Capítulo II

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AMAIA:

Me había pasado toda la noche dando vueltas en la cama. Pensando en lo que había pasado en aquel largo y duro día. Extrañaba mi cama, mi almohada. Todo. No sé a qué hora me quedé dormida. Y lo peor de todo es que ni siquiera escuché el despertador. Cuando me di la vuelta, la luz del sol ya me resplandecía en la cara. Eran más de las diez de la mañana. ¡Joder, me había dormido! A poco me caigo de la cama mientras intentaba levantarme, me vestí rápidamente, con los mismos vaqueros y una camiseta de andar por casa.

Cuando puse un pie en el estudio, él ya estaba allí. Trasteando con una guitarra. Noté cómo levantaba la cabeza mientras me plantaba delante de él. Aunque no pude saber si estaba enfadado porque su cara era tan expresiva como un cactus. No movía ni un solo músculo de todo su rostro. ¿Era tan indiferente, de verdad?

—Lo siento... Ayer por la noche... —comencé diciendo a modo de disculpa—, me quedé hasta tarde dando vueltas a varios asuntos profesionales.

—¿Ha desayunado? —y se levantó quedando a pocos centímetros de mí.

—No. No quería enfadarte —no quería seguir sin tutearle—. Sé que eres muy disciplinado. Lo siento, de veras.

En realidad no lo sentía en absoluto. Me alegraba de llegar tarde. Joder, un poco de alegría. No puedes ser tan cuadriculado. Hay que disfrutar un poco de la vida y tú pareces un amargado en todo momento con esa cara de pocho. De sufridor constante. Pero no te debió hacer mucha gracia, porque tampoco sonreíste. ¿Tampoco sonríes nunca? Llevo casi veinticuatro horas aquí y no te he visto sonreír ni una sola vez.

—Sígame, por favor —y comenzó a caminar hasta llegar a lo que era la cocina de la casa que tenía adosada al estudio de grabación—. Tiene café en la cafetera. Y bollería en el segundo estante. Por suerte, ayer Gabriela fue a hacer la compra. Espero no tener que volver a repetir esta escenita. Si usted quiere trabajar conmigo, respetará mis tiempos.

¿Gabriela?, me pregunté mientras desayunaba rápidamente. Quizás era su mujer. O quizás una conquista duradera. A saber, me tenía desconcertada. Y eso no me gustaba. ¿Cómo voy a trabajar de manera confiada con un completo desconocido? Me dirijo hacia el estudio y no veo ni uno solo de los premios que ha ganado en todos estos años, ni sus múltiples discos de oro y de platino. Como si no lo quisiera ver. No comprendía. Era un buen recuerdo. Carraspeé y esperé a ver qué plan de tortura tenía diseñado para aquel día.

—Siéntese.

Señaló una silla al lado de la suya en aquella enorme mesa de mezclas. No escatimaba en detalles. Si el estudio era suyo, tenía que haber invertido un pastón en él. Lástima que todo lo cuidadoso que era con su vida profesional, no lo fuera, en absoluto, con su vida privada y cómo trata a la gente. Claro que yo tampoco tenía demasiadas lecciones para dar. Dio al play, y allí apareció mi último single. Me lo hizo escuchar, como mínimo diez veces. Más lo escuchaba y más patético me parecía. La frase más buena entre todas era una que decía algo así como: "Y en aquel verano, bajo el sol; nos enamoramos tú y yo". Para mí yo de dieciocho años, sería bueno. Para mi yo, de veintiséis era una soberana mierda.

—¿Y bien? ¿Dónde está el problema? —dijo pausando la grabación y mirándome detenidamente mientras se acomodaba en la silla.

—No creo que haya ningún problema.

Y, sinceramente, creía que para lo que se escuchaba en el mismo sonido, era de lo mejorcito. ¿La letra? Muy mejorable. Pero el sonido era de esos que no sonaba tan mal como el resto de canciones que se habían ido colando en las listas de éxitos con el correr de los meses. Negó con la cabeza, varias veces, mientras se frotaba los ojos. ¿Qué esperaba, que le fuera a decir que no estaba satisfecha? Ni de coña. Eso era asumir que había perdido las riendas y si no lo había hecho con mi mánager, lo iba a hacer con él. Ya podía esperar sentado.

Promesas que no valen nadaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora