Capítulo XLI

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ALFRED:

Estoy atrapado en este momento. Estoy atrapado en tu sonrisa. Es de niña pequeña, que todavía sueña después de una noche larga. No quiero despertarte, sé que esta gira no está siendo fácil por todo lo que ha pasado entre nosotros en estas semanas, pero ahora estás aquí. En casa. Y ahora es nuestra. Ya hay algo compartido. Y me gusta cómo suena en mi pensamiento, no te puedo mentir.

Me doy una ducha rápida, me visto y te dejo una nota por si te despiertas y no me encuentras. La vecina del segundo, una mujer de avanzada edad y de nombre Sabina, me entretiene. Es una mujer que, lejos de todos los rumores del edificio, es una abuelita de esas adorables. Y siempre me gusta dedicarle un poco de mi tiempo cuando me la encuentro. Siempre tiene buenos gestos conmigo, pero me sorprende un poco su actitud.

—Así que te has echado nueva novia, jovencito —me dice sonriéndome.

No sé si novia es la palabra exacta. Pero la noche antes, los dos habíamos dejado claro que éramos una pareja. Por lo que no le hizo falta confirmación de ningún tipo. Otra cosa no, pero aquella mujer era muy intuitiva y supo todo lo que deseaba conocer, antes de que me diera tiempo incluso a pensar seriamente en ello.

Nos despedimos apenas un par de preguntas después sobre mis nuevos proyectos. Ahora mi único proyecto es Amaia... y quizás empezar a componer. Siempre me gusta contar mi vida a través de las canciones. Y ahora es un buen momento. Estoy abriendo una nueva etapa que merece ser contada. Y creo que no soy el único que tiene cosas que contar.

Al abrir la puerta del portal, me encuentro con una marabunta de periodistas. No sé qué quieren, pero no creo que sepan que Amaia está aquí. Y si lo saben, me la suda. Tampoco tengo planes de hacer ningún tipo de declaración y menos cuando no hemos hablado de cómo queremos tratar este tema de cara al resto de la gente.

Muchos flashes comienzan a iluminar mi cara, mientras camino tratando de abrirme paso entre aquella selva de periodistas del corazón. Trato de hacer oídos sordos a todas las preguntas, pero es inevitable que alguna se cuele y, por fin, entiendo que hacen allí esos carroñeros.

—¿Sabes que tu ex acaba de confirmar su divorcio? —me pregunta una periodista con voz de pito que se me cuela por los oídos.

No me detengo, aunque mi cerebro lo hace. Me siento estático aunque mis piernas caminan hasta la pastelería más cercana y de confianza. No soy capaz de que una sola palabra salga de mi boca. No sé qué se supone que tengo que decir en estos casos. Ya no es mi problema. Hace muchos años que no es mi asunto. Yo ya he cerrado ese capítulo... y así está bien, ¿no?

—¿No vas a decir nada? —vuelve a inquirirme.

Me niego a darles lo que esperan, así que me sonrío y sigo caminando con la mirada oculta tras unas grandes gafas de sol. Ahora estoy en un momento pleno de mi vida, y no me siento mal porque la vida de otros vaya cuesta abajo y sin frenos. Al final, la vida siempre termina poniendo a cada uno en su lugar. Y yo ahora estaba más feliz que nunca.

—Dicen que si podrías estar viéndote con tu ex, en busca de una nueva oportunidad —me suelta otro periodista con su grabadora—. ¿Son ciertos esos rumores, Alfred?

Doy un mordisco al cruasán después de soltar una risotada de lo más socarrona. A veces me sorprendo de la buena inventiva que tienen determinados medios de comunicación. Generalizar está feo, pero es que me lo ponéis en bandeja, chicos. Vuelvo hacia casa. Y antes de que me dé tiempo a abrir la puerta, escucho el primer rumor. Y este sí que es interesante.

—¿Y sobre Amaia que nos puedes decir? —me pregunta el único que no ha formulado preguntas y ha permanecido callado hasta ahora.

Jugueteo nervioso con las llaves entre mis dedos mientras las guardo en mi mano derecha. Me sonrío y me doy la vuelta. A este sí que pienso darle una respuesta. Necesito hacerlo.

Promesas que no valen nadaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora