Capítulo 41

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Capítulo 41Etiquetas:Día 210 del programa M

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Capítulo 41
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Día 210 del programa M.E.R: 9 de julio del 2015

1:30 pm

La secundaria se convierte en la última etapa de irresponsabilidades y despreocupaciones para muchos de nosotros. Es extraño pasar con togas azules y un diploma frente a tus compañeros y pensar que esa será la última vez que los veas así, sentados y perteneciendo todos a un mismo grupo: los graduados. Te invade una sensación de desapego, como estar dejando tu hogar para mudarte a un apartamento más amplio, más apto para un nuevo capítulo en tu vida.

Y, sinceramente, da miedo.

Cloe le echó la culpa a ese temor y a los nervios por el crujir constante de su estómago, ya que el hambre no podía ser el responsable de eso; ella simplemente no podía sentir hambre. Así que, unos minutos antes de tener que subir junto con sus otros compañeros a recibir el diploma que confirmaría el enorme cambio al que se sometería su vida, abandonó la multitud de alumnos y corrió hacia el baño. No se detuvo en su reflejo, ni siquiera miró el espejo, solo se encerró en un cubículo y, una vez sola, se permitió abrazarse a sí misma y dejar escapar una mueca ante el dolor.

Pero que terrible momento para sentirse mal. Se suponía que ese día empezaba una nueva etapa de su vida ¿Acaso ese inicio no sería suficiente como para dejar los retorcijones y las quejas de su estómago atrás?

Más que dolor, sentía una especie de agujero intentando devorar las paredes de su estómago. Esos crujidos y retorcijones debían ser llamados de auxilio de su organismo, que pedía a gritos ser salvado y aún así ella prefirió ignorarlo. Pensó en lo que comió esa mañana, la mitad de una simple tostada. Contó las calorías, las calculó en cuestión de segundos, y eso hizo que Cloe se reprochara a sí misma. A pesar, de que fue muy poco lo que ingirió, seguía siendo demasiado. Entonces, su mente confundida sacó una única conclusión: ¡La comida era la culpable de su dolor!

Si, eso debía ser. Y, mientras escuchaba a su estómago retumbar y exigir ayuda, se repitió a sí misma que comer fue lo que la llevó a ese instante. Por culpa de esa tostada, ella se estaba perdiendo del momento más importante de su corta vida. La comida no solo le impedía ser perfecta, sino que también le estaba prohibiendo ser normal. No podía disfrutar de su graduación como lo hacían el resto de los adolescentes. Una vez más, se sintió fuera de lugar y, a falta de brazos para consolarla, se rodeó a sí misma para acompañar su alma débil y adolorida. Ni siquiera sintió el choque de los huesos de sus delgados huesos contra los de sus costillas expuestas, la toga azul que traía puesta se lo impidió.

Tenía la sensación que comenzaría a llorar, pero no fue así. Se volteó hasta dar con el inodoro de ese diminuto cubículo y una pregunta peligrosa llegó a su mente: ¿Qué es lo que hace Lili para ser delgada? ¿Será que lo puedo intentar?

Pero tranquila, la margarita anoréxica no llegó a probar el método con el que se marchitaba la margarita bulímica; no le dio tiempo. Escuchó un leve sollozar en el cubículo a su derecha, lo que hizo que ignorara los crujidos de su estómago por un segundo para enfocarse en aquel sonido tan...triste. Logró percibir respiraciones entrecortadas que la llenaron de curiosidad. Incluso observó la pared a su lado como si pudiera ver a través de ella, pero por su puesto que solo logró ver las palabras obscenas y las declaraciones de amor escritas en marcador, no a la dueña del llanto que escuchaba.

Margaritas || P.E #1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora