2.- LA CAMARERA

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—Señor, todavía tendremos que esperar un rato hasta que las habitaciones estén listas. ¿Desea que pidamos más vino?

El encapuchado hizo un gesto afirmativo y con una copa de vino en la mano se puso a observar a su alrededor.

Su mirada se desvió a la mesa de los borrachos, donde algo llamó su atención. La camarera que servía aquella mesa. 

No era tan explosiva como la chica que les había atendido a ellos pero era bonita. Su sencillo vestido dejaba adivinar una hermosa figura. Su cabello era largo y moreno y sus ojos de un marrón intenso, casi negros, con un brillo extraño, como si de ellos saliera fuego. Había algo más en ella, su porte. Estaba claro que esa chica no pertenecía a este lugar y ese detalle despertó su curiosidad.

Ella intentaba hacer su trabajo mientras que los borrachos no dejaban de molestarla. Le decían groserías mientras intentaban propasarse con ella. Ella se limitaba a ignorarlos y a quitárselos de encima a base de manotazos. Se veía claramente que se estaba conteniendo pero parecía que sabía muy bien como tratar a ese tipo de gentuza, ya que los borrachos apenas conseguían acercarse a ella o tocarla. Se limitaban a intentarlo y a reírse como cerdos cada vez que ella les daba un desplante.

De repente, uno de los que estaban durmiendo se despertó. Era un tipo grande y corpulento. Tenía la mirada sucia y el aspecto del típico matón. Entre pelo y barba, apenas se podía ver su cara. Estiró los brazos mientras emitía un gran y desagradable  bostezo y volteó sus ojos hacia la camarera. Antes de que ésta se diera cuenta, se abalanzó sobre ella y la cargó en su hombro como si fuera un saco de patatas. La chica comenzó a patalear y a darle puñetazos al hombre en la espalda pero éste sólo se reía. Parecía que los golpes de ella sólo le hicieran cosquillas.

—Ya puedes gritar y patalear todo lo que quieras, guapa. Tengo ganas de sexo y hoy tú no te me escapas.

La chica seguía gritando y pataleando. El fuego de sus ojos cada vez era más intenso pero ésta vez era diferente, lagrimas de impotencia empezaban a brotar de ellos.

El matón se dirigía con ella hacia las escaleras cuando, de repente, un hombre encapuchado se cruzó en su camino.

— Quítate de en medio si sabes lo que te conviene —gruño el matón. Pero éste permaneció allí, parado y en silencio, impidiéndole el paso.

—¿Es que no me has oído? ¡Que te quites! —gritó el matón con el rostro enrojecido por la ira. Pero el encapuchado ni se inmutó.

El matón alzó su puño para golpear al encapuchado pero éste detuvo el golpe y apretando fuertemente la mano del matón dijo:

—¿Acaso tus padres no te han enseñado cómo se debe tratar a las damas? —Su voz era ronca y firme.

El matón estalló en una sonora carcajada. Una vez se calmó, contestó:

—Si. Me han enseñado. Pero ésta no es una dama.

—¿Y cómo estás tan seguro de ello?

—Porque las damas no trabajan en las posadas. Ahora quítate de mi camino. Tengo asuntos que tratar con esta no-dama.

—No.

—¿Cómo? Me parece que no sabes con quién estás hablando. Así que, apártate de mi camino.

El matón se estaba poniendo cada vez más y más nervioso al ver que el encapuchado no se movía. Su furia empezaba a crecer y sus músculos se tensaban apretando cada vez más a la chica que soltó un  ligero quejido. Al escucharlo, el encapuchado se acercó al matón y le dijo con tono serio:

—Dime, ¿con quién estoy hablando?

El matón se quedó blanco. No se esperaba eso. Los borrachos que hasta entonces se habían estado riendo se callaron de repente. Peter y Nicolae, quienes se habían limitado a observar la escena divertidos, pusieron las manos sobre sus armas por si había que entrar en acción.

El matón recobró la compostura y dijo:

—Soy Sir August Blanch. Soy la ley de estas tierras, prelado del rey y su mano derecha. Así que, si no quieres terminar en la horca, quítate de mi camino.

El matón sonrió con autosuficiencia, seguro de que sus palabras habían atemorizado al encapuchado, por lo que se dispuso a subir las escaleras. En ese momento una mano le sujetó el brazo con fuerza. El matón se volvió con furia y le dijo:

—¿Tan poco aprecias tu vida que te arriesgas a la horca por ésta zorra?

El encapuchado comenzó a reír suavemente y le dijo:

—En primer lugar, si fuera una zorra no te la tendrías que llevar por la fuerza. Y en segundo lugar, ¿por qué mientes?

—Yo no miento. Y no tengo porqué dar explicaciones a un cobarde que ni siquiera da la cara.

—Como quieras. Pero te advierto que lo que vas a ver no te va a gustar. Por cierto, ¿sabes cuál es el castigo por hacerse pasar por emisario del rey? Yo te lo diré. La horca.

El matón se quedó mudo ante estas palabras y, antes de que pudiera siquiera responder, el encapuchado descubrió su rostro.

EL REINO PERDIDO. PARTE I (TERMINADA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora