Capítulo XXXI

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ALFRED:

Veo que no lo has podido evitar, y a pesar de que hoy tendríamos que estar terminando la grabación del disco, me insistes en que te dé un día más, porque necesitas incluir un bonus a las doce canciones que nos ha costado tanto elegir entre las más de cuarenta que te han salido. En un principio, me niego. Pero después comprendo que no puedo negarme. Es tu disco, yo solamente soy un peón en la cadena de producción. Y si tú consideras que esa pieza debe de estar, será por algo.

Me masajeo las sienes. Tengo demasiado cansancio acumulado. Las semanas finales de grabación han sido de todo, menos un camino de rosas. Porque parecía que no nos poníamos de acuerdo sobre qué dirección tomar en el sonido. Pero, finalmente, después de mucho tiempo, lo logramos. Los dos estamos de acuerdo en lo básico: un piano y voz. Nada más. Tiene que ser arriesgado y sorprendente. Por eso, el breve adelanto que sacas, consigue el efecto buscado. Hace que la gente quiera más, pero al menos no los tienes en ascuas como hasta ahora. Así que misión cumplida.

Tomo asiento frente a la mesa de mezclas, esperando repetir todo el proceso que hemos diseñado hasta ahora. Trabajamos primero sobre una base simplona de piano para ver cómo vamos encajando la letra, pero esta vez desbaratas todos mis planes. Me dices, que lo quieres grabar en una sola toma el piano y la voz. Porque sabes que en esa toma, está la definitiva. Me comentas en varias ocasiones, mientras lo preparo todo que no estás segura, así que trato de disuadirte.

—A mí me parece un disco redondo, sin necesidad de temas adicionales —digo, ajustando el micrófono de grabación a su altura—. Y no estoy seguro de que la gente espere algo que, tal vez, se sale de la sonoridad y de la idea conceptual del disco.

Realmente pienso que, entre todo lo descartado, había material incluso para un disco doble, pero no veo esa necesidad ahora mismo en tu vida. Y creo que tú tampoco. Te noto inquieta, como si supieras que la idea me desagrada. Pero no me dices nada. Llevas demasiados días pensando que el final de la aventura está a la vuelta de la esquina y, como muy tarde, en un par de días todo habrá terminado. Tú volverás a Madrid y yo me quedaré en Barcelona. Y eso, en cierto modo, me asusta. Estoy demasiado unido, en todos los aspectos, a ti y ahora no sé cómo seguir adelante solo. O al menos, hacerlo de la manera más correcta posible.

—Estoy de acuerdo en que es el final de esa trilogía que te gusta tanto...

—Pero... —dije con un tono bastante seco—. Siempre hay un pero.

—Pero, tengo que abrir la puerta a lo que me interesa. Y eso tiene que hacerlo un bonus en condiciones. Lo siento. Sé que te molesta mucho tener que trabajar así, pero yo siempre he sido así.

No es que me moleste, es que me horroriza. Siempre he pensado en la producción de un disco como un proyecto lineal, que se abre en un punto y se cierra cuando se termina, no se interrumpe el camino a mitad de paso. No, lo que se empieza, se acaba. Se abre y se cierra la idea tal y como estaba planeada. No dejamos colgado el trabajo a la mitad y volvemos atrás porque nos hemos dejado algo por completar. Odio ese tipo de cosas.

—¿Y qué se supone que te interesa, Amaia? —pregunté lleno de curiosidad.

—Muchas cosas. Creo que tengo material para hacer tres discos seguidos y todavía tendría muchas cosas que contar...

En las últimas semanas te habías vuelto taciturna respecto a la composición, pero no dejabas de llenar folios en blanco. Lo cual me hacía explotar de orgullo y satisfacción porque, de alguna manera, yo también estaba presente en la responsabilidad de que esto estuviera pasando. Había hecho bien mi trabajo. Incluso todo el mundo estaba sorprendido cuando se anunció que yo producía tu nuevo disco, nadie creía que tuviéramos la cabeza necesaria como para juntar ideas y ser capaces de soportarnos. Pero lo hemos sido.

Promesas que no valen nadaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora