3.- EL REY

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Cuando el desconocido mostró su rostro, la posada se sumió en el más absoluto de los silencios. Era un hombre rubio, con ojos color avellana y unos rasgos perfectos. Tenía un porte y una elegancia que no dejaban lugar a dudas de quién se trataba. Todo el reino conocía, adoraba y temía ese rostro, y el matón no era una excepción. En el mismo instante que esos ojos avellana se clavaron en él, sintió como sus piernas empezaban a temblar. Un sudor frío comenzó a recorrer cada milímetro de su cuerpo y, sin saber que decir, dejó a la chica en el suelo, cayó de rodillas y empezó a llorar como un bebé implorando piedad. El rubio le miró con cara de asco y profundo desprecio y se alejó de él para dirigirse a la camarera.

—¿Se encuentra bien, señorita? —le dijo con voz dulce mientras le tendía la mano para ayudarle a levantarse.

—Sí... sí, creo —dijo ella mientras intentaba ponerse en pie —. Gra... gracias, ma... majestad —balbuceó mientras, torpemente, intentaba hacer una reverencia.

Este gesto divirtió al rey que esbozó una pequeña sonrisa, cosa que hizo que las mejillas de la chica comenzaran a arder repentinamente. Él no paraba de mirarla, como si quisiera ver dentro de ella, y ella cada vez se sentía más incómoda y avergonzada. Consciente de ello, se volvió y llamó al posadero quién en cuanto le escuchó se acercó corriendo, se hinco de rodillas y se postro ante él.

—Sí, su... su majestad. De... decidme en que os pu... puede ser de ayuda éste, éste, vuestro humilde siervo. 

Se le notaba el nerviosismo. ¿Quién iba a imaginar que el rey iba a estar en su posada? Éste esbozó una media sonrisa. Estas cosas siempre le habían hecho mucha gracia y esa vez no iba a ser una excepción.

—Escucha posadero. Quiero que cojas a esta señorita, la lleves a mi habitación y le prepares un buen baño y ropa limpia. No de camarera, sino de dama.

—Pe... pero majestad. Esta joven es sólo una huérfana que recogí. No... no creo que sea digna de ser tratada como una dama. Quizás os apetezca más estar con Samanta. Ella es... más experta. Bueno, ya me entendéis.

—CUESTIONAS MIS ÓRDENES. 

La voz del rey era dura y fría. Todo el reino sabía que era un hombre bueno y encantador pero a la vez, totalmente implacable por lo que no era bueno hacerle enfadar.

—No, no... majestad. Se hará los que vos digáis —contestó el posadero temblando de miedo.

El rey se volvió hacia la chica y, besándole la mano que todavía no le había soltado, le dijo con un tono dulce:

—Lamento mucho todo esto.

—No, por favor —dijo ella —. Esto no es culpa vuestra.

—Os equivocáis —respondió enfadado —. Éste es mi reino y todo lo que suceda en él es mi responsabilidad. —Entonces la miró a los ojos y su tono de voz se volvió más suave. —Por favor, tomad un baño y descansad un poco. Supongo que pelear con ese matón os habrá agotado. —Dijo eso con una sonrisa encantadora en su cara por lo que ella no pudo sino sonreír tímidamente ya que notaba que se estaba empezando a enrojecer otra vez. —Después subiré a ver como os encontráis.

Volvió a besarle la mano y se quedó al pie de las escaleras observando como ella las subía. No sabía porque pero sentía que esa chica tenía algo especial y estaba decidido a averiguar qué era. Una vez ella desapareció por el pasillo y con esos pensamientos en la mente, volvió a la mesa con sus compañeros. Nicolae le devolvió a la realidad.

—¿Por qué, señor?

—¿Y por qué no? —contestó mientras se servía una copa de vino y se acomodaba en la silla con una media sonrisa en su rostro.

EL REINO PERDIDO. PARTE I (TERMINADA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora