Epílogo VI

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Ana


Es un imán que me jala lejos de él, en cuanto abro las cortinas de la realidad. La luz del día me impide seguir mirando a través del tul del deseo... Enfundándonos toda la noche y el amanecer...

Una, dos, tres veces y yo, todavía más...

La arena sigue húmeda. El cielo ha llovido hasta hartarse, mudando drásticamente su apariencia, tan azul, como no se veía en semanas.

Todavía puedo ver la luna llena, etérea, por ligerezas del sol.

Inhalo el humor intenso del mar. El mar siempre me recordará a Pim, siempre me inspirará lo que él. La fascinación y el recelo. Belleza y destrucción... Escencialidad... Centenares de gaviotas en la orilla trinan a la espera que las olas le arrojen alguna posible presa. Tienen que ser rápidas. La ola es como un clímax; dura lo que dura el reventar, y se retira inmediatamente, llevándoselo todo.

Sumerjo los pies y una bandada levanta vuelo por mi intromsión en su desayuno. El mar ya sabe que el miedo ya no me aplasta. Lo he desafiado mudándome más cerca de él. Puede que él sea el mismo en relación a mí, pero lo más importante en la vida es cómo somos nosotros en relación al entorno. Yo he dejado manejar mi vida en función a sus peligros.

Los riesgos de vivir son más agresivos; siempre te están mandando señales de peligrosidad. Te da algo, te quita más...

¿Cómo quisiera dejar de temer, por ellos, por mí?

Soy una madre desalmada, soy una huérfana de padres, de una hija que se fue, tan violentamente que no me dio tiempo de procesar...

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Soy una esposa desastrosa pero sobre todo, soy una mujer con cientos de jodas que me sobrepasan, me emncierran, me aíslan por sentido de superviviencia, para intentar resistir lo nefasto que acecha tanto mi mente como la realidad circundante.

Estoy en un punto muerto. Intento atrapar un pichón de gaviota, demasiado lenta para ser infalible. Y cuando casi la tengo y saboreo la hazaña, levanta el vuelo...

Cuando quise atrapar el futuro sin dueño, con la facilidad que lo pesca la mente... Mi ingeniería mental se viene abajo, pisoteándome, burlándose de los proyectos, de los más íntimos sueños...

Las gemelas nunca serían dos, tal vez ni una... Ella sólo intentaba sobrevivir sin lograr llevar a cabo alguna función por sí misma.

Mi instinto descarriado buscó refugio del dolor. Era bestial, tenía memoria y sumaba viejas heridas que nunca llegaron a cerrar. Podía dejar de sentir, perder perspectiva, proximidad...

Era mejor alejarse, no dañarme ni dañar, resquebrajándome.

Lo bueno se volvía malo ¿O era lo malo lo único latente, vistiéndose del bueno, sólo para vernos caer?

¿Dónde estaba Dios?

¿Dónde estaba la vida? En sus brazos, en sus ojos, en su constancia, en su amor inquebrantable, siempre en él.

¿Estoy realmente a salvo en mi cascarón de telaraña? ¿ A través de mis vidrios polarizados? Que no dejan que los demás me vean pero que no impide que yo lo vea todo, que lo viva todo. A mi hija que se abre camino a la vida, a mi otra mitad que se abre camino entre toda mi mierda...

Toda acción implica una reacción externa, interna.
Dejar de actuar no era inacción, sólo una acción indirecta, sobre Anaís, Pim, Lucinda... Sobre mí misma...
Provoco al desastre...

En El Bosque, ClementinaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora