el menor de los Belmonte eran inseparables desde que eran unos niños apenas. 

La Señora Garay recordaba perfectamente el día en el que ambos jovenes fueron presentados. Ella supo, al instante en que aquellos dos se sonrieron, que el futuro de su hija estaría estrechamente conectado al del muchacho. Su sexto sentido se lo decía; la idea no le disgustaba para nada, de hecho, le emocionaba pensar que el hijo de su preciada amiga se llevara bien con su única hija. Lamentablemente, no podia decir lo mismo de su esposo, aunque él era un caso perdido y no tenía solucion. La idea de darle a su hija a un hombre o tan si quiera alejarla de su familia era un pecado para él.

  — Ya llegó, tres minutos con dos segundos—  Felicia hablo, sacando a Ana de sus pensamientos.

La mujer de apariencia joven se levanto del sofa y corrió hacia la puerta de entrada. Al abrirla, allí estaba él. Un joven vampiro apuesto en sus plenos 21 años, cabello desordenado y castaño claro, ojos ámbar de mirada angustiada y rostro con facciones plenamente masculinas.

— Hola Señora Ana— con sus manos en sus bolsillos le dio una pequeña sonrisa y paso a su lado cuando la mujer le dio pase.

Ambos caminaron hasta la sala de estar en silencio absoluto. Al llegar a su destino la mujer fue la primera en hablar.

— Esta en su habitación, no ha querido salir desde que llegamos. No ha querido decir nada tampoco...no— la mujer fue incapaz de terminar su oración, cerró sus ojos y negó entristecida.

— ¿Saben lo que sucedió?— el chico tomo con cuidado el hombro de Ana y la indujo a sentarse. Se veia muy afectada y el temía que se echara a llorar frente a él. No sabía como debía reaccionar ante una situación así.

— No, como te dije, no ha dicho nada.— el castaño asintió y luego dejó caer su atención en la pelinegra a sus espaldas.

— Señora Felicia— saludo automáticamente para luego recibir un golpe en la cabeza por parte de la susodicha— ¡Agh!

— Me le quitas lo de Señora, mocoso. Fácilmente puedo ser tu hermana.— gruño con momentáneo enojo y le fulmino con disgusto.

— Lo siento Felicia, lo olvide— la mujer de ceño fruncido solto un 'jum' desinteresado y volvió a tomar asiento.

— A la proxima te castro, niñato.— hizo una pausa y suavizo su mirada.— ahora mueve tu trasero y sube esas malditas escaleras. Esa chica te necesita.— dudó por un momento pero al final, la preocupación que su máscara de desinteres ocultaba fue mostrada— Date prisa, por favor.

William, sorprendido cuanto menos, asintió y miro a la madre de su mejor amiga en busca de permiso. Después de todo, aquella no era su casa. La ojigris asintió y hizo un pequeño ademán, dejandole claro al muchacho que podía ir sin preocupaciones. Y de esa forma lo hizo, con la velocidad que su naturaleza le permitía subió las escaleras y corrió hasta la puerta. Sin dudarlo toco la madera dos veces pero no obtuvo respuesta.

La angustia en su pecho creció un poco más. Charlotte nunca haría eso, a menos que no estuviera presente. Pero él sabía que ella estaba adentro, podía percibir perfectamente su escencia.

— Muchacho — el cuerpo del hombre menor dió un pequeño brinco ante la voz de acento francés.

— Señor— lo saludo con nerviosismo. Era bien sabido por él y por todos que el padre de Charlotte no congeniaba mucho con él...ni con ningún otro hombre que estuviera relacionado con su hija.

— Ven conmigo un momento— William asintió con cuidado y siguio al mayor a sus aposentos.— te dejaré las cosas claras...— empezó a hablar en voz baja, activando la alarma del chico frente a él. El Señor Garay era intimidante cuando estaba serio.— ayudala. Te lo pido como favor, como un padre. Por favor, ayuda a mi hija. Sé que eres el único que puede hacerlo ahora. Así que...te confio a mi hija.

El ojiambar trago saliva. En su vida, en todos esos años que paso junto a la familia Garay, había visto el hombre de la casa tan angustiado, y tan desesperado por algo. Era un hombre que siempre estaba feliz, con una sonrisa en su rostro y luz en su mirada. Tampoco pensó que esas palabras algunas vez fueran dirigidas a su persona, era obvio que él no era del agrado de pelinegro.

— Aunque no lo hubiera pedido Señor Garay, hubiera hecho hasta lo imposible por su hija.— el ojiazul solo le miro inexpresivo mientras el menor se daba la vuelta— si me disculpa, debo ir con Charlotte— empezó su pequeña caminata hacia la puerta, y allí, antes de salir completamente de la habitación dijo— Y gracias Nicolas, por poner tu confianza en mí.

De esa manera, el muchacho dispuesto a todo por la joven de rubios cabellos y ojos azules salió de la estancia, dejando atrás al ojiazul que con una mirada satisfecha sonreía hacia la puerta.

'Es un buen chico, puede que seas digno de mi hija...puede'

Pensó con orgullo y se giro hacia la ventana, ya era tarde y el cielo le daba un espectaculo de colores. Suspiro con cansancio y se sentó en su cama.

Vaya día, y aún no terminaba.

La muñeca del pasadoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora