14.- CONSPIRACIÓN

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La tormenta ya había cesado. Tan solo algunos copos caían débilmente sobre su capa. Dorothy atravesaba el bosque a gran velocidad sin importarle la oscuridad de la noche, ya que conocía bien el camino. Al llegar al pie de una montaña se detuvo y, alzando sus manos, comenzó a recitar extrañas palabras. Al instante, una puerta se abrió en la roca permitiéndole acceder al interior del templo.

Caminaba en total silencio a través de la oscuridad. En su mente sólo existía una palabra: VENGANZA. Nadie la había humillado de esa manera en su vida y pensaba hacérselo pagar como fuera. Su rabia iba creciendo a medida que avanzaba por el laberinto de pasillos que conformaba el templo. No le preocupaba perderse, ya que su mente le indicaba la dirección a seguir. Tras varios giros y vueltas, por fin estaba allí, frente a la puerta de la sala principal.

Con los nudillo llamó suavemente. Lo hizo por cortesía ya que estaba segura de que él había notado su presencia. Su repuesta no se hizo esperar y la gran puerta se abrió permitiéndole acceder a la gran sala de enormes columnas. Al fondo de ésta, sentado cómodamente en un gran trono, un hombre encapuchado la miraba con curiosidad.

—Dime Dorothy, ¿a qué debo el enorme placer de tu visita?

Ella dejó escapar una sonrisa triunfal y, acercándose al hombre, comenzó a gesticular. Él no perdía detalle mientras se iba formando una ligera niebla en medio de la habitación. Lentamente, dentro de la neblina, comenzó a formarse una imagen.

El hombre se volvió hacia Dorothy  con gesto interrogante.

—¿Estás segura?

—Completamente, mi señor —contestó ella.

Ambos comenzaron a reír siniestramente mientras, entre la niebla, comenzaba a disiparse la imagen de Morgana.


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Los gritos y jadeos de Dorothy resonaban por todo el templo. Cuando, por fin, alcanzó el orgasmo, cayó desplomada sobre el pecho de aquel hombre. Él, sonriendo, jugaba con los mechones de su pelo. Ambos se quedaron en silencio un instante. Sabían que tenían mucho de que hablar pero querían disfrutar del momento.

—Dime, Dorothy, ¿cómo la encontraste? —preguntó él con una gran sonrisa en su rostro.

Ella se volvió y, apoyando sus codos en la cama, le miró a los ojos.

—En realidad se podría decir que conté con una gran ayuda involuntaria.

—¿A qué te refieres?

—Bueno, como ya sabes, mi sueño es ser reina.

—Si, eso ya lo sé. Y también sé que espías al rey. Pero permíteme decirte que si no lo conseguiste con su padre, menos lo vas a conseguir con él. Te odia demasiado.

—Eso ya lo veremos —contestó ella con una pícara sonrisa —. El caso es que fue él quien la encontró.

—¿El rey?

—Sí, exactamente. La encontró trabajando en una posada y decidió llevársela al castillo. En cuanto la sentí, sospeché algo así que, cuando estaban cerca del castillo, provoqué una enorme tormenta de nieve para que se vieran obligados a pasar la noche allí. No me costó mucho leerle la mente y confirmar que era ella.

—Muy inteligente por tu parte. Y dime, ¿dónde se encuentra ahora?

—Supongo que camino del castillo con el rey y su séquito.

—Entiendo... —dijo él como si no le hubiera gustado la respuesta.

De pronto se levantó y comenzó a vestirse. Era un hombre realmente impresionante. Su cuerpo musculado era digno de admiración. Tenía el cabello negro y corto y un rostro pálido y delicado en el que sobresalían unos preciosos ojos azules. Todo en él olía a peligro y fascinación.

Dorothy se quedó mirándolo y, comprendiendo que el momento de pasión ya había terminado, decidió vestirse también. Ambos caminaron por los largos pasillos y volvieron a la gran sala donde se habían encontrado. Él se sentó en el trono y mirándola con aire interrogante le dijo:

—¿Por qué no la has retenido y traído hasta aquí?

—¿Acaso querías que me descubriera? Sabes muy bien que estando el rey con ella no podía hacer nada. Además, estaba deseando perder de vista a esa maldita. No sabes como me humilló delante del rey.

—Razón de más para haberla traído aquí. La maldición debe cumplirse y ella es la llave. ¿Sabes lo complicado que es para nosotros acercarnos al castillo?

—Tranquilo, la maldición se cumplirá.

—¿Y cómo estás tan segura?

—Porque la idiota se ha enamorado.

—No me fío. Seguramente ella conoce su situación y no creo que sea tan imprudente.

—Tienes razón. La chica es dura pero yo ya he puesto en marcha mi plan.

—¿Y cuál es ese plan, si se puede saber?

Ella esperó un buen rato antes de contestar. Había captado todo el interés de aquel hombre y quería sacar provecho de ello.

—Te lo contaré. Pero tendrás que ofrecerme algo a cambio.

—¿Qué es lo que quieres? 

El hombre se estaba comenzando a impacientar.

—Quiero hundirla, humillarla. Que sufra por lo que me ha hecho. Quiero verla implorar clemencia con lagrimas de sangre en los ojos. Quiero que me suplique que acabe con su vida. 

Los ojos de Dorothy brillaban con fuerza por la ira contenida en su interior.

El hombre la miró fijamente. Se quedó un rato pensativo y acercándose a ella le dijo:

—¿Tanto la odias?

—Más que a nada.

—Entonces, trato hecho. Pero primero tienes que dejarme que juegue un poco con ella. Me hubiera gustado ser yo el que desatara la maldición pero prefiero que ella lo haga por propia voluntad así que, no me importa ir el segundo.

Una sonrisa de triunfo asomó en el rostro de Dorothy quien, ofreciendo su mano al hombre, dijo:

—Trato hecho, Viktor. Y ahora, déjame explicarte el plan.








EL REINO PERDIDO. PARTE I (TERMINADA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora