Capítulo XXXV

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ALFRED:

La mirada de Aitana mientras se levantaba a recoger la mesa, fue la confirmación más que evidente de que con ella, por desgracia, todo seguía igual aunque contigo todo hubiera cambiado desde nuestro último encuentro, viéndonos en carne y hueso.

—A tu amiga le sigo encantando por lo que veo —y si las miradas matasen, ya tendría varios metros de tierra por encima—. Menos mal que yo he venido por ti... O a por ti. Cómo tú prefieras decirlo.

Habían pasado apenas veinte horas que había llegado a Madrid, con un billete, una bolsa de mano con ropa para tres o cuatro días y, por primera vez en muchos años, la sensación de sentirme completo. De entender qué era lo que quería y sobre todo por qué lo quería. Noto el carraspeo de Aitana mientras se sienta frente a mí y me vuelve a asesinar con la mirada. Me empiezo a sentir incómodo.

—¿Y dónde te vas a quedar esta noche, Alfred?

Aunque me había hecho el sueco, sabía que mi presencia la incomodaba de sobremanera. Se lo había dejado caer a Amaia en el desayuno con gestos y palabras muy poco discretas. Ahora entiendo porque Amaia tampoco sabe ser discreta. Al final, en esta vida, todo se pega, menos la hermosura. Me sonrío y miro a Amaia, que parece estarme devorando con la mirada. Me gusta cuando una mujer hace eso y, además, ésta me conoce muy, muy, muy bien.

—Había pensado en la caseta del perro, pero no tenéis. Una lástima.

Casi al tiempo que terminaba mi frase, Amaia se levantó y dejó caer que nos dejaba solos mientras preparaba su habitación para esa noche y se ponía el pijama. Estábamos los dos solos, uno frente a otro, y no me sentía nada cómodo. Sabía que no era mi lugar. Y, sinceramente, ella parecía estar todavía más desagradable de lo que yo era habitualmente con la gente.

—Ella es mi mejor amiga —me soltó mirándome fijamente.

Sabía bien lo que me quería decir. Que si me estaba aprovechando de ella. Que si solo la quería para follar. Para pasar un buen rato y no volver a vernos nunca más. Y te puedo prometer que no puedes estar más equivocada. Aunque es lo normal, soy la imagen que proyecto. Otra cosa más sobre la que trabajar en las próximas sesiones con mi terapeuta. Y, por supuesto, con mi mánager. Verás tú...

—Y yo tu peor enemigo, ¿no? —y no le quité la mirada de encima.

—Me caes muy mal, no te voy a engañar.

—Veo que todavía me guardas rencor...

—A ella la podrás engañar con esa carita de niño bueno, pero a mí no. Conozco a muchos como tú. Y no me fío de vosotros ni un pelo —y me señaló con su dedo índice extendido—. Si la partes el corazón, te corto los cojones.

—¿Por qué crees que le voy a romper el corazón? —aunque ya conocía la respuesta, los rumores no pasan en balde para nadie.

—Porque tú no dejas títere con cabeza...

La voz de Amaia preguntando si tenía planes mañana, la distrajo de seguir con este interrogatorio tan potente. Aunque algo me había demostrado. Realmente, Amaia tenía buenas amigas. Y eso era muy importante en la vida. Lo sabía de primera mano. Cuando se acercó hasta mí y me dio un largo beso en la mejilla a la vez que jugueteaba con el pelo de mi nuca, Aitana se encerró en su habitación.

Y di gracias, porque sermones era lo que menos me apetecía aguantar, no tenía tiempo que invertir en esas cosas. Yo había venido hasta aquí para ser sincero con Amaia. Y su amiga, pues bueno, quizás en un futuro nos empezábamos a entender... o no.

Promesas que no valen nadaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora