Capítulo XXXVIII

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AMAIA:

Llevo casi tres semanas de gira. Y me noto ya demasiado cansada. No estoy preparada para ir a la gala, acompañando a Aitana, y sé que todas mis excusas serán en vano para ella y no dejará que me quede en casa, con mi mantita y mi postura de ovillo de lana en el sofá reponiendo fuerzas. Aunque, en realidad, lo que me cansa más es el ritmo tan inadecuado de sueño que llevo.

Duermo poco y mal, especialmente en el tren o en el avión, dado que las noches me las paso hablando con Alfred, en la mayoría de ocasiones de temas totalmente circunstanciales e insustanciales. Pero necesito escuchar su voz y soy incapaz de colgarle aunque él me repita en varias ocasiones que parece que tengo cara de estar sujetándome los párpados con palillos. Si tú supieras, chato...

—Aitana, date prisa o empezaré a quitarme la primera capa de maquillaje en menos de diez minutos, te lo juro —bufé desde el recibidor de nuestro pequeño apartamento.

Y lo pienso hacer. Porque no sé qué pinto en una gala de premios a la que ni siquiera estoy nominada. Con lo que me hubiera gustado tomarme un avión hasta Barcelona y estar un par de días con Alfred, al que noto un poco raro en los últimos días. Me comenta que será la disminución de la medicación, veremos cómo termina el asunto.

—Ya estoy —me dice mi amiga asomando la cabeza por la puerta de su habitación—. Ya sabes que yo necesito ir bien preparada...

Jugueteo con mi móvil, del que no me separo ni un momento. No sé muy bien por qué, pero tengo malas sensaciones respecto de esta noche. Y en los últimos tiempos, mis sensaciones nunca fallan... es complicado de explicar. Y de entender.

Así que mejor no decirla nada, porque todo lo que me va a contestar es lo mismo que en las últimas semanas: que Alfred me está llevando al terreno oscuro de sus rarezas. Ay, Aitana... él puede llevarme a tantos terrenos como quiera, que voy sin rechistar. Y además, eso supondría verle, que tengo unas ganas que me muero. Menos mal que en menos de una semana, pisaremos Barcelona con la gira y tendré un descanso de casi cinco días. Lo disfrutaré. No tengo duda alguna.

—¿Qué, charlando con tu novio? —me preguntó mientras yo trataba de ocultar mi sonrisa de niña pequeña ante su último mensaje, comentando mi vestimenta.

—No es mi novio...

—Es verdad —y puso los ojos en blanco, mientras me daba un toque breve en el brazo—. Ese tipo con el que te comes la boca compulsivamente. Lo siento, ya sé que no te gustan las etiquetas.

Por supuesto que no me gustaban las etiquetas. Aunque tú, querida amiga, ya le hubieras puesto una a esta relación. Y me sentía muy incómoda cuando empezabas a poner tu cara de inspector Gadget, esperando a la nueva exclusiva. Cuando lo más que te podía contar eran las ganas que tenía de volver a pasar unos días con él. Y sí, a más tiempo sin vernos, más convencimiento por mi parte de que las relaciones a distancia no estaban hechas para mí.

Mientras esperaba a Aitana, cosa que ya sabía que iba para largo, sentí como mis párpados se rendían ante un cansancio más que evidente. Me tenía que haber desmaquillado antes incluso de haberle dicho nada. Si no se entera, seguro que no me hace venir hasta aquí. Me siento totalmente fuera de lugar. No sé con quién hablar, ni qué decir. Así que trato de llamar a Alfred, pero caigo en la cuenta de que me dijo que estaría sin dar señales de vida toda la noche porque pensaban ir a celebrar el cumpleaños de un amigo suyo de la infancia. ¡Te odio tanto en estos momentos, Alfred García!

—¡Amaia, nena! —y siento como unos dedos se chasquean delante de mí—. Deberías haberte quedado en casa...

—Que era justo lo que yo quería hacer —repuse con evidente fastidio.

Promesas que no valen nadaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora