29.- PILLADOS

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Mientras caminaba por los pasillos del castillo, una sola palabra invadía su mente, Elisa. Todavía no se lo podía creer. Esos malditos chupasangre no sólo la habían matado, sino que la habían convertido en uno de ellos. Sabía que tarde o temprano acabaría por encontrársela pero era consciente de que no sería la misma. Aunque el exterior no hubiera cambiado, estaba seguro de que su interior estaría totalmente podrido. Ese encuentro iba a ser el momento más difícil de su vida pero ahora él amaba a Morgana y pensaba protegerla con su vida si fuera necesario.

Otra duda atormentaba su cabeza. ¿Cómo había entrado en el castillo? De todos es sabido que, de no ser invitado, un vampiro no puede entrar en ninguna casa. ¿Tenía un traidor en el castillo y debía encontrarlo? Aunque cabía la posibilidad de que el vampiro hubiera utilizado sus poderes de persuasión para hacer que alguien le invitara. En ese caso, la persona no recordaría haberlo hecho.

Era todo demasiado complicado pero tenía que calmarse ya que, si no, no sería capaz de pensar con claridad. Ahora lo importante era encontrar a Morgana y hablar con ella. Tenía que advertirle del peligro pero dudaba si decirle lo de Elisa. No quería que se preocupara más de lo necesario. No quería verla sufrir.

La pecotosa cara de Ana se asomó por la puerta.

—Buenas tardes, majestad. ¿En qué puedo ayudaros?

—Buenas tardes Ana. ¿Se encuentra la Condesa en su habitación?

La muchacha sonrió avergonzada. No esperaba que el rey conociera su nombre. Lo que ella no sabía era que él mismo la había escogido como doncella de Morgana.

—Lo lamento, majestad. La Condesa no ha vuelto desde esta mañana que salió con Peter.

—Gracias, Ana. Si regresa dile, por favor, que la estoy buscando.

—Por supuesto, majestad. Así lo haré.

¿Dónde se habrían metido? No le apetecía ir preguntando a todo el castillo por lo que se puso a pensar. Peter le había contado todo lo que habían hecho juntos y recordó que le había comentado que le gustaba mucho el jardín así que decidió buscar allí.

Cuando llegó a la pequeña plaza los vio sentados en un banco conversando. Todavía no le habían visto a él por lo que decidió darles un pequeño susto acercándose sigilosamente por detrás. Peter le estaba contando las travesuras que hacían juntos de pequeños y ella no paraba de reírse por lo que aprovechó el momento y le susurró al oído.

—Así que riéndote de mí, cosita.

Ella dio un respingo y a Peter le entró la risa, lo que hizo que se pusiera colorada. Drogo también se echó a reír. Le gustaba verla así. Era realmente encantadora.

—Muy gracioso, Drogo. No sabes el susto que me has dado.

—Eso te pasa por hablar de mí a mis espaldas.

—No hablaba de ti. Le pregunté a Peter por su infancia y tú estabas en todas las historias.

—Entonces, os pido disculpas por mi acusación infundada —contestó él haciendo una reverencia y provocando que todos se echaran a reír —. Bueno cosita, ahora que ya te has divertido bastante, me gustaría invitarte a cenar.

—Me encantaría pero primero debería pasar por mi habitación para refrescarme y arreglarme un poco.

—En ese caso, ¿me permites acompañarte?

—Tendré que hacerlo. Es una petición del rey.

Nuevamente se echaron a reír y, tras despedirse de Peter, se dirigieron los dos a la habitación de Morgana.

Una vez dentro de la habitación, Drogo cogió a Morgana de la cintura y, atrayéndola hacia él, comenzó a besarla. Le costaba mucho contenerse en el castillo y pensaba aprovechar cualquier segundo a solas con ella. Ella pasó sus brazos por su cuello y le siguió el beso. Lo deseaba tanto como él. Permanecieron un buen rato de pie, abrazados y besándose hasta que se separaron y se encontraron con la doncella mirándolos totalmente alucinada. Morgana se puso colorada y Drogo se echó a reír.

—Drogo, por favor, ¿qué va a pensar Ana de nosotros?

—Tranquila, cosita. Estoy seguro de que Ana sabrá ser discreta, ¿no es así? —dijo guiñándole un ojo a la doncella.

—Sí... sí... sí, majestad. Por supuesto que sí. ¿Desean que me vaya y les deje a solas? —La muchacha estaba realmente nerviosa.

—No Ana, gracias. Necesito que me ayudes a arreglarme. Además, su majestad ya se iba— contestó empujando al rey hacia la puerta.

Él se frenó, se apoyó sobre ésta y se quedó mirándola con los brazos cruzados.

—De eso nada, cosita. Yo me quedo a esperarte.

—¿Acaso pretendes estar en mi habitación mientras me cambio de ropa?

—¿Y por qué no? —dijo con su más encantadora sonrisa.

— DROGO.

—Vale, vale. Ya me voy. Pero no tardes que te estaré esperando fuera.

Dicho esto le dio un furtivo beso y le guiño un ojo antes de desaparecer por la puerta.

Morgana se volvió hacia Ana, quien la miraba con una gran sonrisa en su cara. No sabía cómo explicarle eso después de lo que le había dicho por la mañana. Estaba claro que lo de la «bonita amistad» ya no colaba.

—Verás, Ana, yo...

—Tranquila Condesa. Seré discreta pero, por favor, no me mienta más. —La muchacha la miraba con cara de pena.

—De acuerdo, no te mentiré más.

—Bien. —Ana dio un salto de alegría. —Y ahora, voy a prepararle el baño. No querrá hacer esperar al rey.

Ana desapareció por la puerta del baño y Morgana no pudo evitar soltar una pequeña risilla. Le encantaba su doncella.

EL REINO PERDIDO. PARTE I (TERMINADA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora