XXXIV

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— Señor, ¿desea algo más?— de reojo miro a la mujer de piel oscura. Su cabeza esta anclada al suelo y en ella no se ve el mínimo intento de lucha.

Estaba completamente acostumbrada a esto.

— No. Puedes irte.— asiente y se da la vuelta, su cabello negro moviéndose escasamente con sus paso silencioso.

Cierro mis ojos en búsqueda de paz, algo que en mi mente estresada y destrozada no era simple. Mucho menos cuando sabía el contenido de la carta sobre mi escritorio.

— Joder.

No tenía que hacerlo, en realidad no era necesario abrir aquella carta. Pero lo hice, porque la urgencia era mucha porque al parecer me gustaba el sufrimiento si tenía que ver con ella. ¿Era masoquista acaso?

Mis ojos rasgan las letras sobre el papel con rencor. Mi mandíbula se tensa y mi puño destroza la frigidez de aquel pedazo de papel. Lo tiro lejos y me levanto de mi asiento. Lo primero que pienso es en llegar hasta ella y decirle que no puede casarse. Que no con él, ni con nadie. Que por más que yo quiera convencerme en que debo dejarla, que por más que lo jure y lo perjure. Mi corazón no quiere soltarla, no quiere olvidarla. Sin embargo el remordimiento y la culpa me asesinaban a diario y no tenía el poder de hacer algo.

¿Pero de que servía decirle eso? Si al final, ella solo me odiaria más.

Suelto aire con intensidad y dejo que el peso de mi cabeza la hale hacía atras.

— Patético de mierda— me rio solo, con gran gracia como si me hubieran contado un buen chiste. Y después de par de segundos, en un impulso errático volteo el escritorio— ¡Maldito!

" ¡El amor toca tu puerta!

Coordialmente le invitamos a nuestras boda este 27 de Julio del 2148.

Lugar: Plaza central del territorio Cho.

¡Le esperamos!

Recuerde llevar su invitación.

Seung y Charlotte."

— ¡Hijo de puta!— mi pie impacta fuertemente contra la silla, mandandola al otro lado de la habitación.— ¡Agh! Maldición.

¿Qué se supone que haría ahora?

Tomo aire y después lo suelto, tranquilizandome un poco antes de salir del despacho y encaminarme a mi habitación. Donde planeaba quedarme por lo que restaba del día. Con la sola compañía de mis botellas.

Lo que no esperaba era una nueva compañía, mucho menos la suya.

— ¿Qué-

— Luces destrozado Stephan.— murmura con una pequeña sonrisa. Sin embargo, yo no puedo decir nada. Mi lengua se hizo un nudo al verla. No me hacia sentido y no sabía como sentirme al respecto— ¿Qué sucede amor? ¿El gato te comió la lengua?

— ¿Qué haces aquí?

— ¿No puedo acaso, Señor?— tenso duramente mi mandíbula y la fulmino de inmediato.

— Lárgate.

— Vamos Stephan, ven y sientate conmigo. Recordemos los viejos tiempos ¿Sí?

— ¿Qué estas jugando?

— ¿Yo?— ríe suavemente y un escalofrío me recorre la espalda. Endurezco mi expresión y me doy la vuelta aún cuando mi cuerpo arde por acercarse— No puedes huir de mi cariño, no más— sus manos escurridizas se envuelven alrededor de mi torso y sus voz entra como la mas dulce melodía ocultando un veneno demasiado poderoso.

La muñeca del pasadoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora