AMAIA:
Trato de abrir los ojos, pero en cuanto el primer rayo de sol hace contacto con ellos, los vuelvo a cerrar de manera inmediata. A ello debía sumarle el gran martilleo que sentía en mis sienes con cualquier pequeño ruido de fuera de mi habitación, y debía ser el día en que se habían puesto en marcha todas las obras habidas y por haber en aquella ala de la casa... Pero un momento, que todavía hay más sorpresas.
En el hueco entre mi cuello y mi hombro, noto breves respiraciones acompasadas. Ay, Amaia... que ayer te has traído a un cualquiera hasta aquí para echar el polvo que hace meses que deseas echar y no te atreves. No quiero volverme, así que permanezco quieta enredada entre el nórdico y aquella manta. Parece que él tampoco tiene ganas de despertarse. Porque sus respiraciones son iguales en tiempo y ritmo. No me muevo, permanezco quieta, como si hubiera matado a alguien y estuvieran a punto de descubrirme.
De lo siguiente que me percato es de la mano que está bien pasada sobre mi cintura atrayéndome hacia mi acompañante, al que todavía no le he puesto cara. Trato de deshacerme del agarre, pero me aprieta más fuerte. Y creo que me está empezando a faltar la respiración ante tanto apretón. Me pregunto si podré sacarle de casa antes de que el resto de inquilinos se enteren de mis correrías... aunque un recuerdo vago de Alfred trayéndome de vuelta a casa me asediaba.
Por fin, consigo tocar la mano y salir de mi miedo y mi perpetua duda después de varios minutos. Solo con el tacto sé que son suyas, me recreo bien en él. Siempre me dan una sensación de paz y calidez que me hace sentir muy tranquila. Siento cómo comienza a moverse entre la manta, porque ni siquiera está metido dentro de la cama y su respiración se despereza. Por fin, me atrevo a darme la vuelta. Creo que hoy ninguno de los dos tenemos buena cara.
Siento cómo me habla, pero no escucho nada, así que trato de acercarme más. Pero obtengo el mismo resultado, no escucho absolutamente nada... Ni una sola de mis resacas anteriores me había dejado sorda, esto tiene que ser una broma de mal gusto, me acerco un poco más.
—Te decía que buenos días —me dice pegándome unos sonoros gritos.
—Joder, Alfred —digo tapándome las orejas con las dos manos—. ¿No ves que me duele la cabeza? Tengo una resaca de campeonato.
—Y yo que me alegro —y sonríe enseñando sus palitas.
Y quiero matarle. No solo porque se alegra de que tenga resaca, cabrón, sino porque a cada día que pasa siento que me empiezan a gustar cosas nuevas de él. Creo que ahora estaría en un punto que mi hermana denominaba, cuando éramos más pequeñas, la fase de la tontería supina. Es decir, que te gusta casi todo de la otra persona y deseas conocerlo por todos los medios. Lo jodido era que yo ya conocía, o eso recordaba, su secreto mejor guardado.
—Eres un cabrón —susurro chascando la lengua con disgusto.
—Una buena aspirina, mucha agua y no volver a hacerlo hasta que necesites ahogar las penas. Por favor, la próxima vez avísame. No querría perderme tal espectáculo.
¿Tal espectáculo? Dime, por favor, que no he terminado como cuando era una desconocida del tres al cuarto enseñando las tetas de mala manera en mitad de un tugurio perdido en el culo del mundo. La última vez que me había puesto hasta arriba de alcohol, tuve la suerte de que mi hermana me supo contener en todo momento.
—Dime que no enseñé las tetas, por favor.
—¿Qué? ¿Por qué ibas a enseñar las tetas? ¿Eres una exhibicionista? —y noto su recochineo para mi desgracia, aunque cesa en su empeño cuando frunzo las cejas—. Claro que no enseñaste absolutamente nada, digamos que por fin entendí muchas cosas. Y, aunque lo hubieras hecho, tampoco sería nada de lo que avergonzarse.
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Promesas que no valen nada
Fiksi Penggemar"Nuestro futuro depende de cómo entendamos nuestro pasado". Amaia Romero y Alfred García son, respectivamente, la cantante de éxito mundial y el productor de moda. Alfred es definido por todas las personas con las que ha trabajado como despiadado...