Capítulo XVIII

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AMAIA:

"Tendremos que ponernos manos a la obra... con todo". Joder, Amaia, más imbécil y no naces. Que has venido aquí a trabajar con él para relanzar tu carrera, no a follar como si no hubiera un mañana en el horizonte. No te descentres, y menos ahora que tienes una mano delante y otra detrás. Que es cierto que puedes pegar el pelotazo de tu vida con este disco y volver a la rampa de salida que parecía que iba a ser el cuarto... pero no te confíes.

Llevamos casi tres días en que no hemos avanzado nada, porque según él necesito abrir un poco la mente y seguir vomitando ideas. Lo cual me viene genial para no tener que verle la cara y morirme de la vergüenza. Porque eso es lo que siento cada vez que nos cruzamos por los pasillos. Además, Gabriela ha pillado la gripe lo que la tiene en cama casi todo el día y yo me paso a su lado todo el tiempo que puedo con tal de evitarle. Creo que a ella tampoco le ha pasado desapercibido todo lo que ha sucedido desde que nos pilló, literalmente, con las manos en la masa el otro día. Madre mía... y encima no para de lanzarme pullitas y bromitas, ¡qué vergüenza!

Me siento como aquella chica de dieciséis años que huía de ese chico que le había dicho que sentía lo mismo y parecía que el mundo se iba a acabar porque no estaba lo suficientemente rodada. Aunque, confieso una cosa: nadie en esta vida, por suerte, nace enseñado. Y no hay nada que no puedas aprender, poco a poco, con paciencia y buena letra. Pero esto era diferente. Aquí no hay posibilidad de escapatoria, estamos encerrados.

La nieve cae copiosamente fuera, miro por la ventana mientras Gabriela se acaba la sopa que le ha preparado Alfred y que yo le llevo todos los días a su habitación, para sentarme allí y esperar en silencio a que termine. Pero ahora se ha convertido en mi particular ritual y su habitación en un santuario para mí. No hablamos, no decimos nada. Solo nos miramos y parece que ella ya sabe todo lo que yo callo. Y eso no me gusta mucho, aunque tampoco me disgusta. Madre mía, qué horror... que imbécil soy. ¿Y si le va con el cuento de que estoy coladita por sus huesos? No me lo puedo permitir, me recuerdo varias veces que he venido aquí a trabajar y no a liarme con mi futuro productor. Aunque cada día que pasa, se me hace más complicado no tener pensamientos muy subidos de tono con él.

—Lo de la otra noche... —y siento como la vergüenza me come por dentro.

Por fin levanto la cabeza y la veo expectante. ¿No querrás que te confiese que estoy empezando a creer que siento por él algo más allá de una admiración profesional, no? Porque debes estar muy loca para pensar algo tan osado de mí... Pero seguro que ya lo había pensado, esa mujer parecía tener telepatía con los pensamientos de todas las personas en aquella casa. Daba igual que acabaras de llegar, que lo hacía a las mil maravillas.

—¿Qué de la otra noche? —me preguntó mientras rebañaba el yogur.

—Lo que viste en el estudio hace tres días.

—Oh, cariño, yo no vi nada extraño.

Sus palabras me caen como un jarro de agua fría. ¿Me está insinuando de la manera más directa que puedo imaginar que esto lo suele hacer con todas las cantantes femeninas que han pasado por aquí? Y mira que antecedentes tenía, porque en el terreno sentimental, todo el mundo decía lo mismo. Que era un jodido solitario, que nadie parecía pasar con él más de una noche y, a veces, ni siquiera eso porque en la mayoría de ocasiones nunca hacía noche en la misma ciudad. A veces me sentía bastante infantil hurgando en detalles tan íntimos de su vida, pero era algo que no podía evitar... y mi investigación cutre me había llevado a tales extremos.

—Lo que yo quería decir...

—He comprendido perfectamente lo que has podido pensar.

Promesas que no valen nadaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora