XXIII

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— Vete—ordena con clara amenza oculta en su tono, ni siquiera se digna a girarse y mirarme a la cara.

Dejo salir un suspiro tan pronto noto el olor a alcohol en el lugar, percibiendo el ligero arrastre de sus palabras al hablar. Estaba borracho, y eso solo empeoraba las cosas.

Pienso bien en lo que debo hacer en una situación como esta. Debía ser cuidadosa con lo que decía y hacía, una persona borracha y enojada era peligrosa.

— Dejela ir, ya tomaste demasiado— la mirada perdida de la chica apresada por el vampiro me da un mal sabor de boca, como si yo supiera lo que ella estaba pasando.— Stephan, por favor, detente.

El susodicho gruñe y se aleja de la pobre muchacha, dejandola completamente a mi vista. Mi estómago dió una vuelta completamente desorbitante a la par que mi boca se secaba y mi rostro se deformaba en disgusto. La sangre en su ropa y cuello expuesto me estaba afectando y no de la buena manera, para nada. Sentía que vomitaria en cualquier momento.

Sin embargo, contengo mis ganas de darme la vuelta y marcharme. Tomando aire y valor me acerco a ella de manera cautelosa, mirando de reojo a Stephan mientras lo hago. Su estado distraído y ausente me sorprende un poco, verlo tan desarreglado y cabizbajo era nuevo para mí. Era una vista que causaba lástima.

Trago saliva y aparto mi mirada del castaño, inclinandome sobre la chica y mordiendo mi muñeca para darle de mi sangre. La chica de ondas pelinegras la toma sin quejarse y cuando ya se encuentra lo suficientemente estable como para moverse por su cuenta, se levanta.

— Muchas gracias Señorita— murmura, con su cabeza anclada al suelo. Asiento sin saber que decirle.— con su permiso, Señor.

Y así, luego de soltar esas temblorosas palabras se marcha de la habitación dejandonos completamente solos. El aire tenso rodeandonos en un abrazo incómodo e irritante.

— No tenías en mente curarla luego, ¿Cierto? Ella no estaba supuesta a salir viva de aquí— pregunto aún dándole la espalda, mirando el mueble con el ceño fruncido.

— No te equivocas— ríe sin humor, mi ceño se frunce aún más y me giro a encararle.

— ¿Por qué? Hay otras maneras para alimentarte y ¿Aun así debes herir a alguien? ¿Qué te motivó a hacer eso?

— Tú— la habitación queda en completo silencio, era capaz de oir el palpiteo de su corazón, igual el mío. La diferencia entre ambos era que el suyo estaba calmado y el mío parecia querer huir de la incómoda situación y de mi apretado pecho.

—¿Yo?... ¿Qué hice yo?

— Volver ¿Te parece poco?

— Sbaes que yo no soy-

— No eres Lucia. Sin embargo, no has parado de comportarte como ella, de hablar como ella y hacerme lo mismo que ella me hizo. No puede exigirme una mierda ahora, ni siquiera lo intentes.— es entonces que su cabeza se alza levemente y sus ojos claros me miran nublados por sus pestañas.

— ¿Hacerte...lo mismo?— murmuro desconcertada, observando sus pasos pausados hacia mi persona con recelo.

— Soy una maldita arcilla en tus manos Lucia, puedes manejarme a tu antojo y ni siquiera lo notas— sonríe con ironía sin detener su caminar. Yo por mi parte me quedo quieta en mi lugar, cerrando mis puños en mi vestido con ansiedad— ¿Por qué con solo mirarme de esa manera, puedes hacerme esto? ¿Hm? Dime— su aliento sumergido en alcohol golpea mis labios, no obstante no le doy importancia. Sus palabras son las que me hacen temblar. Algo en él justo ahora se veía fuera de ligar, pero no pldia poner mi dedo sobre lo que era. Trago saliva, reuniendo mi valor para no dejar de mirarlo a los ojos.— ¿Por qué no puedo olvidarte?— dudo si sus palabras son dirigidas a mí, lo dudo demasiado. Él no veía a Charlotte ahora, el veía a Lucia. Y no sabía como sentirme con eso exactamente.

La muñeca del pasadoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora