ALFRED:
Giras compulsivamente el bolígrafo entre tus dedos mientras tu mirada se pasea a ratos por el folio en blanco, en otro momento sobre mi periódico que leo tranquilamente para terminar el recorrido en el reloj. Todavía no lo sabes, pero te estoy torturando por un buen motivo. Estar en el estudio desde las ocho hasta las dos y desde las tres hasta las seis solo responde a una cosa: que seas capaz de entender que las ideas no se te van a caer de maduras. Básicamente por la simple razón de que hace tiempo que no tienes buenas ideas. Así que dejo que te cabrees, que suspires, que maldigas, que te enfades. Pero no te digo nada. Cuando mucha gente entra en el bloqueo creativo en el que tú estás, no le ayuda en absoluto que otra persona le ponga las palabras en la boca, así que yo tampoco lo voy a hacer contigo. Quizás la furia saque las palabras que en calma no eres capaz de encontrar.
—Se supone que te pagan para algo, ¿no? —me dice totalmente ofuscada.
—Sí, claro —digo doblando cuidadosamente el periódico y dejándolo apoyado sobre la mesa de mezclas—, pero no parece que tenga nada sobre lo que trabajar. Usted es la que produce dinero o eso me repite cada vez que se enfada como una niña pequeña. ¿Cuántos años tiene: veintiséis o cinco? De edad física ya lo sé, pero de edad mental, tengo dudas.
Cuando se te ponen los ojos hechos una furia sé que está a punto de suceder, pero todavía falta un poco. Las ideas no se caen de un día para otro, hay que madurarlas. Trabajar para que aparezcan y, aunque ella parezca obcecada en no entenderlo, eso también forma parte de mi trabajo. Yo no había firmado un contrato como compositor. No. Yo era el productor. Nada más.
—¿No me vas a ayudar, en serio? Llevas aquí una semana leyéndote el periódico con tus santos huevos —notaba como su enfado iba creciendo con el correr de los días.
—Santos, no sé. Pero míos seguro.
—¡Y encima te crees gracioso, eres imbécil!
—Pues la gente dice que soy muy rico —confesé con una sonrisa torcida y de manera totalmente irónica—. Si según usted, las ideas se le caen de maduras en casa, no entiendo por qué aquí no. ¿O es que me ha mentido?
Claro que me había mentido. Y lo que era peor, se había mentido a sí misma. Y no hay cosa peor para un artista. Cuando empiezas a mentirte a ti mismo, empiezas a entrar en un lodazal de proporciones épicas. Sabía que había algo que la preocupaba más y era la situación que tenía por delante. O presentaba algo genial en una semana, o la discográfica podría empezar a pensar que era mejor ponerla de patitas en la calle. Aunque siempre podría usar mis malas artes y mis trucos de cabroncete redomado. Todo fuera por preservar un buen trabajo aunque ella me cayese como el culo.
—¿Nunca vamos a salir de aquí?
—Oh, sí —y volteé los ojos hasta ponerlos en blanco antes de mirarla—. Había pensado en ir preparando la piscina. Total, estamos en noviembre pero no pasa nada. A la señorita Romero le apetece un buen baño.
—¿No te cansas nunca, de verdad, de ser tan desagradable?
—No me des ideas ni me lo pongas tan fácil.
—¿Nunca bajas al pueblo?
—No. Si vengo aquí es precisamente para olvidarme del mundo.
En el pueblo, de apenas mil habitantes, todo el mundo nos conoce como los huraños. No nos relacionamos más allá de lo necesario y yo rara vez me dejo ver por allí. Siempre que vengo, estoy encerrado en el estudio. No me gusta relacionarme con gente que me juzga demasiado rápido. Aunque también sé que yo tengo parte de la culpa. La gente no es capaz de soportar fácilmente un humor como el mío veinticuatro horas al día. Así que supongo que después de una semana, Amaia tiene que estar, literalmente, hasta las narices de mí.
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Promesas que no valen nada
Fanfic"Nuestro futuro depende de cómo entendamos nuestro pasado". Amaia Romero y Alfred García son, respectivamente, la cantante de éxito mundial y el productor de moda. Alfred es definido por todas las personas con las que ha trabajado como despiadado...