Capítulo XXIII

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ALFRED:

Llevo varios días en que no duermo apenas. Si consigo conciliar el sueño por un período duradero, me termino despertando sobresaltado sin recordar en absoluto por qué. Y creo que tú eres el motivo de todos mis desvelos. Sé que puede parecer absurdo, pero cuanto más tiempo pasamos juntos en el piano, peor me voy encontrando. Creo que todo el mundo es consciente de esto, pero yo quiero evitar tener que dejarlo. Si abandono ahora, será un error fatal para mí. Lo sé, estoy seguro.

Sigo dando vueltas incesantemente al café. Quizá tratando de que en una de esas vueltas, se me aparezca la idea definitiva para terminar con este problema que tengo contigo. Y es que es muy simple. No sé qué haces, pero consigues que incluso me ponga nervioso, tenga que esconderte la mirada y no sea capaz de articular más que monosílabos que seguramente suenen muy patéticos al salir de mi boca.

—Buenos días —oigo justo detrás de mí.

Y entonces vuelve a suceder. Tu mano se pasea por mi nuca, como si no tuvieras nada mejor que hacer. Siento cómo me paralizo y después esa sensación eléctrica que termina difuminándose con un escalofrío por toda mi espalda. Joder, Amaia... a veces creo que tengo que empezar a poner límites contigo, antes de volverme demasiado loco o, al menos, demostrarlo en público. Sacudo la cabeza, trato de sacarme tantas sensaciones juntas y revueltas, pero hoy tampoco es mi día de suerte.

—Tienes mala cara, Alfred —y haces el ademán de ponerme la mano en la frente, pero me aparto rápidamente—. Oh, perdón, lo siento. No pensé que te fuera a molestar.

Sé que he quedado como un gilipollas. Agachas la mirada tan avergonzada como yo. Siento que, desde que firmamos nuestro pacto, todo se ha vuelto a torcer. Sé que me tengo que emplear a fondo como siempre lo he hecho, pero contigo eso solo me supone tener que romper demasiados muros. Eres demasiado especial, demasiado cautivadora como para limitarme a hacer todo lo que he venido haciendo hasta ahora. Eso se queda corto para ti.

—No, perdóname —digo mientras nuestras miradas se encuentran—. Es sólo que estoy un poco cansado. Nada más.

He dejado de preocuparme por mis temas legales, creo que Jordi está a punto de encontrar una fórmula legal para poder hacer el disco sin meternos en líos. Por lo que sé, está en permanente contacto con tu abogada. Aunque, para ser sinceros, eso no ha salido en ninguno de nuestros temas de conversación, ¿será que los dos estábamos ya hasta las narices de todo y simplemente teníamos ganas de dejarnos llevar?

—Tengo una propuesta. Me gustaría que la escucharas.

—Dispara —y, por fin, dejo de dar vueltas al café.

—Me gustaría incluir una versión en el disco. O hacer un doble disco.

—¿Un doble disco? ¿No crees que con uno ya tenemos más que suficiente?

—Me gustaría incluir algunas versiones de temas importantes.

—Veo que la idea de versionar no te la voy a sacar de la cabeza nunca.

Yo también lo había pensado mucho cuando hablaste por primera vez de esa posibilidad, pero la había descartado. No solo por la complejidad de encontrar los temas adecuados, sino porque sentía que eso no te hacía justicia. Que era una especie de rendición a una evidencia cada vez más clara, que nunca ibas a volver a ser la misma que cuando te iniciaste en esto de la música. Y me negaba en redondo. Claro que un doble disco, y las versiones como cara B no eran mala idea... lo antiguo y lo nuevo, todo juntito.

—Siempre me gustaba versionar a otras personas.

—¿No te conformas con que te versionen a ti? —pregunté asomando los ojos por encima de la taza para encontrarme a una Amaia pensativa—. Porque a mí me parece más que suficiente. No sé... si yo fuera seguidor tuyo no te compraría un disco de versiones, me gustaría volver a escuchar algo tuyo.

Promesas que no valen nadaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora