XLIV

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— Esto no pudo haber sido un accidente — repetía Joel desde el asiento de pasajero. No le niego nada porque hasta yo creo que esto fue planeado.

Stephan no tendría un accidente mágicamente cuando se suponía que estuviera en su despacho hablando con el Señor Lee. Mi mandíbula ha permanecido tensa desde que recibí la noticia, al punto que al momento empieza a dolerme.

— ¿Quién murió?— la misma pregunta que tenía yo y no he podido responder. Lisbeth no sabía quien fue, nadie sabe en realidad. Exceptuando a los que están en el lugar del incidente.

— No tengo la mínima idea.— le respondo con la voz ronca, cargada de un angustia que me quemaba el alma.

Sea quien sea, me dolería.

Stephan, Seung o Charlotte.

Siendo sincero conmigo mismo, no estaba listo para llegar al lugar. Esa era la principal razón por la cual el vehículo no iba a mas de 25km/h en una calle solitaria. Joel lo había sacado entre sus argumentos desesperados del momento pero él tampoco quería llegar, conocía esas reacciones, conocía bien a mi hermano.

Me faltaba el aire de alguna manera mientras la noche oscura le permitía completamente el escenario a las luces del coche. Y, entre tanto pensamiento y pregunta, no pude evitar buscar la razón posible de este accidente. Pensé en muchas, puesto que entre esos dos hombres lo más que había era rencor. Pero estaba claro que lo que más sobresalía del odio mutuo que se tenían era una chica.

La chica por la cual se me hacía un nudo en la garganta y me dolía el pecho en las noches solitarias.

Entonces pensé de nuevo en su vida. En la lástima y el dolor que me causaba tan dulce chica. De nuevo recordé todas las lágrimas que vi en tan poco tiempo, como se me rompió delante sin yo poder hacer mucho. Recordé la degradación de su sonrisa y del brillo de sus ojos. Mi garganta se estrujaba aún más.

Ella no podía pasar de nuevo por todo eso...y aun así nosotros, todos, cada uno con su culpa, seguíamos detrás de ella como polillas detrás de la luz. Pero eramos una plaga que amenazaba con devorarla. Lo sabíamos malditamente bien. Entonces, ¿Por qué nunca nos detenemos? ¿Por qué, a pesar de saberlo, seguimos quitándole pedazos de sí misma en intentos desesperados de conseguir su cariño?

No puedo evitar recordarme que su vida hubiera sido mejor lejos de nosotros. Y tampoco puedo evitar pensar, remotamente, que esa posible vida no tuviera un futuro luego de hoy.

El cielo no lo quiera, pero si ella a partido hoy, juraba arrancarme el corazón del pecho y dejar que se lo lleve con ella. Porque por derecho le pertenecía, solo latía con su sonrisa.

— Llegamos — susurré al ver el carro negro volcado y decenas de piezas haciendole un ritual. No mire mucho y baje mi cabeza, recargandola contra el volante.

Por otro lado, también estaba mi hermano menor. Aquel joven con un futuro gigante. Lo amaba tanto, y aunque nunca tuvimos una relación como la que el sostuvo con Stephan, teníamos momentos compartidos que durarían toda la vida. Ansiaba crear aún más, verlo convertirse en un hombre de familia. Ver sus hijos, su éxito. Joder, era mi niño, mi hermanito. Si perdía esa parte de mi familia de nuevo... Honestamente no creo poder seguir sosteniendo este apellido mucho más.

Mi mirada, mientras me bajaba del coche cayó automáticamente en la espalda del asiático sentado en el suelo. Tuve un alivio enorme al verlo sano, quise abrazarlo como nunca he hecho antes. Pero así mismo como se inflo en alegría, mi pecho se hundió de una manera brutal cuando note que sostenía un cuerpo en las manos. Tuve que sostenerme de la puerta abierta del auto. Dejé caer mi rostro y negué, aún no me había acercado lo suficiente. Quizás no era ella.

Tomando aire cerré la puerta suavemente y luego me encaminé hacia mi hermano menor. Miré sobre mi hombro a Joel, solo para verlo hundirse en su asiento negando y murmurando un par de cosas. Él no tenía el corazón para ver muertos.

— Seung— llamé, el licántropo giró su cabeza hacía mi y al instante me deje caer para abrazarlo.

Tenía la cara de un niño abandonado. Con una inocencia pisoteada y una mirada llena de lágrimas. El pelinaranja se aferró a mi rápidamente mientras lloraba silenciosamente en mi hombro.

— Se ha ido. — murmura con la voz tan baja y quebrantada. Mi mirar baja al cuerpo a nuestro lado y culpablemente suelto un suspiro aliviado — Baek se ha ido. Mi hermano.— susurra dejando su frente en mi hombro. Luego de un par de minutos lo escucho tomar aire y lo suelto, entendiendo que ya estaba mejor.

— Lucia ni Stephan están por aquí. — Joel menciona a mis espaldas, me levanto del suelo y Seung me imita luego de dejar cuidadosamente el cuerpo de un miembro de su manada, hasta donde yo sé, al que más confiaba. Su Beta.

Todos nos quedamos callados, Seung miraba el suelo muy inexpresivo –algo atemorizante– y Joel y yo esperábamos por su decisión final. De entre los tres el que tenía más chance de encontrarla rápidamente era él.

Entonces, de un momento a otro el aire se vuelve denso y frío. Cuando miramos de nuevo a Seung, ambos damos un paso atrás automáticamente ante la amenaza que su poder nos representaba. No obstante, me mantengo firme en mi lugar, lo mismo hace Joel, quién traga saliva ante la escena.

Los ojos de Seung eran como los de una bestia enfocada en el perpetrador de sus tierras, un lobo territorial al cuál le habían herido el orgullo y el alma. Lo único que había en esos ojos brillantes, era un peligro tan puro y duro que mi piel se puso de gallina.

Y por primera vez, no sentí lástima por lo que pudiera sufrir Stephan. Sinceramente, lo merecía.

———————

— Agh, demonios — me remuevo con los ojos pesados y escondo mi rostro en la almohada. Mi entrecejo se arruga un poco ante la molestia y de mis labios sale mi típica frase mañanera.

— Seung eres un ruidoso.— gruño y me siento con movimientos lentos y torpes.

— Yo no soy Seung.— mis ojos se despiertan tan rápido como mi cuerpo vuela fuera de la cama. Mi corazón late a mil millas por hora mientras que miro aterrada al hombre sentado en el la mesa pegada a la pared.

Me mira serio por unos segundos antes de seguir lo que hacía. El asco me baña al verlo reacomodar su brazo derecho sin mucho esfuerzo. Entonces me doy cuenta que lo que tiene de ropa, sus pantalones, están rotos y sucios. Su cuerpo no tiene heridas visibles pero si tiene el rastro de ellas, la sangre.

Mi cerebro empieza a maquinar muy rápido, y miro a todos lados. No encuentro ventanas y la única puerta esta a su lado.

— Eh, pensé que esto querías. No te ves muy feliz.— murmura mirándome peligrosamente a través de sus pestañas. Trago saliva incómod y me quedo en mi lugar, escondo mis manos en mi espalda y empiezo jugar con mis dedos.

— ¿Donde estamos?— pregunto esperanzada. Si me lo decía, podía al menos ubicarme y saber a dónde podía ir.

— Lejos de Londres.— es lo único que dice, para mi mal presagio. Nada iba bien.— Quieres irte.— es más un anuncio que una pregunta, y aunque no es incorrecto, su rostro deformado por una ira espontánea me hace temblar.— ¿Qué estas jugando? — sisea, y se pone de pie. Sus pasos son lentos y predadores. Mis hombros caen y mi labio inferior tiembla.

No.

No, otra vez. Por favor, no.

— Stephan yo-

— ¡Callate! — grita deteniéndose.—  Tú lo dijiste. ¡Me lo dijiste! — doy un brinco en mi lugar, mi pecho sube y baja rápidamente y quiero irme ahora. En verdad quiero irme antes de que llegue a mi— Ahora me lo vas a demostrar.

Lo único que pude pensar, mientras su sonrisa se extendía de forma maniaca y sus pasos se reanudaban, era que había vuelto al infierno.

Mi propio infierno.

La muñeca del pasadoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora