XLI

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— Los Lee ya llegaron, ve a saludarlos.— Edward aparece en mi camino con la cara seria de siempre, hoy algo cansada también.

— ¿Porqué no vas tu?

— Porque no soy el CEO, soy el Director de operaciones. Además, yo fui quien los recibió en la puerta. — toma aire y me mira fijamente — ¿Sabes qué? no pienso discutir contigo hoy. Haz lo que quieras.

Oh, eso es nuevo.

Nunca pensé que se daría por vencido tan rápido con situaciones relacionadas al trabajo. Mis ojos caen pesados en su nuca mientras lo veo alejarse entre la gente, saludando y dando la bienvenida con una amabilidad que a mi me repelía. Enserio no tenía idea como podía soportar a esta gente por tanto tiempo.

— ¿Cuanto falta para que esto acabe?— susurré muy bajo, alzando mi mano y apartando la manga del saco de mi muñeca para ver la hora en el reloj dorado.

Cinco malditas horas más.

Chasquee la lengua y le di una sonrisa ladina a la señora que me miraba reprobatoria. La mujer llena de canas frunció los labios con indignación y arrogancia antes de apegarse a su marido y darme el hombro de hielo. Como so eso me afectara en lo absoluto.

Jodase vieja, no estoy aquí para caerle bien.

— Supongo que es esto o nada.— murmuro caminando a la entrada, viendo enseguida a la peculiar familia fundada en Qipaos purpuras.— huānyíng Lee Xiānshēng, Lee Tàitài, Lee Xiǎojiě. — estiré mi mano y la estreché por unos segundos con el hombre de cara larga y postura rígida. También incliné un poco mi cabeza con un respeto que no poseía realmente y lo observé hacer una media reverencia. Su hija y su mujer también la hicieron.

— Es un placer conocerle, sabe usted hablar muy bien el mandarín.— su español era algo cercano a lo ininteligible gracias a su fuerte acento. Su problema no era la dicción, sino la vocalización.

— Aún me queda un largo camino, por favor siéntase como en casa. Ha sido un gusto recibirlos. Si necesitan algo no duden en contactarme.— con otra inclinación breve de nuestras cabezas me marché de su presencia con la mayor deferencia posible.

— ¿Chinos, eh? — gruño al notar a Lombrad detenerse a mi lado con una copa de sangre en la mano. Este imbécil salía de la nada cuando menos lo necesitaba.

— ¿Qué quieres? — escupo fulminandolo de reojo sutilmente.

— Nada, nada. Solo montar conversación, hace tiempo que no nos vemos.— ni me acordaba de ti, ya puedes largarte — oye, me enteré de la boda de tu hermano.

Ah, eso era. A veces el pelirrojo podía ser mas metiche que una cuarentona sin vida propia. Por eso odiaba cuando lo veía, siempre intentaba sacarme información para luego regarla en sus fiestesitas de té con los viejos del consejo.

Si algo me cabreaba de verdad, eran los metiches. Más aquellos que se meten en las cosas a las que más le rehuyo.

Mi expresión se enfría en un instante y dejo de mirarlo, mi mandíbula se tensa y mis manos pican con una necesidad que ahora no puedo complacer.

— Sí, se casó.— dije con severidad.

— Con una vampiresa. ¡Increíble!— sin captar mi clara molestia el pelirrojo siguió hablando, su voz gruesa irritando mis oídos—  Sabes, perdí 5,000 dólares por ello. Enserio pensé que se casaría con una bola de garrapatas de su manada. Pero bueno, será para la próxima. — sonríe con un positividad enfermiza y palmea mi hombro.— ¿Tú piensas casarte?

La muñeca del pasadoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora