17.- LA HABITACIÓN

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Después de preguntar a las doncellas, Peter se acercó a Morgana y la guió escaleras arriba. Ella intentaba no perder detalle. No quería parecer idiota perdiéndose en el castillo el mismo día de su llegada.

—No te preocupes por perderte. Hasta que te lo aprendas, yo te acompañare a todas partes.

Aquello era increíble, parecía como si Peter adivinara sus pensamientos. No, seguramente estaba tan nerviosa que era obvio lo que le preocupaba y Peter era un chico muy perspicaz.

Tras recorrer unos cuantos pasillos, por fin se detuvieron ante una puerta. Peter la abrió y, con una gran sonrisa, le hizo una reverencia para que pasara. Cuando entró no pudo disimular su asombro. Aquella habitación era digna de una princesa. Era enorme, con grandes balcones que la llenaba de luz, una acogedora chimenea y una gran cama. 

Se volvió hacia Peter quien la miraba divertido apoyado en el quicio de la puerta.

—Adelante. Es tu habitación. Curiosea todo lo que quieras.

Ella sonrió y comenzó a recorrer la estancia. Observó el precioso tocador con espejo, abrió uno a uno todos los armarios sorprendida de la gran cantidad de ropa que había en ellos y, finalmente, se dirigió a la puerta del fondo. Al abrirla se encontró con un enorme cuarto de baño totalmente equipado. Mareada por tanto lujo, se volvió hacia Peter quien seguía con una gran sonrisa en su cara.

—Peter, en serio, aquí tiene que haber un gran error. Yo no me merezco todo esto.

Él se acercó sin dejar de sonreír y tomándole la mano le dijo:

—No digas tonterías. Tú te mereces esto y más. O por lo menos eso es lo que Drogo opina.

—¿Drogo?

—Sí, Drogo. Él se ha ocupado personalmente de todo lo que a ti se refiere. Así que si te ha puesto en esta habitación, es porque cree que te lo mereces.

Una pequeña sonrisa de felicidad asomó en la cara de Morgana. Le gustaba que Drogo se preocupara así por ella. Iba a contestarle algo a Peter cuando alguien llamó a la puerta y éste se apresuró a contestar.

La puerta se abrió y apareció una muchacha de unos quince años. Era pelirroja, con los ojos verdes y muchas pecas en su cara. Se acercó a Morgana y, haciendo una reverencia, le dijo:

—Señora Condesa, permítame que me presente. Soy Ana, vuestra doncella. A partir de ahora estaré a vuestro servicio para todo lo que necesitéis.

—Vaya, digo... gracias Ana.

—¿Puedo decirle una cosa?

—Sí, sí, claro. Dime.

—Había escuchado que erais muy hermosa y veo que no se han equivocado. Por favor, permitidme que os ayude a arreglaros para la fiesta. Estoy segura de que seréis la más bella con diferencia.

—E... e... está bien, de acuerdo, puedes ayudarme.

—Entonces, con vuestro permiso, iré a prepararos el baño.

Hizo una reverencia y desapareció por la puerta del baño.

Morgana miró a Peter totalmente anonadada. Éste apenas podía contenerse la risa lo que hizo que ella lo fulminara con la mirada.

—¿Tú sabías esto?

—Sí. Lo siento por no haberte dicho nada pero es que estabas tan graciosa... Por Dios, lo que se ha perdido Drogo. Si te llega a ver se parte. Espera que se lo cuente.

—Muy gracioso. Y dime, ¿qué es eso de la fiesta? Y deja de reírte ya.

—Vale, vale. Ya me calmo. Verás, cada vez que el rey vuelve de un viaje es costumbre en el castillo organizar una gran fiesta en su honor. Todo el pueblo acude. La verdad es que es muy divertido.

—¿Una fiesta? ¿Así de repente? No sé si voy a poder. Además, no tengo nada que ponerme.

—Tranquila, yo estaré a tu lado en todo momento y si, por alguna circunstancia, tengo que alejarme, Nicolae tomará el relevo. En cuanto al vestido, estoy seguro de que el rey lo ha previsto todo —concluyó mientras le guiñaba un ojo.

La actitud de Peter le hizo sonreír. Se sentía abrumada por todo eso pero el hecho de tener a Peter a su lado le tranquilizaba, aunque ella hubiese preferido que fuera Drogo.

Alguien llamó a la puerta y Peter se acercó a abrir. Varias doncellas entraron en la estancia y, acercándose a ella, le hicieron una reverencia. Acto seguido, comenzaron a depositar por la habitación la ropa que llevaban con ellas. Se volvieron nuevamente, hicieron otra reverencia y, sin decir nada, salieron por la puerta.

Peter la observaba risueño mientras ella miraba lo que habían traído con la boca abierta de la impresión. Era un precioso vestido dorado con encajes e incrustaciones. Ropa interior delicada, unos hermosos zapatos y una caja con un lazo. Sorprendida miró a Peter y éste le hizo una señal con la cabeza para que la abriera.

Con muchos nervios comenzó a quitar el lazo y, al abrir la caja, se llevó la mano a la boca intentando ahogar el grito que iba a salir de su garganta. Dentro de la caja había una tiara, unos pendientes y un collar de esmeraldas finamente talladas. En medio una nota:

«Para la cosita más bella del reino»

Una solitaria lágrima se escapó de sus ojos. De repente, una mano en su cintura le sobresalto.

—Te lo dije. El rey siempre tiene todo previsto —le indicó Peter.

Ella se volvió hacia él con una sincera sonrisa. Él se la devolvió y añadió:

—Ahora te dejo para que te prepares para la fiesta. Luego vengo a recogerte. ¿Vale?

Ella asintió con la cabeza. Él se dirigió hacia la puerta y cuando iba a salir le llamó.

—Peter, gracias por todo.

Él la miro, le sonrió y guiñándole un ojo abandonó la habitación.

EL REINO PERDIDO. PARTE I (TERMINADA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora