AMAIA:
Estaba sentada en el gran salón de su piso en Barcelona. Otra vez en su templo más personal, después de una larga sesión con el terapeuta. Ahora teníamos secretos comunes. Yo era su acompañante todos los días que tenía que ir a su terapeuta y, si pasaba algo, era la encargada de hacérselo saber a sus padres. Y aquello me había hecho pedirle que, tal vez, era el momento adecuado para confesarle a sus padres lo que ya era, a ojos de todo el mundo, imposible de esconder. Incluso en el estudio se habían dado cuenta, aunque no lo dijeran. La medicación todavía no la teníamos controlada del todo pero, al menos, las noches las podíamos sobrellevar. Me sentía un poco rara en esa situación. Yo nunca me había tenido que hacer cargo de algo y, mucho menos, de mi jefe.
He perdido ya el número de veces que hemos tenido esta conversación y que siempre termina con una breve pelea que se nos pasa con unas buenas pizzas. Ser tu confidente no me puede convertir en tu niñera. Porque, ¿qué va a ser de ti cuando terminemos la grabación y producción y yo me vaya? Tienes que encontrar otra línea de flotación y sé que tu madre es la ideal. Solo he hablado con ella dos veces en mi vida, cuando estuvo en casa y hace un par de días cuando se enteró que estabas en tu piso. Y es una mujer de esas que te dan ganas de abrazarla y de no soltarla más.
—No sé por qué te entra esta obsesión de que tengo que hablar con mis padres...
—¿En quién te vas a apoyar cuando yo me vaya?
—Bueno, cuando llegue el momento, lo pensaré —me dice mirándome fijamente—. Pero ahora no puedo. Estoy poniendo mis ideas en orden.
—Ya... a mí lo que me parece es que no quieres contarle todo lo que ha pasado a tus padres.
—Para ellos tampoco es fácil.
—¡Para nadie ha sido fácil, Alfred! Pero lo que tienes que comprender es que no puedes vivir metiendo la cabeza bajo tierra cada vez que te hacen preguntas incómodas.
Sé que estás trabajando duro y que, a veces, puedo resultar demasiado dura contigo pero lo hago por tu bien. Prefiero decirte las cosas yo antes de que te enteres cuando alguien te meta una cámara en la cara. Que no mola nada, por cierto.
—No sé cómo contárselo —y comienzo a ver el agobio en tu cara.
Me siento a tu lado. Apoyo los pies en la mesa, aunque sé que lo odias. Pero necesito que sepas que no es el fin del mundo reconocer que te has vuelto a caer y comienzas a andar tu propio camino de nuevo. O quizá lo estás empezando a hacer ahora por primera vez. En realidad, yo no estoy segura de nada. Sólo de que estoy agradecida de que los dos aprendamos todos los días algo nuevo sobre el otro.
—No sé... con naturalidad, supongo —dije con la boca llena de pizza—. Como has sido siempre con ellos. El otro día, creo que la dejaste bastante preocupada. Ha llamado varias veces.
—¿Y por qué no me la has pasado?
—Porque sabía que no le ibas a contar la verdad.
No sé qué sabe su madre acerca del final de aquella relación y del inicio de esta situación tan tormentosa. Por eso, siempre que hablamos del tema, voy con pies de plomo. No quiero cagarla y que retroceda varias casillas por mi culpa. Me ha hecho partícipe de tu tormento en algunas sesiones con su terapeuta, pero nunca participo más allá de lo necesario. Aunque él lo espera como agua de mayo. Seguro que yo también tengo traumas sin cerrar.
—¿A tus padres les has contado la verdad algún día, Amaia?
—La verdad sobre qué, exactamente —contesto mirando fijamente la televisión—. La verdad varía mucho en función de quién te la cuente, te lo aseguro.
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Promesas que no valen nada
Fanfiction"Nuestro futuro depende de cómo entendamos nuestro pasado". Amaia Romero y Alfred García son, respectivamente, la cantante de éxito mundial y el productor de moda. Alfred es definido por todas las personas con las que ha trabajado como despiadado...