Capítulo X

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AMAIA:

Por supuesto, llegamos tarde a la reunión, más de tres horas. La cara de Manuel y Joe cuando nos ven llenos de barro hasta las rodillas es un poema. Pero nos hacen saber, con su gesto cansado, que no piensan esperar a que nos demos una relajante ducha para sacarnos todo el lodo de encima. Cuando él comienza a enfilar hacia el estudio, lo detengo en la cocina. Estoy tan nerviosa que siento que no voy a ser capaz de encadenar las frases de manera adecuada para vender mi producto, así que necesito su ayuda, ahora más que nunca.

—Estoy muy nerviosa.

—Yo estoy dando saltos de alegría, ¿no me ve? —pero está demasiado serio, creo que él también está que se sube por las paredes de la incertidumbre—. No se preocupe. Usted pronuncie algo que parezca que es muy estiloso, de lo de vender que eso va a sonar de puta madre ya me encargo yo.

—¿Va a sonar de puta madre? —y enarqué una ceja.

—Usted hasta ahora hace mierda. Y a partir de ahora, digamos que va a volver a sonar como los ángeles, créame. La publicidad es el arte de contar mentiras y haciéndome publicidad soy buenísimo.

La entrada que hacemos es triunfal sobre todo teniendo en cuenta las pintas de zarrapastrosos que tenemos. Se sientan en el sofá justo al lado de la mesa de mezclas. A Joe le noto demasiado tenso, sé que tiene ganas de finiquitarlo todo cuanto antes, así que rezo por que, tal y como me ha dicho, Alfred sea capaz de venderse de una manera increíble.

—Bien, ya estamos todos para escuchar la maqueta, Alfred —dice Manuel mirándonos a los dos fijamente—. Ya sabes cuál fue el acuerdo hace dos semanas.

—Eh, eh, eh —y supe que iba a sacar su vena más borde, estaba aprendiendo a leerle a las mil maravillas—. Yo no hablé de nada maquetado. Dije que, probablemente, tendríamos algo. Y tenemos algo, ¿verdad? —y me miró.

Me quedé bloqueada, no podía enseñarle un papel lleno de tachones. O sí. A lo mejor era, de entre todas las opciones, la menos perjudicial para nuestros intereses. Así que me saco la hoja del bolsillo trasero del pantalón y se la tiendo. La dan vueltas y vueltas durante varios minutos, logran que me ponga nerviosa. Tanto que me aparto de ellos y me acerco hasta Alfred, quien parece convencido de que estamos jugando demasiado bien. Yo creo que nos estamos hundiendo de una manera estrepitosa.

—¿Por qué querías que les enseñara eso? Eres un cabrón.

—Oh, vamos, sea más innovadora. ¿No quiere vender un producto? Pues lo tiene recién salido del horno. En comparación con lo anterior esto les va a parecer mierda, pero de mejor calidad, dónde va a parar.

El carraspeo de Joe nos saca de la conversación y los dos nos volvemos rápidamente, quizás esperando la regañina más grande, pero no. Solo hay una especie de indiferencia, acabo de tirar mi futuro por la borda. No voy a volver a grabar un disco en mi vida, ya lo estoy imaginando.

—Esto no era el acuerdo, Alfred —dice Joe secamente.

—Bueno, es que a mí con los acuerdos, me pasa un poco lo mismo que a vosotros con los vuestros, que me los paso por el forro de los cojones —dijo con total tranquilidad y sentándose en la silla—. Además, aquí estamos todos por el mismo motivo, ¿no? Que es gastar poco y ganar mucho. ¿O usted no piensa así, señorita Romero?

Y me deja totalmente fuera de combate. ¿Qué estaba pasando? ¿Me había mentido y realmente él sí que se llevaba una buena tajada de los beneficios? ¿Estaba buscando que me despidieran? Noto como el sudor vuelve a mi frente y esta vez no estoy teniendo alucinaciones. Él me había jurado y perjurado que el disco sonaría a mí. Hasta que por fin, se me encendió la bombilla de emergencia y supe que lo único que estaba haciendo era darme cancha para que yo fuera capaz de imponer mis criterios, los mismos que había compartido con él.

Promesas que no valen nadaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora