XXIX

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Tres días desde que he vuelto de la mansión Salvatore. Tres dias en los que he disfrutado al máximo mi familia. Pero también, tres días en los que no he parado de pensar en las noches solitarias. Sin importar las cálidas memorias que se crean en el día, cuando la luna sale de su escondite me recuerda todo lo que no quiero. Me advierte que ellos siguen allí afuera, y que mis sentimientos están atados a ellos con hilos rojos.

El problema era que ese mismo hilo estaba amenazando con ahorcarme.

— Buenos días— saludo alegre mientras camino hacia mi asiento en la mesa. Mi familia me sonríe de vuelta con la misma felicidad. Papá y mamá siendo los más entusiasmados.

Quizás era el hecho de que ayer les había aclarado que quería ser parte del negocio familiar. O tal vez sea mi cumpleaños el que los tengas tan contentos. Más de lo normal, digo.

— ¡Felicidades mi niña!— Mamá se inclina hacía mí con facilidad, ya que estoy sentada entre ella y Papá.

— Gracias, Madre.— le digo con mi pecho revoloteando debido a su calidez maternal.

— ¿Qué quieres hacer hoy?— miro a mi padre por algunos segundos, pensando bien la manera en la que diría lo siguiente sin que sonara mal.

— Nada realmente.— ambos denotan sorpresa, pero más lo hace mi madre quién con un ceño fruncido y una mueca preocupada acaricia mi mejilla.

— ¿Estas segura cariño?— asiento sonriente y me inclino hacia su toque.

— Solo quiero pasarlo junto a ustedes. Solamente nosotros tres.— mi padre sonríe conforme y empieza servir mi plato como si yo no hubiera comido en los pasados tres días.

— Entonces así será. Veremos algunas películas y jugaremos algunos juegos. También pediré en la cocina que hagan tu sushi favorito. ¿Qué te parece?—su mano se extiende hacia mi con un plato lleno de alimentos coloridos, en su mayoría frutas.

— Eso me parece genial, papá.— sus ojos brillan contentos y ríe en regocijo. Tales acciones se gravan en en mi mente con tinta permanente. Sonrío por lo bajo y me estiro un poco, el aire golpea contra mi barriga al aire. Luego, con una risilla me retuerzo cuando mamá hace cosquillas allí.

— Tan linda— murmura mi madre, alejando algunos mechones de cabello de mi rostro. Le sonrío a ojos cerrados como respuesta.— vamos a comer.

Empiezo a comer en sintonía con mis padres. Hablando aquí y allá, aportando risas y miradas estrelladas. Era un ambiente confortante muy conocido, pero que hoy valoro mucho más que antes. Hoy sabía el valor de las cosas. Lo mucho que hace falta una caricia maternal o una voz grave que me haga sentir segura en las mañanas. Lo difícil que es vivir solo, sin apoyo, sin familia. Hoy, siendo Charlotte, sé que el mañana no es seguro y el hoy es un obsequio. El ayer...bueno, eso era una página escrita en tinta. Era imborrable y aunque se tache, nunca abandonará la página que marcó permanentemente.

El tema de la conversación cambia otra vez, como un disco corriendo sin pausa y yo me pierdo en el camino de sus palabras. Ya no les entiendo, más bien no comparto su punto de vista y no encuentro la forma de hacerlo tampoco. Hablan del futuro como si pudieran verlo, como si alguien les asegurara que en un par de años podrán ir a vivir a Tokyo como tanto desean. Qué allí quizás me verán hacer una familia, que sus nietos serán hermosos y que mi marido me amará como a nada. Ellos creen que mi vida será maravillosa, y que ellos podrán ser parte de ella eternamente.

Pero yo sabía bien que eso solo era una ilusión que ambos estaban creando. Un mundo de juguete que como dos niños pequeños controlaban. Absortos de que hay una realidad moviendose afuera, que millones de luchas a muerte se llevan a cabo en el interior de cada persona. Ignoran que la muerte existe, que los cambios son los peores amigos de los planes.

La muñeca del pasadoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora