XLVI

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Levanto la tapa de la olla y miro el arroz. Ruedo los ojos al ver que hay demasiada agua y que ya no había marcha atrás.

— Tendremos que pedir comida— le aviso sin ánimo.

Dos días, dos días en los que él no ha dormido. Es como si supiera que planeo matarlo mientras duerme. Sin embargo, contradictorio a lo que pienso, sus hombros se relajan a mi lado. Luego, me da la espalda sin preocupaciones y me deja acercarme cuando quiero.

¿Sabía o no sabía?

— ¿Acabaste los dos paquetes ya?— pregunta burlón, reclinado de la isla mientras me mira divertido. lo fulmino brevemente antes de pasar por su lado y salir botando humos de la cocina.

Sí, había intentado hacer arroz dos veces y ninguna me salió bien. La primera se me quemó y la segunda, se me fue la mano con el agua.

— Pide lo que quieras — mascullo encaminandome a la sala de estar.

Realmente estaba enfadada. Pero no era por la comida, por supuesto que no, eso era una tontería. Estaba molesta porque mi límite estaba muy cerca y el actuar cariñosa con aquel imbécil se me hacia cada vez mas difícil. Si fuera por mí me giraría y le rompería el cuello con tal de no oírlo un segundo más. Pero las cosas no eran tan sencillas. Yo sabía que él era –por mucho– más fuerte que yo, más veloz. También, aunque despreciara notarlo, él no era tonto. Ya llevaba tres veces que sacaba a la luz mis comportamientos extraños.

La última vez casi lo hecho todo a perder.

— ¿Te gusta?— susurra a mi oído, jadeando lentamente. Sus ojos tomando un destello arrogante.

S-sí — sonrío entre gemidos mientras acaricio su espalda desnuda, haciendo un camino dulce hasta su cuello.

Un giro espontáneo y todo terminara para ambos. Podré irme de este lugar por fin.

— ¿Qué haces?— pregunta, deteniéndose por completo. Salgo de mis pensamientos con el ceño fruncido.

— ¿De qué hablas?pregunto con inocencia, alejando lentamente mis manos de su cuello. Ahora notando que tal vez había apretado muy fuerte demasiado pronto.

— ¿Intentas romperme el cuello? — su cabeza se inclina levemente hacia la derecha y su mirada se clava con seriedad en la mía.

— ¿Qué? ¿Por qué haría eso? — mi tono es suave, muy confundido. Como si en realidad estuviera perdida en esa mirada depredadora suya.

— ¿Me crees estúpido?— su mano se cierra sobre mi cuello y hace presión con la sola intención de amedrentarme. No obstante, no me causa temor alguno. Sé que el no ira a por más. Al menos mientras lo mantenga contento.

— N-no, por supuesto que no— tartamudeo como antes hacia, pero por dentro le estaba gritando todas las maldiciones que me sabía.

— Hm. ¿Segura?

— Completamente. Te amo, Stephan.— su sonrisa satisfecha me recuerda el odio que le tengo. Siempre tan arrogante, siempre mirándome desde arriba. Como si en realidad fuera superior a mí en algún modo.

Tch, cuantas ganas de borrarle aquella sonrisa del rostro.

— Dilo de nuevo — murmura a la par que empieza a moverse, esta vez tengo que esforzarme un poco más para sonar creíble. Tengo que respirar despacio antes de repetirle una vez más la misma mentira de siempre.

— Te amo Stephan.

Eso fue ayer, mientras lo hacíamos en el sofá. Al igual que lo hicimos en la bañera, en la cocina y en la cama. No se cansaba y yo estaba a punto de romperle la cara con una cachetada la próxima que me tocara. Suficiente demás tenía con su constante y no deseada atención. Era tanto el agobio y la molestia que incluso llegaba al punto en el que quería largarme y dejarlo todo tirado.

En mis planes no tomaba en cuenta que tal vez Stephan fuera un romántico empedernido con toques extremos de perversión.

Suelto aire mientras miro la ciudad desde el balcón. Estábamos en un décimo piso y la gente que transitaba por las calles empezaban a verse como hormigas. Me reclino del barandal con un aburrimiento tremendo y subo mis ojos al cielo naranja. Mis pensamientos empezaron a flotar como lo hacían las nubes y de un momento a otro me encontré analizando por milésima vez mi situación.

No tenía idea de en que parte de Londres estabamos, pero estaba segura que seguíamos en la ciudad. Habían demasiadas banderas para no serlo y el acento de las personas, de esas que oía discutir por los engaños de parte y parte en el balcón de abajo era muy marcado. Quizás me equivocaba pero estaba casi segura que seguíamos en la ciudad de Londres.

— Voy a comprar comida en la cafetería de abajo. ¿Necesitas algo? — miro brevemente sobre mi hombro al sujeto en el umbral de cristal y declino su oferta.— como quieras. No te muevas de aquí, no tardo — las palabras salen de su boca con un flujo suave que a simple vista no tienen más significado. Pero había aprendido que con él, la mejor manera de comprender correctamente lo que dice es mirarle a los ojos.

Y oh, eso era más que nada, una pequeña amenaza.

Regreso mi mirar a las vista con una sonrisa retante, abundante en arrogancia. Definitivamente sospechaba algo. Mucho mejor, ya pronto podría dejar este teatrito de cuarta.

— ¡No voy a perdonarte solo porque me hables bonito!— la voz femenina de la vecina resonó en el aire con una potencia irritante.

— ¡Deberías pedirme perdón tú también, jodida zorra!— el hombre me recordó a Stephan. Algo en su tono era muy parecido a la actitud arrogante y egoísta del Salvatore. Inmediatamente me cayó peor que la chillona novia que tenía.

— ¡Tu lo hiciste primero, hijo de puta!— y a eso le sigue un portazo que tuvo que haber roto el umbral y la pared. Los gritos siguen pero ahora se escuchan ahogados, de igual manera ya mi interés estaba perdido. Mas bien había vuelto a molestarme.

Perdonar, hablaban de ello como si fuera un requisito. Algo obligatorio y merecido, cuando a ninguno se le veía la mínima intención de decirlo en serio. Cuando en realidad dejar ir algo no era tan simple. Aunque yo no lo haya tratado mucho, alguna vez, tal vez por un segundo, pensé en perdonar a Stephan y terminarlo todo en paz. Seguir con mi vida, alejarme de todo. Pero entonces recordaba todos ese tiempo que él me mantuvo a su lado. Recordé lo que sentí las primeras veces que tomó de mi sangre, que me tomó a mí a la fuerza. Recordé la manera en la que me humillaba constantemente. Como la felicidad que encontré me la arrebato de las manos bruscamente para luego empujarme a un vacío oscuro e interminable. Recordé, agriamente con el corazón sollozando, la perdida de lo más importante que jamás me hubiera podido pasar.mi aborto es lo que más me había dolido y sigue doliendo en todo ese tiempo.

Para decir la verdad, es la principal causa de todo esto.

La perdida de Seung, por otro lado, no estaba en mi lista de razones. Simplemente no era lo más importante. Él era solo un hombre más en la vida de Lucia, uno al que odiaba solo un poco menos pero que seguía odiando de igual manera. Puesto que pese a que fue razón de felicidad por un tiempo, también fue un ataud de tristeza en otro. Para mí, Seung fue un error, el error que quizás haya comenzado una catástrofe. Pero tenía que ser realista, Stephan hubiera hecho de ella mierda de todas maneras. Tal vez se hubiera tardado mas si Lucía se hubiera quedado sola, o tal vez la hubiera matado antes. Eso sí, no hubiera sufrido tanto como lo hizo si moría drenada un par de semanas después de llegar a la casa.

Nunca hubiera probado esa felicidad que Seung pudo darle si nunca hubiera sabido que era amar. Tal vez todo hubiera terminado fácilmente. Hubiera sido otra esclava vacía que moría en manos de un vampiro. Una mujer más sin familia, sin amigos, sin nadie. No tendría una historia que pudiera alargarse, no hubiera tenido nada por lo que aferrarse a vivir en un mundo que morir humano es un privilegio.

Sobretodo, yo no estaría aquí. Estaría con mi madre y con mi abuela. Estaría en paz, siendo una sola persona. Una humana sana y no un mounstro sediento.

A veces me pregunto, si volveré a verlas. Si después de todo esto, tenga tan siquiera el derecho a abrazar a mi verdadera familia, a mis raíces.

Me pregunto, si hay manera, de cerrar mis ojos y abrirlos para ver a Abuela charlas amenamente con mamá. Si hay alguna manera de volver a ser humana y sentirme en casa.

La muñeca del pasadoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora