Capítulo XXXIII

1.8K 144 473
                                    

ALFRED:

Me paseo cabizbajo por el estudio. Desde que Amaia se fue hace algo más de cuatro meses, me dedico en cuerpo y alma a escribir canciones. Y son jodidamente malas. Ahora parece que su bloqueo creativo se ha quedado a vivir eternamente en mí. Y eso me enerva de sobremanera. Porque, tal y como me ha dicho mi terapeuta, quizás esto sea una señal de que tengo que solucionar lo que sea que me pase con ella. Claro, no te jode. Decirlo es una cosa facilísima, pero hacerlo era otra historia.

—Ahora es cuando se supone que tú me dices que estás bien, yo me pongo pesada con que no, y tú tratas de convencerme con alguna milonga.

La voz de Amaia junto con una sonrisa más que triste se vislumbraba al otro lado de la pantalla del móvil. A pesar de su insistencia porque la acompañe en la gira, me he negado en redondo todas las ocasiones en que me lo ha dejado caer. Emocionalmente, sé que eso sería algo negativo para mí.

Sé que te está cansando, en gran medida, mi desinterés porque nos veamos. Pero lo hago, precisamente, para evitar sufrimientos mayores. Sé que en cuánto nos veamos, todo va a ser demasiado complicado para volver a separarnos. Aunque la verdad es que tu vida está en Madrid y la mía en Barcelona. Y, definitivamente, eso supone vidas en ciudades diferentes. Y, para serte sincero, tampoco he creído mucho en las relaciones a distancia.

—¿Cómo va todo? —y conozco a la perfección el doble sentido de sus palabras.

—Todo bien, como siempre.

—¿Sigues yendo a terapia, verdad?

Me siento como en una conversación de besugos, pero sé que es un problema muy nuestro. Nos cuesta demasiado abrirnos en canal y siempre hay necesidad de que sea en momentos inesperados. Así fue a lo largo de toda su estancia aquí. Y no hemos cambiado mucho en los últimos contactos que hemos mantenido.

—Sí. Pero se me está haciendo un poco cuesta arriba...

Soy incapaz de mentirte. Y se me está haciendo muy complicado por la simple razón de que tengo que hablar de cosas que solo he sido capaz de tocar contigo de manera profunda. Y ahora no soy capaz de romper, en cierto modo, la coraza que armé alrededor de temas sumamente dolorosos para mí. Aunque mi terapeuta me haya pedido varias veces que te pida el favor de venir, me niego en reiteradas ocasiones.

No te mereces eso. En realidad, no te habías merecido mis malos modos en ningún momento, y los habías aguantado mejor que nadie. Y te iba a estar eternamente agradecido, lo sabía perfectamente. Pero me había instalado en un limbo de sensaciones que me eran muy difíciles de describir con palabras.

—Sabes que no me supone ningún problema ir hasta Barcelona a pasar un par de días contigo —y la palabra contigo adquirió un cariz demasiado sentimental—. Puedo cancelar un par de días de agenda. No hay ningún problema.

—No, me niego a que hagas eso —y mi tono fue un poco duro.

—No hace falta que me sigas mintiendo.

—Ya sabes que no te miento...

Sabes, por todo lo que hemos vivido juntos, que es imposible que te mienta. Me sabes leer y nunca te equivocas. Pero ahora estoy asustado, y pensé que la distancia iba a dejarme poner las ideas en orden. Lejos. Cagada monumental. Sé que he metido la pata hasta el fondo. Y es que a la hora de irte, cuando te mandé aquellos mensajes, me di cuenta de que tenía que haberlo intentado. Pero me asustaba poder hacerte daño. Que el resto de mi yo desconocido te diera miedo y salieras corriendo. No estaba preparado para un desastre de esas proporciones.

Promesas que no valen nadaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora