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— ¿Qué piensas romper, eh? ¿Qué te queda por romper? Dime una sola cosa que no me hayas hecho ya.— pregunté sin sentimientos en la voz.

Hacerme la rebelde e intentar dominarlo ahora no me serviría de nada en realidad. El tampoco me comería el cuento de  quererlo por el momento. Así que simplemente me quedaba callar y esperar una oportunidad para irme. Porque sí, me retiraría.

— Sabes...— mi atención recae en él y vuelvo a notar todo su peso sobre mí, su aliento en mi rostro, su mirada perversa. Toda su asquerosa existencia.— sigo creyendo que aún le tienes cariño a Seung.

La confusión me llena enseguida que escucho aquella barbaridad,  pero es cubierta al instante por la indignación y el rencor. De mi boca iban a salir decenas de insultos y razones por las que él estaba incorrecto. No obstante me mordí la lengua y esperé a que siguiera con su palabrería absurda. Me convenía, y además él no podía decir nada que me convenciera. Yo no quería a Seung para nada, ni que estuviera tan jodidamente loca.

— Lo sigues mencionando al dormir— eso no lo esperaba. Frunzo mi ceño y trato de descubrir si lo que dice es honesto. Si no está tratando de jugar conmigo. Pero también cabe la oportunidad de que esos sueños no fueran precisamente míos. Y si así fuera, entonces tenía más de un problema.— Por supuesto que no sabías eso — susurra con una sonrisa mientras tilda su cabeza hacia la izquierda con sorna — incluso cuando dices detestarlo, sigues mostrando tanto interés en él. Tu no puedes ver tus reacciones Lucia, pero cuando escuchas su nombre tus ojos te delatan. Te importa más de lo que dices. Ni en tu faceta más vil puedes ocultar tu atracción por él— su sonrisa crece a segundos al igual que su fuerza, su enojo ocultó tras su alegría mentirosa. Miro sus manos cerradas en mis muñecas y reprimo el quejido que quiere salir como un grito— Sabes como me molesta eso ¿no? Que quieras a otro hombre. Que pienses en otro hombre, que sueñes con otro hombre que no sea yo.— gruño, rechino mis dientes y cierro mis ojos para no matarlo con la mirada. Mi pecho ardía, la ira me estaba quemando la carne, la piel, hasta el alma. ¿Como podía ser tan descarado? — Porque, me perteneces, eres mía y como tal solo deberías prestarme atención a mí...como una buena esclava.

— Eso jamas pasara.— aseguré entredientes. El sabia como hacerme hablar, como picarme. Maldito.

— Ya pasó una vez, puedo hacer que pase de nuevo. Fácilmente.

— Ya no soy humana Stephan, ¿lo haz olvidado? No puedes manipularme de nuevo. — abro mis ojos lentamente y lo miro a los suyos. Era increíble como algo tan bello podía causarme tanto asco, tanto odio.

— ¿Cuanto tiempo llevas siendo una vampiresa, eh? ¿20 años? — sonríe complacido— Aun eres una bebé Lucia. No sabes nada de esto y con el padre que tienes dudo mucho que conozcas algo fuera de tu familia.— explica y para mi sorpresa me deja ir. Entonces, se reincorpora y se sienta al borde de la cama.

— Sé lo suficiente. No puedes hacerme lo mismo que me hiciste hace años.— le hago saber con confianza, acomodándome lo más lejos posible de él que pudiera. Sus ojos siguieron mis movimientos con vagancia maliciosa antes de sonrier por lo bajo. Estaba entretenido, esto le gustaba. Era un sádico.

Si fuera por mi hubiera salido corriendo hacia ya años, pero no podía. Él no me dejaría, se le notaba en la mirada. Si yo me movía de una manera que a el no le agradara, era mi fin.

Solo tenía que esperar, un momento de distracción y era libre.

— No exactamente lo mismo, no. Pero hay otras maneras de amarrarte a mi lado. — gira su rostro hacia mí por completo y me observa en silencio por lo que me parecen largos minutos. Me mira como si apreciara una escultura hecha por sus propias manos. Estaba orgulloso. ¿De que mierdas?— Hay muchas.

La muñeca del pasadoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora