XLIX

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— No, estoy cansada— murmuro mientras me alejo del castaño. Era como un chicle en la suela del zapato. Molesto y asqueroso.

— Solo quiero abrazarte cariño— lo miro de reojo sin creerle para nada y vuelvo mi vista al libro en mis manos.— ¿Qué tienes? Las pasadas horas has estado de mal humor.

— Quizás si me dieras espacio — digo vagamente, terminando de leer el último párrafo antes de pasar de página.

— Bien. Te dejaré sola entonces— murmura mientras se levanta del sofá. La amabilidad en su tono no concordaba con si cara. Mis ojos lo siguen hasta que su espalda desaparece detrás de la puerta de la habitación.

No le di importancia y seguí leyendo el pequeño libro. Era una historia corta de una chica que había hecho un contrato con un demonio para salvar a su madre. Aún no me decidía si me gustaba o no, pero mejor leer que respirar el mismo aire que Stephan.

Seguí leyendo hasta casi terminar el libro. Stephan no había aparecido en al menos una hora y eso era un record. No recuerdo que haya pegado mas de media hora sin él pegado a mi lado. Cielos, tengo que matarlo de una vez. Si sigo con esto en algún momento me volveré loca y todo lo que hice valdrá menos que mierda.

Soltando aire pongo el rectángulo de carton en la página en la que me había quedado y me levanto del sofá. El libro lo dejo en la mesa frente al sofa antes de seguir mi camino hacia la habitación.

— Stephan— llamo al entrar, sin embargo rápidamente me calló y me detengo.

Estaba durmiendo. Por fin.

Una sonrisa trepa mi rostro, la emoción me recorre el cuerpo y camino sigilosamente hacia la cama. Un giro a su cuello y amarrarlo a la cama. Lo último no tendría mucho efecto, puesto que podría soltarse en menos de cinco minutos pero para mí, sería suficiente.

Asi que sigilosamente me acerque a su cuerpo dormido. Movi mis manos sobre su rostro y sin esperar mucho, cerré mis manos en su mandíbula y torci en un ángulo enfermo su cuello. El sonido fue espontáneo pero fuerte. Lo hubiera escuchado la antigua Lucia y estuviera retorciéndose.

— Joder que emoción — chillé mientras tomaba una de las sábanas y la rompía en trozos largos.

Mi corazón estaba palpitando rápidamente en mi pecho, contento. Esto era lo que yo más quería. Esta era mi libertad.

Rode su cuerpo al centro de la cama y uni sus manos antes de amarrarlas al respaldar del colchón. Luego le siguieron los pies, pero estos a diferencia de las manos los amarre separados. Al final me asegure de que los nudos estuvieran bien apretados, tanto que cortaran la circulación de sus manos y pies. No la necesitaba de todas maneras.

Se veía tan indefenso, casi me da lastima. Pensé viendolo desde el final de la cama. Matarlo rápido no sería divertido para nada. Por lo que me gire sobre mis talones y busque un cuchillo en la cocina.

Si su nombre se había marcado en bajo piel, yo marcaría el mío en la suya.

Y lo hice, con la sonrisa más grande y sincera que había sacado en mi vida. Lo escribí una y otra vez, mientras que en su abdomen se cerraba la piel, yo abría la de su pectoral. No había vista mas hermosa que el hombre que más odiaba sangrando. Y sangrando mi nombre.

— ¿Q-qué demonios?— sus labios se abrieron despacio al igual que sus ojos. La confusión en su cara fue magnífica y me supo a gloria absoluta.

— ¡Buenas tardes!—canturreo dulcemente.

— ¿Lucia? — asiento mientras me posiciono a su lado. Su ceño fruncido viaja junto a su rostro mientras el se mira como puede. Mueve sus manos, mueve sus pies y se da cuenta en la situación en la que se encuentra.

— Dime, amor— digo a la par que dejó caer el cuchillo en el suelo sin cuidado. Sus sentido se alertan ante el sonido agudo del metal chocar contra el mármol.

— ¿Que estas haciendo?— lo miro seriamente y suspiro rendida. Definitivamente su existencia me amargaba la vida. Lo prefería inconsciente.

— ¿Que te parece que hago?— pregunto lentamente inclinandome hacia él. El olor de su sangre baño por completo mis fosas nasales.

— ...¿No me amas?

Estaba esperando una reacción impulsiva. Un grito humillado o incluso, en una caso extremo, lágrimas. Pero esa pregunta necesitada, ¿que demonios?

— A ver, Stephan.— solté estupefacta, alejándome de su espacio — ¿Mataste a mi hijo, me violaste, me humillaste, me esclavisaste y aun así creíste que podia amarte? — sinti lástima hacía aquel castaño por unos segundos antes de que la oleada de furia los ahogara sin pena alguna.

— No. Tu me amas.— sus ojos claros se perdieron en mi rostro y su expresión quedo en blanco.

— Eres patético Stephan Salvatore.— murmuro asqueada de su debilidad, de su cara, de sus ojos y del dolor que casi parece real.

— Cállate — susurra suavemente, la palabra parece rasparle la garganta. Esa mirada temblorosa no le pertenecía a un ser tan vil como él. Pero, aún así disfrute verla.

Disfrute saber que sentía algo de lo que yo recordaba había sentido hace años. Me imaginé que le dolía el alma, que se sentía como escoria y que solo quería escuchar que todo era una mentira. Recordé que mientras el me miraba desde arriba y me pisoteaba lo único que yo pedía era alguien, algo que me salvará.

—¿ Te duele la verdad? ¿Eh? — siseo tomando sus mejillas y obligándolo a mirarme a los ojos— ¿Te molesta que te diga que eres un asesino, un ser inutil, autodestructivo que no vale nada? ¿Eh, amor, te molesta? ¿¡Te molesta!?

Sonreí abiertamente al ver la ira inundar sus ojos, al sentir su respirar descontrolarse. Al verlo romper la mascara de víctima que se había puesto.

— ¡Callate! — rugió y trato de zafarse. Frunci el ceño y bofetee su rostro fuertemente.

— ¡Tu nunca te callaste!— le recuerdo— Ahora me vas a escuchar tu a mí. Voy a matarte Stephan, tal y como tu lo hiciste conmigo.

— Yo no te maté — dice como si estuviera en lo correcto. ¿Que tan desagradable y vil podía llegar a ser este monstruo?

— Tú me quitaste la vida antes de que yo dejara de respirar— siseo furiosa, hundiendo mi dedo índice en su pecho— me destrozaste física y mentalmente durante meses y meses solo por que te aterraba no tener absoluto poder sobre mí. Te encargaste te meterte bajo mi piel y envenarme hasta la raíz solo por que eres un cobarde traumado que no supo ponerse los pantalones y seguir adelante. Eres inmaduro, eres impulsivo y corrosivo.— me acerco más a su rostro, nuestras narices rozando— Y óyeme bien cuando te digo que no hay amor que valga contigo. Quizás fue lo mejor que Naara muriera antes de convertirse en la mujer de una bestia como tú.

Eso último, eso le había dolido tanto, lo había hecho pedazos.

Y oh, que bien se había sentido ver una torre tan alta caer tan bajo.

La muñeca del pasadoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora