Capítulo XLVII

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ALFRED:

El silencio invade la estancia. Mi abogado, mi representante y yo cruzamos miradas. Hace tiempo que he desconectado de esa conversación, aunque en ella está en juego, el rumbo de todo lo que voy a hacer después de que la casa discográfica me haya demandado.

Estoy cansado, me froto los ojos y masco el chicle con fuerza, casi con ansiedad. Cuando termino uno, ya estoy empezando el siguiente. Y todo eso con tal de no fumar un pitillo detrás de otro. Estoy aprendiendo a controlar mis malas pulgas y los vicios asquerosos que me han acompañado hasta ahora.

La salida de la burbuja, aunque solo sea por unas horas, no ha sido fácil. Desde que he puesto un pie en Barcelona, no he dejado de comerme la cabeza. Cuando estoy en medio del campo, solo pienso en lo que necesito para ser feliz, que es poco y lo tengo totalmente al alcance de mi mano. Un carraspeo de Isabel me saca de esa felicidad momentánea mientras pienso en mis planes para el día siguiente.

—Sabes que te juegas mucho con lo que vayas a decidir antes de salir de aquí...

—Quizás es que todavía no estoy preparado para tomar ninguna decisión relevante —digo tragando el chicle y sacando el siguiente—. Creo que, ahora mismo, todas las decisiones son un error.

Así lo pienso. Y no me ando con rodeos. Ya no quiero vivir en un aura constante de misterio. Ahora quiero ser libre. Fluir y nada más. Y no lo estoy haciendo nada bien. Sé que no voy a salir bien parado con ninguna de las decisiones que me ofrecen todas las partes, porque ninguna es la buena. Amaia piensa lo mismo que yo. Me vuelvo a frotar fuertemente los ojos.

—Estoy muy cansado. Necesito aire puro para pensar.

—La solución no pasa por volver a encerrarte en el estudio —me dice mi abogado con tono seco, cansado, áspero—. Esta vez las cosas no nos están saliendo tan rodadas como la anterior. Y sabes, tan bien como nosotros dos, que salir airoso de esta situación va a ser muy complicada.

—Creo que deberíamos hablar con la abogada de Amaia.

En realidad, solo es una manera sutil de ganar un poco más de tiempo. Amaia tampoco tiene muy claro que camino desea tomar de todos los que le ha ofrecido su abogada, porque ninguno le parece el más adecuado. Mi abogado, niega vehemente con la cabeza. Y sé que no me va a conceder ni una mínima oportunidad.

—Y yo ya te he dicho que esa no es la solución ideal —vuelve a repetir mecánicamente—. Sabes bien que cuando menos os relacionen profesionalmente, mejor para todos. ¿Qué crees que va a pensar la gente si ahora hacéis frente común?

Suspiro. Me levanto y miro por la ventana. Mucha gente pasea por las aceras y soy consciente de que para esa gente solo tengo una vida perfecta porque gano mucho dinero, pero todo el mundo obvia la mierda que hay que soportar en muchas ocasiones. Y esta es una de ellas, una de las partes que más odio de este trabajo. Cierro los ojos, me paso la mano por la nuca y resoplo.

—¿Crees que me importa algo lo que la gente vaya a decir de mí?

—No, eso ya lo sabemos —me responde mi abogado—. Pero el futuro de tu trabajo es lo que está en juego y eso sé que no te da igual.

¡Pues no! ¡Claro que no me puede dar igual! Me gano la vida con eso. Pero, ¿dónde está el problema de hacer frente común a los buitres? ¿Acaso crees que ellos no están vendiendo todas las miserias que conocen de mí a todos los medios? Seguro que sí.

—Basta, no quiero seguir discutiendo. Llama a su abogada, habla con ella y, cuando os pongáis de acuerdo, me llamas. Es todo lo que te puedo decir. Y no creo que necesitemos seguir perdiendo tiempo en una situación en la que ninguno de los dos se va a bajar de su burro.

Promesas que no valen nadaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora