Capítulo XXII

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AMAIA:

Mientras estoy sentada en el sofá de la casa de mi hermano, me doy cuenta de que su preocupación no ha hecho más que aumentar desde que nuestra abogada nos expuso toda la historia bien completa, encima de la mesa, para tomar la decisión que fuera mejor para nuestros intereses. Por supuesto, idiota de mí, no iba a existir camino fácil, como si alguna vez lo hubiera habido.

—Definitivamente, hay ciertas decisiones que nunca vas a estar capacitada para tomar, Amaia —me dice mi hermano mirándome fijamente y con un tono paternalista que sabía, perfectamente, que odiaba—. Esas decisiones tienes que consultarlas. Ahora estás metida en un buen lío. Y no tienes mucho margen de maniobra.

Todo lo que me quedaba por deliberar en las próximas horas, o al menos eso me había recomendado Carmen, mi abogada, era simple: seguir atada a un contrato que odiaba o, por el contrario, romperlo aun sabiendo que la cláusula principal estaba clara. En el período de un año no podría fichar por otra casa discográfica, fuera o no multinacional. Daba igual, la cuestión era no firmar un contrato. Así que le dije a Carmen que frotara bien la lámpara mental de sus ideas para ver cómo podía publicar un disco que ya me estaba empezando a hacer sentir medianamente tranquila.

Por primera vez, en mucho tiempo, estaba realmente asustada. Y mi hermano con su mala leche y nerviosismo no ayudaba a nada. Para ser sinceros, se estaba empezando a convertirse en alguien muy pesado. Vale, estaba tratando de aconsejarme, pero yo tenía claro mi plan de ruta. Grabar el disco con Alfred y olvidarme de todo lo demás.

—Y ya has oído a la abogada, nada de firmar contratos discográficos en un año. ¿Ves en el lío en que estás metida, Amaia? ¿Qué va a ser de ti en el próximo año?

—Sé que Carmen encontrará la manera de que podamos firmar ese contrato con Alfred —dije con toda la serenidad posible—. Este va a ser el disco de despegue. Estoy convencida de ello, hermanito.

Y lo estaba. Sabía que estaba en el camino correcto, solo me hacía falta pulirme un poco. Volverme metódica, aunque me preguntaba si tanto como él. Era un maniático del orden en todo lo relacionado con su trabajo, no dejaba títere con cabeza cuando las cosas no salían como él quería y eso a veces me preocupaba. Porque cada día que pasaba, parecía que su paciencia se agotaba más y más rápido.

Pero esta noche necesito liberarme un poco de toda la tensión que llevo acumulando desde que cogí un tren en Madrid para venirme a Barcelona y, sobre todo, dejar la mente en blanco después de tantas horas dándole vueltas a todos los folios que ahora están desperdigados por mi habitación. Además, dos de mis mejores amigos han venido hasta aquí para poder vernos por unas horas, después de nuestro frustrado intento de reunión en las fiestas navideñas.

Vamos a un garito alejado del bullicio. Nos sentamos y ya sus gestos desprenden una sensación que no me gusta, que no se la había visto antes. Y me abruma, porque no sé que es lo que les está pasando en ese momento por la cabeza.

—¿Así que te va a producir el disco Alfred García? —me dice mi amiga Raquel levantando las cejas, como si fuera un delito que él me produjera un disco.

—Sí, ¿pasa algo?

—No, no. No pasa absolutamente nada —dice dándole un largo sorbo a la copa.

El gesto de Luis tampoco es, en absoluto, tranquilizador. Parece como si la confirmación de la noticia no les hubiera gustado. ¿Cuál era el problema? ¿Qué conocían que yo no había llegado todavía a comprender?

—Así que es verdad, ¿eh? —me dice Luis compartiendo miradas escrutadoras con Raquel—. No me lo puedo creer... pensé que elegirías otro productor. Máxime después de todo lo que se oye de él.

Promesas que no valen nadaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora