XXXVIII

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La brisa acariciaba mi piel de la manera mas suave que podía. Casi imperceptible, como el sonido lejano de un río. Me sentía querída y cálida envuelta en aquellos brazos fuertes y reconfortantes. Pedí disculpas en silencio a mi padre cuando determiné que los abrazos de Seung eran los que mas segura me hacían sentir. Loa más correctos, los más hermosos y llenos de sentimientos.

— Charlotte...

— Lucia...soy Lucia para ti— murmuro mirando perdida las hojas de los árboles. Tras mis palabras, el ambiente vuelve a ser silenciado pero solo por tan poco.

— Lucia— murmura como saboreando mi nombre, tanteando el sonido que resurgía luego de tanto. Sonreí por lo bajo ante el cosquilleo que mi nombre rodando de su boca ocasionaba en mi cuerpo. Solo él podía hacerme esto— tengo...tengo que rogar tu perdón.— deje de prestarle atención a los árboles y le miré a él, la lástima se instala en mi pecho cómodamente y me deja tiesa. La culpa que le carcome ya ha dejado sus ojos vacios, su entrecejo se junta en desespero y sus dientes atrapan su labio a muerte.

— ¿Por? — le pregunto aparentando calma pues había entendido todo. Reposo mi rostro de su pecho y cierro mis ojos.

Si el supiera que ya le había perdonado hacía tanto. Se lo diría pero entendía su situación perfectamente y sabía lo que debía hacer para sanarlo. Él necesitaba decirlo, lo veía en su hermoso rostro. Podía observar claramente omo el mar de sentimientos negativos que tenía adentro estaba a punto de ahogarlo.

— ¿Cómo de que "por"? Lucia, sabes lo que te hice.— pregunta con un atisbo de frustración en su voz suave.

Lo sabía, sabía a lo que se refería. Mi muerte, claro estaba.

— ¿Qué me hiciste? Dímelo.— susurro atenta al palpito acelerado de su corazón. Los nervios que se apoderaban de él lentamente, el boom! que yo esperaba con paciencia. Me resignaba con el corazón en la mano a esperar que aquella bomba que vi en sus ojos desde que lo miré por primera en esta segunda vida explotara. Porque no había ya forma de apagarla, era muy tarde ya era muy grande.

Oh mi vida, no tienes que preocuparte tanto.

— Yo...yo, maldita sea— sisea por lo bajo y siento sus brazos y todo su cuerpo tensarse junto a mi. Se había puesto rígido como una cuerda jalada de ambos lados con fuerza. Uno era el desprecio que sentía por si mismo, el otro el dolor que se lo estaba tragando de a poco.— T-te...yo te, no puedo mierda no puedo decirlo— su voz se rompe y yo cierro mis ojos dolida, suspirando y dándole su tiempo. No lo presiono, no es lo correcto porque le admiro. Porque retuvo esto por tanto tiempo sin decir nada. Le conocía, era un orgulloso tonto.— yo, Lucia, yo te m-maté... Joder, te quité la vida. Fui yo, yo quién juré protegerte y amarte, te maté. Y tras de eso no pude protegerte, llegué tarde...nuestro niño, nuestro bebé...— aquellas palabras eran pesadas en su alma, en su cuerpo. Cada letra era un cadena que estaba apretando su corazón de tal forma que su respirar se dificultaba y aunque no lo miraba sabía que sus ojos eran un río a punto de desbordarce.— no pude protegerlos a ninguno de los dos. Soy una mierda Lucia, no te merezco. No te merezco para nada.

Quedo callada mientras él se sigue hundiendo en la pena propia. Lo dejé, aunque me dolía. Deje que llorara suavemente mientras se maldecia. Entonces luego de unos minutos tome aire y acaricie su cabello naranja con todo el cariño que él necesitaba.

— No importa ya, todo esta en el pasado amor. Te perdono completamente.— su corazón se detiene brevemente, entonces tomando mis hombros me hace enderezar y afrontarle.

Le observo sin ninguna expresión en mi rostro, pero con un dolor creciente en mi pecho. Verlo tan roto fue un golpe directo a mi corazón. Sus ojos llorosos, cubiertos por un entrecejo apretado entre el dolor intenso y la exasperación eran tortura. Ardo en las llamas de la impotencia al ver en su cara el caos que hay en su alma. Era evidente que aquel desastre había sido contenido por demasiado tiempo, mucho más que el debido. La culpa le había ganado y lo había dejado siendo esto, un hombre con un alma alborotada, inestable.

La muñeca del pasadoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora