Capítulo V

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ALFRED:

Llevo más de dos horas esperando. Su secretaria me dice que está reunido, algo natural para alguien que maneja contratos discográficos como rosquillas, pero a mí no me gustan las esperas. Y parece mentira que después de tanto tiempo no lo sepa. Estoy pensando en cómo me va a recibir. Seguramente con un buen apretón de manos, tratando de convencerme de que debo darme prisa en la grabación para tenerlo todo listo para el verano. Entonces yo, iracundo, me enciendo, me cabreo y defiendo mi idea de que toda buena producción debe estar cuidada. Sé que saldré ganador de la batalla en el mismo momento en que le diga que tal vez debemos revisar todo mi trabajo con la casa y que tal vez debamos romper el contrato. Ni de coña me deja escapar, ni a mí, ni a mi trabajo.

Entre mis manos no traigo nada, porque es lo que hemos hecho en dos semanas. Todo demasiado intangible. Ella en medio de un bloqueo creativo y yo a punto de entrar en una caída brutal de sensaciones. Me siento extraño con ella, no me había pasado con nadie a quién le hubiera producido un disco. Ellos llegaban, me contaban sus penas, yo hacía mi trabajo y las dos partes salíamos convencidos del trabajo. Pero esta vez no.

Me encuentro delante de una artista que tiene un talento arrollador, pero que no sabe mostrarlo. Y yo, en lugar de mostrarme comprensivo, me muestro ineficaz, burro. Me ensaño con ella cada día, y ella trata de aguantar el temporal como puede. Aunque, claro, mi enfado comparado con el que iban a tener los jefazos cuando me vieran aparecer con las manos vacías, era una tontería. Yo era duro porque sabía de lo que era capaz, no de hacer esa mierda de música que te taladra la cabeza para no dejarte nada sustancioso.

—Puede pasar, señor García —me dice la secretaria del mandamás.

Paso y me siento. No saludo. Ya estamos todos demasiado mayores para andarnos con formalidades estúpidas que no nos llevan a ninguna parte. He venido a ser claro. O se hace a mi manera, o no habrá disco. Sé que puede sonar arrogante pero, en el fondo, le estoy haciendo un favor a esa chica que, confieso, tiene su puntillo interesante.

—¿Y bien? —me pregunta Manuel al verme con las manos vacías.

—Eh... bueno... —nunca se me ha dado bien mentir—. El trabajo está siendo un poco más lento de lo habitual. Ya sabéis que, a veces, las cosas van más despacio de lo que querríamos.

—Te dije que era una pérdida de tiempo y de recursos —contesta Joe con la máxima desgana mirando a Manuel—. Es un producto acabado. No va a volver a ser la misma ni en cincuenta vidas, ni siquiera trabajando con el mejor productor de este país. Creo que deberíamos dar por finalizado el contrato, ahora mismo solo estamos perdiendo dinero.

Niego con la cabeza. Esto no se trata, como de costumbre, de perder dinero. Tengo que hacerles ver que esto puede ser una gran inversión. Pero me callo, dejo que sigan dando rienda suelta a sus peores pensamientos. Me hago una composición de todo lo que esperan de mí y, especialmente, de ella. Me asaltan las dudas. Si les digo que realmente puede ser un pelotazo cuando salga del bloqueo van a hincarle el diente a su cuello hasta desangrarla, el proceso me lo conocía de sobra. Y yo no estaba preparado para que mi trabajo fuera tratado así. Y ella tampoco. Aunque esto último me costaba un mundo tener que reconocerlo en público.

—¿Qué futuro le auguras, Alfred? —Joe, me saca con sus palabras de mis pensamientos internos—. Sabes que hemos depositado toda nuestra confianza en ti para este disco. Tiene que ser un disco que nos deje a todos con la boca abierta.

—Sabéis perfectamente cómo trabajo —y me reclino sobre la mesa, como si estuviéramos tratando un asunto de estado— y por ello conocéis perfectamente mi manera de pensar sobre los éxitos rápidos. Además, si queréis algo arrollador en ventas podríais haber llamado a cualquiera de sus anteriores productores, ellos podrían daros muy buena cantidad...

Promesas que no valen nadaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora