El Salvatore quería ocultar su rostro, negarle a aquella mujer el placer de ver la expresión adolorida que tenía. Pero estaba amarrado y expuesto completamente ante ella. La miró de nuevo y sonrió agriamente. Oh, que bella era. Aún con esa frialdad en su mirada y ese fuego ardiente en su lengua; esa mujer era la más hermosa.
Entonces pensó en Naara, a quién le había hecho recordar. La imágen de la pelinegra era vieja, gastada, con muy pocos sentimientos. No podía decir que la había olvidado, pero su recuerdo simplemente parecía una página de un libro viejo. Una historia que perdió su toque, su sentimiento.
¿Entonces por qué le había dolido tanto?
Quizás fue el tono oculto en la voz de Lucia. No la arrogancia ni el resentimiento; el pesar amargo que trataba de esconder tras su actitud hiriente. La miró en silencio, mientras ella seguía escupiendo espinas, una tras otra sin detenerse. Quiso preguntarle por qué había esperado tanto para esto. Pero se le vino a la cabeza que el hubiera hecho exactamente lo mismo.
—¿Lo haz notado? — preguntó con una sonrisa vaga, sus ojos posándose intensamente en el rostro irritado de la chica.
— No me estás atendiendo— dijo irritada la rubia, chasqueando su lengua con disgusto.
— Eres como yo. Estas actuando como lo haria yo — entonces rió desde lo profundo de su corazón, con una alegría repentina que confundió pero también enfureció a la vampiresa de poca paciencia— Eres una copia mía. ¿En serio no lo notaste? Joder.— dijo con sorna, mirándole con ojos gatunos. Era irónico verle tan desafiante cuando estaba amarrado a una cama y cubierto en su sangre.
Pero era Stephan Salvatore, no habían reglas en su juego.
— ¡No me compares contigo!— reclamó enfurecida, rabiosa, como si le hubieran escupido en la cara y luego le hubieran dicho el peor de los insultos.
— Tu sola te has hecho esto.— prosiguió con calma, viéndola detenidamente con un fuego en su pecho que lo volvía loco. En cambio, la mujer lo fulminó con aquellos ojos mar que el tanto gustaba ver.
Stephan los admiro como lo había hecho otras veces, pero esa vez notó la gran diferencia. La gran carencia de empatía y amabilidad en aquel azul oscuro. Vió las nubes negras en sus ojos, los truenos en su pupila. Vió la tormenta que estaba dentro de ella y que amenazaba con arrasarlo todo. Destruirlo a él, principalmente.
— Cállate solo...¡Cállate! — siseo ella, perdiendo la compostura de a poco.
— Estás igual de enferma que yo. Somos perfectos el uno para el otro. ¿¡No lo ves!?— el castaño seguía riendo con alegría, contento con la reacción de la rubia. Eran iguales. Eran perfectos.
Como piezas de rompecabezas.
— Estas loco Stephan. ¡Loco!— Lucia señaló agresivamente al hombre que tanto odiaba mientras negaba incrédula.
No entendía por qué seguía sorprendiendose con sus locuras. Pero era tan descabellado, tan fuera de la lógica que no podía evitar enojarse. No podía retener las emociones que se desbordaban por su cuerpo y labios.
— ¿¡Y qué!? ¿¡Qué tiene de malo!? ¡Te amo, eso es lo único que cuenta!— su risa era lo mas molesto que la vampiresa podría llegar a oir.
Ahora la idea de dejarlo todo tirado y marcharse era la mas lógica. No creía soportar la palabrería vacía y estúpida de aquel demente. El Salvatore estaba totalmente fuera de carácter.
— ¡Tu no sabes amar!
— No quiere decir que no lo haga.— ella se mordió los labios fuertemente y miro el techo con el entrecejo fruncido. Le latía la cabeza del mal rato.
Tenía que irse o matarlo de una vez.
— Estas demente.— murmuro con una risa incrédula. Esto no estaba en su plan.
Esa locura extrema ella no la había visto antes.
— Tú no te quedas lejos. Una mujer que pudo hacer una vida enteramente diferente pero se empeño en seguirme. Eso sí es de gente enferma.— Stephan sonrió triunfante. La inteligencia que antes parecía haberse marchado de aquél hombre había vuelto envuelta en una sorna peligrosa.
— No intentes voltearme la mesa aquí. Yo tengo mis razones. Tú no tienes ni norte ni sur. No sabes lo que haces ni para que lo haces.— siseo la mujer acercándose a él peligrosamente y cerrando su manos en las mejillas del Salvatore.
—Entonces porque logré distraerte— susurro mirándole a los ojos con una malicia que la dejo helada. La había atrapado— No soy tan imbécil como me pintas, Lucia. Lo que eres ahora, lo aprediste de mí, hermosa. Eres mía Lucia.
— Maldito- — gruño soltandolo como si fuera fuego. Intentó alejarse pero para cuando quiso mover uno de sus pies ya la mano de Stephan estaba cerrada en su cuello.
— Estoy orgulloso de tu esfuerzo muñeca, pero también estoy molesto— habló suavemente mientras que pegaba su rostro al de la muchacha. Su brazo cerrándose en su cintura fuertemente— Muy, muy molesto.— susurró viendo los labios rosas que se fruncían en disgusto.
— ¡Voy a matarte!— gritó mientras se removía, a Stephan eso no le afecto en nada y con simpleza halo sus pies para romper la soga.
— Sabes que no puedes— le aclaro con simpleza el castaño, dejando caer su peso sobre ella. Al final quedaron acostados en la cama, él inmovilizandola con su peso y fuerza— El palpito acelerado de tu corazón, el sudor que cubre tu frente. Tan pronto notaste el error que cometiste sabías que todo lo que tenías planeado se te había caido.— su sonrisa nunca cayó y mientra veía fijamente los ojos de la mujer en sus brazo continúo— Sin embargo, no eres tonta. Seguramente ya esta a medias de otro plan.— y estaba en todo lo correcta tan correcto que sólo enfureció más a la muchacha, que ya tenía el rostro rojo por tanta furia. Estaba gritando para si misma a punto de darse un golpe por imbécil. Tanto esfuerzo para terminar como siempre: estrangulada en el abrazo enfermo de aquella serpiente.— Quiero matarte cariño. Amarte hasta que la última gota de sangre caiga al suelo.— su tono era amable, su mirada cálida, pero su toque, su toque era frío y duro como una roca.
Era una contradicción tan grande. Stepha Salvatore era un contradicción andante y sin final. Era un peligro para él y para todos. ¿Cómo pudo pensar aquella chica que podía ganarle con un plan lógico a un loco sin razón? Su fallo, el cual ahora entendía era que se había sobrestimado a si misma. Creyó saberlo todo cuando lo único que sabía era un par de párrafos de un libro entero.
Ella no conocía al verdadero Stephan. No el de antes, ni el de ahora, sino el que se creó en torno a ella. Era irónico que ella no hubiera visto antes algo que estaba en su cara. Lo miró por unos segundos y río con gran amargura.
— No pienso rendirme.— su fachada valiente era de admirar, y aunque aún seguía en pie Stephan pudo notar que esa voluntad que tenía había sido herida. Su mascara se había caído y con ella pedazos de esa armadura de odio y espinas que la cubría.
— No quiero que lo hagas.— le dijo sonriendo ladino, pasando su lengua por su colmillo rápidamente. Lo que estaba en su mente deformada, le emocionaba.— ¿Qué mejor manera de hacerte pagar por esto que romperte de nuevo, desde el puto comienzo?
Él iba a enseñarle lo que era vengarse de verdad. Si ella tanto quería ser como él, entonces que mejo que mostrar todos los trucos.
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La muñeca del pasado
مصاص دماء"Tengo mucho miedo..." "¿A qué?" "A mí misma." ..... "Por favor, no se vayan." No me dejen caer. Ella quiere vencerme...y lo está logrando. Segunda Temporada de 'Esclava de su palabra'. Contenido relacionado a enfermedades mentales tales como la bip...