XXII

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El camino de vuelta a la mansión fue bastante deprimente. Varias veces consideré dar la vuelta y volver a casa. Ciertamente, si pudiera haberlo hecho, no estuviera aun en este territorio. No obstante, no recordaba como llegar, ni siquiera recordaba como lucia la casa ya, tampoco sus alrededores.

¿Como puedes volver a un lugar que no conoces?

Necesitaba desahogarme con alguien, contarle todo lo que estoy pasando y que es oersona pueda darme un buen consejo. Lo ansiaba tanto justo ahora. Estaba perdida y eso no me extrañaba ya, me había acostumbrado a no saber nada en tan poco tiempo. Y aún cuando estaba acostumbrada, el vacío no se iba, sino que crecía a cada recuerdo que se iba de mi mente, no importa si otros miles llegaban.

Me preguntaba, ¿Cuando se detendría todo esto?

Sí, ella decía que cuando recuperara todos los recuerdos de mi "vida pasada" todo acabaría. Pero ¿era eso realmente era todo? Estaba perdiendo mi vida a cuenta ¿de qué? ¿Ganarla de vuelta? Era injusto, ilógico sobretodo. ¿Que hice para perder mis memorias, mi felicidad, mi hogar? Era algo que me pertenecía, era mio y no hay razon valida para quitarmelo y luego obligarme a recuperarlo. Era como un comercio sin ganancias; me estaban vendiendo lo que me pertenecia a mayor precio cuando fue claramente robado en mis narices.

Una risa retorcida y baja escapa por mis labios ante mi comparación. Mas la misma muere un segundo después, siendo reemplazada por una mueca inconforme.

¿Como me sentía ahora? ¿Enojada? ¿Desesperada? ¿Triste?

No lo sabía exactamente.

Entro a la mansión en silencio, sin el mínimo deseo de encontrarme a alguien. Graciosamente contradictorio, pues segundos antes estabas deseando un confidente. Pero simplemente esta casa me quitaba los animos de todo, como si se tragara mis energías.

Mis pies suben las escaleras con una lentitud torturosa, cada paso trayendo consigo una repetición de lo que sucedió en aquella cabaña. Había quedado como una estúpida egoísta. Y quizás eso era, probablemente.

Tomo el picaporte y lo giro, empujando la puerta con el solo pensamiento de aquella cómoda cama. Unas horas bajo las sábanas llorando en silencio no me harían daño. Tenía el corazón dolido por algo que fue mi culpa. No debí haberlo hecho, no debí creer en los sentimientos ni dejarme llevar de aquella forma tan descarada. Es solo que...ser amada se sintió tan bien. Sentir en carne propia lo que por recuerdos había visto fue magnífico.

¿Era culpable al haber deseado más? ¿Había culpa en querer amar y ser amado?

Era yo una...¿pecadora?

Rio otra vez por lo bajo. Pecadores, demonios, monstruos, había nacido siendo parte de ellos. Y moriría de la misma forma.

La risa tampoco me dura tanto. No obstante, una sonrisa cínica se queda plasmada en mi rostro.

— Vaya— digo, llamando la atención de ambos.

El beso apasionado que compartían se rompe y sus ojos antes cerrados se abren con sorpresa y miedo.

Miedo.

— ¿Interrumpo?— me burlo, sonriendo agriamente a mi mejor amigo.

¿Seguía siéndolo?

— Charlotte, no es lo que...— la fulmino, avisándole que no quiero escuchar su chillona voz ahora mismo.

— Vete— le digo de manera simple, pero ella se queda allí, estática— dije algo— asiente y temblorosa se levanta, mirandome de reojo con cautela cuando pasa a mi lado— no te mereces a Edward, zorra.

La muñeca del pasadoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora