ALFRED:
Permanezco en silencio, jugueteando con mis pulgares en aquella sala. Rancia. Escabrosa, me atrevería a decir. No me gusta. No me trae buenos recuerdos. Pero esta vez, le pido a Amaia que si todo tiene que reventar, que deje que pase. No me importa sufrir las consecuencias de la tormenta, si esta vez resultan ser las últimas. Creo que estoy, medianamente, preparado. Es la última vez, que todos los abogados quieren que los que estamos implicados en la demanda nos veamos, para poder sacar algo en claro.
—No se te ocurra abrir la boca, te conozco lo suficiente para saber que puede salir el peor de los improperios de ahí —me dice mi abogado mientras revisa toda la documentación.
El consejo que recibe Amaia es muy parecido al mío, que guarde máximo silencio y que sean nuestros representantes legales los que hablen por nosotros. Y confieso que, a estas alturas de mi vida, esas cosas me ponen muy nervioso. No quiero que nadie hable por mí. No lo necesito. Yo sé bien por qué tomé aquella decisión que ha desembocado en esto, y ahora me la vuelvo a replantear una y otra vez. De manera constante.
Ella, por supuesto, tampoco está cómoda en esta reunión, aunque sabe mantener el tipo mucho mejor que yo. De esto también estoy seguro. Me mira, me sonríe, de esa manera que consigue que me calme, y me da un pequeño apretón en la mano antes de que la reunión dé comienzo.
Otra vez esa maraña de términos legales que me hacen perder el ritmo de la conversación, jugueteo con mi móvil, escribiendo notas sobre posibles melodías y arreglos. Tengo demasiado trabajo atrasado con Aitana, y esta tarde nos vienen a ver sus jefes. Aunque ya lo tenemos casi todo dispuesto. Levanto la cabeza cuando oigo a mi abogado, que me llama por mi nombre y me saca del embobamiento.
—Alfred —carraspea mi letrado—. ¿Estás de acuerdo con los términos?
—¿Qué? —pregunto de nuevo, totalmente desconcertado.
—¿Nos pueden dejar solos cinco minutos? Creo que está siendo una reunión muy pesada para todos.
Amaia me mira, está tan aburrida como yo de estar aquí. Éste no es nuestro medio natural, desde luego que no. Me siento muy cansado, y mi cerebro responde ya a órdenes muy vagas. He perdido la noción del tiempo que llevamos allí metidos. Pero debe ser el suficiente como para que todos hayamos perdido la poca paciencia que teníamos antes de empezar.
—Yo creo que es un acuerdo muy ventajoso para vosotros —dice la abogada de Amaia—. Pero supone perder mucho dinero para vosotros, si llegáramos al juicio y ganarais. Hay que valorar todas las opciones.
—¿Estáis seguros de que es un buen acuerdo? No creo que quieran que todo termine de esta manera. Si ellos ganan, pueden ganar demasiado dinero. Mucho más del que han perdido —dice Amaia con tono sosegado y tranquilo.
—Saben que tienen pocos clavos ardiendo a los que agarrarse y creo que están empezando a darse cuenta de que esta maniobra ha sido un error de categoría —vuelve a refutar mi abogado, sonando sumamente seguro.
Pero yo hace tiempo que he desconectado de la conversación. No tengo ni idea de qué acuerdo estamos hablando, ni cuáles son las cláusulas ni nada por el estilo. Estoy muy cansado, muy perdido y con muchas ganas de sentarme delante de la mesa de mezclas, a ver si hoy hacemos algo productivo. Siento que estoy perdiendo un tiempo maravilloso para poder invertir en terminar la mezcla definitiva del disco de Aitana y que, por fin, me deje tranquilo. Porque últimamente no para de darme conversación que, sinceramente, no tengo mucho interés en seguir.
—¿Qué acuerdo? ¿De qué estamos hablando? —pregunto mientras me froto las sienes—. Hace rato que he desconectado de esta conversación. Me aburren términos que no soy capaz de comprender, espero que seáis capaces de entenderlo.
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Promesas que no valen nada
Fanfic"Nuestro futuro depende de cómo entendamos nuestro pasado". Amaia Romero y Alfred García son, respectivamente, la cantante de éxito mundial y el productor de moda. Alfred es definido por todas las personas con las que ha trabajado como despiadado...