Capítulo 22

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22


Antes


La ansiedad de Bosco es una rara agonía para mí, tan angustiante como incitante. He podido controlar su ímpetu. La dura resaca y el destino confabulan en su contra. El vuelo al medio día nos obligó a volver muy temprano al aeropuerto. Le propuse postergar La Noche para nuestro destino final. Aceptó refunfuñando. Aunque los estragos lo habían machacado también a él.

Me llamó la atención no ver la bicicleta en nuestro equipaje.


"No voy a tener tiempo para nada más que para ti"

"Estoy seguro que contigo me voy a ejercitar más y mejor que con la bici"


¡Ayyy!!!!

Después de ocho horas y media, aterrizábamos en Los Angeles. Me pasé la ruta imaginando la agenda, alquilar un auto y pasarnos un par de semanas y algo más perdidos en California. Una idea fantástica y empalmaba a la perfección con el inicio del curso.


"California está lejos de nuestro destino final"


– 737 –

El misterio conjuga con su mirada maliciosa. Atando cabos, di con que la ropa que traíamos era veraniega y aquí estaba frío.

Islas Cook...Guau. Un punto remoto de la Polinesia, algo distante de la francesa. Lo poco que pude ver, bebiendo vino blanco, durante la espera en la sala VIP, me dejó lela. Era realmente el paraíso en los confines más bellos del planeta.

Diez horas de turbulencias después, amanecimos en Rarotonga. Estaba maltrecha. Necesitaba un baño, dormir y controlar a Bosco y su ultimátum. Mis temores se materializaban vívidamente.

Era la ley insalvable del matrimonio y se estaba comiendo mis sesos y mi entusiasmo. Porque los aviones arrullan a mi flamante esposo, hasta este pequeño e inestable de dos hélices. Duerme a pierna suelta, recargándose de energía, en tanto mi conciencia surca los vientos encontrados de la Polinesia. Tercer vuelo y de una sola hora, camino a lo inevitable. Nuestro destino final era Aitutaki, una de las islas meridionales.

Pero Aitutaki no sólo era una isla...

¡Era la isla más impresionante que había visto en mi vida, fuera de mi capacidad de imaginación! ¡No me lo puedo creer! Parece parte de una ensoñación mágica, idílica. Mis ojos absorben todo lo que pueden desde el avión de juguete.

Lo primero que se expande ante mis ojos es un espectacular óvalo montañoso verde, una isla con orillas de arena blanca encerrada en una laguna superficial, color turquesa, en pleno altamar, contenida, digámoslo así, por un enorme arrecife coralino. Una barrera natural que se enfrenta al océano oscuro, amparada por pequeños islotes. Ambos resguardan la tranquilidad y la claridad de la piscina natural. El contraste me deja lela, tanto como las tonalidades de sus aguas cristalinas de azul-verde y destellos casi fosforescentes. Es la primera vez que estoy frente a un atolón pero dudo que existan muchos más que puedan superarlo. La espectacularidad de la naturaleza se forja definitivamente en cientos de miles de años. Un fenómeno en proceso, las islas se van hundiendo paulatinamente con el correr de los siglos, convirtiéndola en una laguna diáfana en medio del Pacífico sur.

No puedo evitar comérmelo a besos. Aprovecha para meterme la lengua hasta confines arriesgados...Detengo su efusividad con sutileza.

– 738 –

En El Bosque, ClementinaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora