AMAIA:
Solo han pasado ocho minutos desde que he mirado por última vez la hora en el móvil. Es como si el tiempo se negara a seguir corriendo entre las cuatro paredes de la habitación que tiene, según me ha dicho, reservada para los invitados. Me pregunto cuáles, porque no parece que tenga visitas muy a menudo. Las sábanas huelen a limpio, no hay rastros de visitas recientes... en fin, creo que tengo que dejar mi vena investigadora para otro momento. No puedo dormir, eso es lo único seguro en este momento. Que soy un manojo de nervios.
—¡Me cago en la hostia, joder!
Me tapo con ambas manos la boca cuando soy consciente de las horas que son y de que, seguramente, mi compañero nocturno me haya podido oír y quién sabe lo que pueda pensar en estos instantes. Estoy, por qué no decirlo, muy asustada con todo lo que me pasa. Porque vivo en un constante sí pero no contigo. Y eso no me pasaba con nadie hacía mucho tiempo. Y me odio por eso. Porque estoy cayendo en lo que me prometí no volver a caer.
Abro y cierro mis manos, como si las entrelazara con las tuyas. Siento que estamos perdiendo las buenas costumbres y eso también me molesta. Porque hace demasiado que no confío en nadie tanto como lo estoy haciendo en ti. ¿Debería empezar a preocuparme seriamente? Si mi hermana me viera, ya diría que estoy perdiendo el tiempo. Que me fíe y me lance. Pero es tan, tan, tan complicado todo.
No puedo dormir. Es un hecho ya constatado. Así que me dedico a curiosear, pero no tardo mucho en terminar con el registro de mi habitación, nada reseñable. Salgo y camino a oscuras por el pasillo, me siento un poco inútil porque en cualquier momento puedes aparecer de la nada y mandarme a la cama... aunque, cielo, si fuera a la tuya no te digo yo que no. Vamos, que te digo que sí con los ojos cerrados.
Camino a tientas, hasta que por fin encuentro su verdadero templo. Un pequeño estudio, y este sí que está relleno de premios. Pero de los que ha ganado con sus propias producciones. Y no deja de sorprenderme el currículo tan largo, currante es un buen rato.
Vuelvo sobre mis pasos, pero es inevitable que su ronquido no me haga pegar un brinco. Tiene la puerta de su habitación entreabierta. Y me asomo. Como quien no quiere la cosa. Aunque yo la deseo con todas las fuerzas posibles. Tiene cara de niño pequeño, excepto por la barba cada vez más descuidada y los músculos que sobresalen en la manga totalmente arremolinada sobre el hombro. Claro que lo que sucede después es totalmente inesperado.
—Como me sigas mirando, me vas a desgastar.
Espero. Tal vez haya tenido un sueño con alguien. Pero no dice nada más. Así que supongo que el sueño ha terminado o ha saltado a otro escenario. Sigo paciente en mi recoveco de la puerta.
—Precisamente, ser discreta no es una de tus cualidades, Amaia.
Y ahora me doy cuenta de que me habla a mí, pero no sé cómo narices actuar. ¿Qué se supone que tengo que hacer? Contarle que no duermo porque estoy, en cierta manera, desesperada por saber más de él mientras se cierra en banda. O tal vez lo que deba decirle seriamente es que tiene que dejar de ser tan pedigüeño conmigo, porque lo de tocar el piano lo veo poco viable por el momento.
—¿Te vas a quedar ahí como un pasmarote?
Salgo de mi ensimismamiento cuando sus ojos están posados sobre mí. Apenas puedo ver nada más en la oscuridad, pero le siento demasiado cerca aunque no se haya movido de la cama. Entro en la habitación. Huele a él. En realidad, es un calco de él. Totalmente ordenada, sin nada fuera de su lugar. Me sorprende la pegatina debajo del espejo, que reza un gran "Free", que no hace más que me sonría pensando en que sí, realmente es demasiado libre en todos los sentidos que le rodean en su vida.
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Promesas que no valen nada
Fanfic"Nuestro futuro depende de cómo entendamos nuestro pasado". Amaia Romero y Alfred García son, respectivamente, la cantante de éxito mundial y el productor de moda. Alfred es definido por todas las personas con las que ha trabajado como despiadado...