Capítulo XLIII

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ALFRED:

Estaba relativamente nervioso. Y tenía varios frentes abiertos. El principal en el ámbito personal. Creo que Amaia se había dado cuenta de que hacer que Aitana y yo tuviéramos una conversación normal, era la cosa más complicada que seguramente iba a hacer en los próximos días de su vida. Pero ella era una mujer de armas tomar, aunque su cansancio empezaba a ser más que evidente.

—¿Estás nervioso, verdad? —me pregunta ajustándome la corbata que odiaba tanto, y ella parecía estar totalmente enamorada de ella—. Sí, yo sé que lo estás.

—Tengo más miedo por ti que por mí.

Las palabras salen solas, pero tienen en su matiz un convencimiento personal muy fuerte. Estoy preocupado por ella. Sé que no está siendo una situación nada fácil para ti, aunque me lo quieras ocultar con sonrisas decaídas y buenas palabras. Esas cosas entre nosotros no han funcionado nunca, así que no esperes que lo vayan a empezar a hacer ahora.

Me siento a tu lado, y te agarro una de tus manos, que está apoyada en mi pierna. Sonríes, pero no es una sonrisa bonita. Ni siquiera es natural. Es la sonrisa de la decepción por sentir que has fracasado en tu intento de hacer que tu mejor amiga me soporte. Tranquila, me quedo con que lo has hecho lo mejor que has podido.

—Las cosas no siempre salen como queremos, Amaia —y pasé mi brazo por su hombro atrayéndola hacia mí—. Y no pasa nada. No es ningún fracaso. Es simplemente parte de la experiencia. Quizás yo tampoco lo he hecho bien desde el principio...

—Aitana está subida a un burro del que nadie la va a bajar.

—Quizás, con el paso del tiempo, se dé cuenta de que realmente me gustas y estoy enamorado de ti, sin más intenciones —dije tratando de forzar la sonrisa.

Por supuesto, mi entorno también había empezado a hablar. Sabían que estabas en mi casa y, aunque de manera oficial no tenía una etiqueta, todos sabían lo que había. Siempre había tenido este pequeño problema con mis personas más cercanas, que no tengo términos medios y todo se me nota demasiado en la cara. Y esto era imposible de ocultar. Tampoco tenía motivos para hacerlo.

Y, de manera velada, la prensa se estaba empezando a retirar. Aunque sabía bien que estaban al acecho de lo que hubiera entre nosotros. Nadie lo ha publicado, pero ya han empezado a surgir los rumores tontos de que si nos ven juntos por determinadas zonas, que si se dice que podrías haberme presentado a tus mejores amigos. No sé yo...

—Esta noche, sabes que... —y agarró mi mano con fuerza.

—Sé que los periodistas pueden hacer preguntas, sí —y dejé escapar un largo suspiro para su nerviosismo—. Pero está todo bien. Los dos sabemos que no queremos hablar de nuestra vida privada, ¿no?

Claro que había otro asunto que esta noche iba a ser la comidilla de la gala. Y de todas las revistas el próximo día que salieran a la venta. Amaia y yo íbamos a coincidir con nuestros respectivos ex, y los dos estábamos al tanto de que esas serían las fotos más buscadas. Máxime en una época llena de rumores absurdos.

—Ya lo sé... pero... es solo que... —y se quedó callada.

—Es solo que tienes miedo de decir una cosa, que ellos pongan otra y que el resto del mundo interprete lo que le dé la gana. Al menos eso quiero creer que me estás tratando de decir —dije jugueteando con su palma encima de la mía—. ¡Qué le jodan al mundo! Así de simple...

Cómo no te iba a comprender. Pero estaba seguro de que no podíamos volver atrás de ninguna de las maneras y dar cancha a que la prensa entrara en nuestra intimidad, era la peor manera de evitar recorrer el camino hasta cinco años antes. No te voy a negar que tenía cierto nerviosismo, porque era la primera vez que me iba a parar con la prensa, pero estaba seguro de que no iba a caer en sus juegos baratos de palabras.

Promesas que no valen nadaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora